CAPÍTULO 15

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Mis pies tocaron la acera, y bajé del auto de Caleb. Miré hacia arriba cuando mi jefe dijo: esa es mi casa. Se trataba de un piso entero en un edificio lujoso, ¡Dios!, realmente éramos de mundos diferentes. Si Caleb viera la habitación maloliente en la que estaba residiendo, seguramente se caería de culo.

Apreté los archivos contra mi pecho, temiendo que se cayeran en la sucia acera y se arruinaran. No quería reiniciar mi trabajo desde cero.

Subimos el ascensor. Ese cuarto móvil se me hizo malditamente estrecho. Caleb, a pesar de estar parado junto a mí, a unos centímetros de que nuestros hombros se tocaran, esa cercanía casi mínima descomponía mi cuerpo entero. Me colocaba completamente tensa, al grado, de sentir mi corazón palpitando en el interior de mis oídos. Me sentía como una maldita infiel, que va al departamento de su amante para engañar a su esposo.

No, Diana, no pienses así, sino le darás la razón a Marcus.

¡Tú vas por trabajo!, nada de segundas intenciones.

Terminaría mi parte y volvería a mi mugrosa habitación rentada, la que compartía con Marcus y nuestra pequeña hija.

Cuando se abrió la puerta, sentí un ligero alivio, uno momentáneo, pues, cuando ingresamos a su departamento, todo fue mucho más incómodo, ya que fui consciente que pasaríamos allí, los dos completamente sólo, un par de horas.

Dios, nunca fui una mujer de oraciones... tampoco fui la mejor de las cristianas, con eso de las mentiras y los planes aleja novias, pero... ¡por favor no me dejes caer en la tentación esta noche!, quiero permanecer fiel a mi voluntad, a mi corazón.

Caleb dejó colgado su saco sobre eL perchero junto a la puerta y luego se quitó su reloj brazalete, dejándolo sobre una mesa con un florero. Me jugaba mi salario A que esas rosas eran de fantasías, Caleb parecía el típico chico torpe que no puede cuidar ni de una simple flor.

Me asusté cuando sentí las manos de Caleb sobre mis hombros. Pero me relajé cuando comprendí que sólo pretendía quitarme mi chaqueta. El pelinegro tiró de la campera, hasta que las mangas se deslizaron fuera de mis brazos por completo. Mi corazón latió a mil, al sentir a mi jefe detrás de mí, pero sin la suficiente fuerza para voltear a verlo al rostro.

Dios, a este paso moriría.

Lancé un suspiro, desinflándome completa, cuando Caleb se alejó para colgar mi chaqueta junto a su saco.

— Eres todo un caballero — dije sin pensar mucho.

Caleb rio nervioso por mi cumplido. Intentaba ser un galán, pero la vergüenza se interponía en sus esfuerzos. Debo reconocer que me pareció un gesto tierno en él, ver sus mejillas levemente sonrojadas, mientras sobaba su nuca de forma nerviosa.

— Sólo actué instintivamente — dijo y yo me pregunté si estaba siendo sincero, o sólo quería parecer genial ante mí. No me importó conocer la respuesta, pues, así estaba bien, así era un buen chico.

— Ah, eso quiere decir que eres un caballero por naturaleza — dije y miré en dirección a una foto colgada en la pared de mi izquierda. Era una imagen añeja, con colores viejos y pobres, y la definición algo tosca. En ella se podía ver una anciana sentada sobre un tronco cortado que servía de asiento, rodeada de flores, y a sus pies había un niño con una enorme sonrisa. Parecían verdaderamente felices —. Eres tú — lo reconocí, a pesar de que ese niño tenía diez, talvez quince, años menos, pude distinguir los rasgos característicos de Caleb, los cuales permanecían inmutables, incluso a la corrosión del tiempo. Era Caleb ese niño feliz, no me cabía duda.

— Sí, ella era mi abuela.

Giré mi rostro para mirarlo a los ojos. Mi jefe había colocado sobre su rostro una expresión melancólica al hablar de esa mujer.

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