CAPÍTULO 23

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Me paré frente a la pensión, la cual ya había inspeccionado antes, en una especie de salida de campo. En esos momentos me sentí como una espía, y ahora también. Subí la capucha de mi buzo hasta ocultar mi cabeza y hacer sombra en mi rostro. Suspiré, un par de veces, hasta que me sentí lo suficientemente calmada.

Rodeé la pensión hasta el callejón de al lado. Me apoyé contra la sucia pared, mientras miraba en dirección a la vereda. Procurando que nadie me hubiera seguido. Pasaron un par de segundos, y al ver que nadie se había percatado de mi presencia, me dediqué a reconocer mi entorno.

El callejón estaba muy sucio, lo que hacía que yo me sintiera sucia. Lo primero que haría al volver a mi casa sería darme una larga ducha caliente.

Miré sobre mi cabeza. Sería una tarea difícil, pero no imposible. Me acomodé la mochila, la cual estaba más pesada que de costumbre, y me acerqué a la pared maloliente, y, conteniendo una arcada, apoyé mis manos sobre esta.

Busqué la primera sobresaliente y me impulsé hacia arriba. Me aferré con fuerza y procuré no mirar hacia abajo, no sabía si sufría de vértigo y este no era momento para descubrirlo. Sólo me concentré en subir.

— Tercer piso, habitación catorce... — repetí desde mis memorias.

Me aferré a un cordón y subí cuidadosamente. Al ser muy estrecho, tuve que dar pequeños pasos de puntitas sobre este, para deslizarme hasta el aire acondicionado más cercano.

Creí que moriría allí mismo cuando el aire acondicionado crujió ante el peso de mi pie, se dobló y pensé que cedería cayendo junto conmigo al suelo. Me aferré con fuerza a un ladrillo de la pared, y mi corazón se relajó un poco cuando comprobé que había sido una falsa alarma.

Con sumo cuidado, escalé otro piso más, dejando el aire acondicionado detrás.

— Bien, llegué al primer balcón — dije en un suspiro, mirando sobre mi cabeza —. Sólo me faltan dos más.

Fue más fácil subir los dos pisos que me restaban, ya que podría decirse que había encontrado el "truco" para subir por esa pared desigual. El secreto era utilizar los ladrillos anchos que se encontraban a los costados de cada balcón a modo de escalera.

Salté lo más silenciosamente posible al interior del balcón, y al final hice algo que juré no hacer: miré, accidentalmente, hacia el vacío. Mi conciencia se confundió por unos segundos a causa del vértigo. Agradecí que tenía los pies sobre el balcón, porque si hubiera sido sobre los ladrillos, ya estaría hecha puré sobre el suelo del callejón.

Una melodía aguda, parecida a un silbido cantarín, me arrebató de aquel shock post-vértigo que estaba sufriendo.

En el balcón había una jaula celeste, que en su interior se encontraba un reo emplumado. Detuvo su canción cuando me vio acercarme a su prisión, me miró de costado.

— Pobre pajarito — dije... nunca me había gustado ver a las aves enjauladas, las prefería libres y volando, escuchando su melodía a la distancia, antes que en una prisión pequeña y en mi casa.

Miré al interior del departamento. Había un anciano dormido sobre el sillón de la sala, con la sonora televisión encendida en unos anuncios. El viejo se me hizo familiar de inmediato, sí... iba a serme de utilidad.

Con sumo cuidado, me arrastré hasta el siguiente balcón, procurando en el proceso, no despertar al anciano. Ya más tarde me ocuparía de él.

Al fin había llegado, tenía el departamento frente a mis ojos. Era el preciso momento exacto para retractarme de todo, abandonar mis demonios, dejarlos atrás, redimirme, ser una chica buena... ja, ja, ja. ¿Se lo creyeron?, sabía bien que dar un paso al interior de esa habitación sería un quiebre, un absoluto antes y después, ya no habría vuelta atrás, y la verdad... no me asustaba ni un poco las consecuencias de esto, es más, me excitaba de manera algo pecaminosa saber que haría una maldad a continuación. Placer en el mal... ah, realmente era una villana. Villana, pero con orgullo.

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