CAPÍTULO 4

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Después de seguir a Juno para descubrir dónde se estaba quedando, no me fui directo a mi casa, no, todavía tenía mucho más por investigar de ella.

Quería descubrir todas sus debilidades, sus inseguridades, cada uno de sus temores y secretos. Quería adueñarme de sus vergüenzas para usarlas en su contra. Cada idiotez que alguna vez dijo, cada pensamiento y acción fuera de lugar. Sus intenciones impuras. Quería averiguarlo todo, quería desnudar su alma a un punto que fuera trasparente para mis ojos. Quería que todo su interior, incluyendo las sombras y la luz, quedaran a la intemperie para que yo pudiera usarlas a mi antojo y en su contra.

Quería destruirla, pisarla como el insecto viscoso e insignificante que era. Quería que mis dos pies se hundieran en su cabeza y que le explotaran los sesos. Quería hacerle sentir miedo, terror, que cuando me mirara a los ojos no pudiera controlar el esfínter y se ensuciara allí mismo.

No solo quería destruirla a ella y a su mente, también quería arruinar su imagen, que cuando las personas la vieran, la odiaran y les diera tanta repugnancia como a mí. Quería que todos cuchichearan cuando la vieran pasar cerca, deseaba que le esquivaran un saludo e ignoraran sus palabras al hablar. Quería que su opinión no valiera y que nadie quisiera ser su amigo. Quería que llorara de tristeza y soledad, que suplicara por un poco de calor y contacto humano, y que nadie se apiadara de ella.

Juno no era la primera persona que había odiado, pero sí, la primera que quería destruir con tanto ahínco.

No podría continuar con mi vida normalmente, mientras supiera que ella seguía con la suya como si nada hubiera pasado, sin ninguna consecuencia por lo cual lamentarse y pedir perdón todos los días.

Mis demonios se calmaron cuando la vi salir de esa pensión. Esperé que se alejara unos metros para seguirla discretamente por detrás.

Miré la hora en la pantalla del celular. Al parecer llegaría un poco después de las dos horas prometidas. Pero bueno, ya buscaría alguna mentira que encubriera mi tardanza.

Juno se detuvo frente a un enorme edificio, con una fachada moderna, limpia y sofisticada.

Se llevó ambas manos al rostro y la vi contener un grito en la garganta. Al parecer, todavía permanecía en ella las quejas y amenazas de la discusión anterior con la recepcionista y el anciano.

Esperé unos minutos hasta que entró al edificio para hacerlo yo después.

Había una entrada amplia que se veía cómoda, y también lucía como zona de descanso, ya que había un hombre sentado en un sillón tomando agua de una botella, mientras jugaba a un juego de combinar colores en su teléfono celular.

— Juno, ten estas copias listas para dentro de una hora — dijo un hombre trajeado, al otro lado de la sala, mientras le entregaba una pila de hojas a mi objetivo.

— Enseguida — respondió esta y sin perder más tiempo desapareció por una puerta cercana, seguramente a realizar la tarea ordenada.

El hombre que había estado segundos atrás con Juno, me divisó a la distancia como si se tratara de un halcón. Quise huir del lugar, pero ya era demasiado tarde, cuando caminaba en mi dirección.

El hombre tenía un aura adulta que le rodeaba, pero, no por eso, se veía menos joven de lo que era. Seguramente debía estar en sus treintas, pensé internamente, y los llevaba de maravilla. Tenía el cabello negro azabache, que, en contraste, resaltaba como si se trataran de dos luceros, sus ojos celestes, y los lunares que rodeaban su ojo izquierdo, funcionaban como dos estrellas negras. Y el traje negro que llevaba, se embutía a su cuerpo, mostrando a los ojos ajenos, que tenía un buen cuerpo trabajado, horas, en el gimnasio.

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