Una vez llegamos, entendí por qué él había tenido el poder para imponerse sobre las órdenes de un oficial de policía. Su residencia era una enorme mansión de un rebuscado estilo victoriano, alzándose sobre una pradera verde y espesa que bordeaba la ribera.

Al llegar, nos abrió un hombre de aspecto esbelto, pálido y desgarbado, aunque apenas me dedicó una mirada antes de ingresar al lugar.

Escalinatas dirigían hasta una entrada de puertas dobles, lo suficientemente grandes como para que cruzara la caravana de un rey.
Una vez dentro, el eco resonó rebotando por toda la estancia, pisos de mármol negro y blanco, una gran escalera recubierta con finas alfombras que dirigía a dos alas distintas, una pared completamente vidriada dejaba ver los jardines traseros.

Era una oda a la elegancia y el lujo, aunque tampoco me podía quitar la sensación de que quizás hubiera sido más prudente pasar unos días tras las rejas.

──¿Es ella?

No sabía de dónde habían salido, pero al voltear me encontré con un grupo singular de personas. La que había hablado era una pelirroja de mirada conspiradora.

Se acercó a mí como si fuera la criatura más peculiar que hubiera visto.

──¿Cómo te llamas?

──Serena ──mentí porque me sonaba como a un buen nombre, y no podía recordar el mío.

──No es cierto, no lo recuerda.

Al girar me encontré con el tipo rubio con sus ojos sobre mí, arruinando mi entrada sin siquiera sacarse las manos de los bolsillos.

──A ti no te hablé, cállate ──La pelirroja le cortó con una increíble cordialidad.

Poco a poco, los demás fueron acercándose, como un grupo de chicos que encuentran un animal a un costado de la carretera y quieren ver quién lo pica primero.

De repente no me sentía tan segura.

──Yo soy Ángela ──se presentó la pelirroja──. Ellos son Héctor, Gabriel, Yamato y ese que te trajo y seguro no se presentó es Víctor.

Recopilé información, asociando nombres con caras, Ángela era la pelirroja de inquietante sonrisa simpática, Héctor era un chico alto, de tez oscura y brillantes ojos ámbar. Gabriel era un moreno con el cabello cuidadosamente peinado, altivo e indiferente, Yamato tenía una profunda mirada de ojos oscuros y el pelo de un brilloso blanco artificial.

──¿Y quiénes son exactamente?

¿Y por qué sus nombres suenan a como si mi abuela se hubiera juntado a jugar bingo con sus amigos?

Me pregunté si mi abuela hacía eso...

──La que debería decirnos quién es, eres tú ──punzó el moreno que ya decidí me caía mal.

──Manten los modales, Gabriel ──intervino Héctor, en tono ligero, con la elocuencia y cordialidad de un gran señor──. Quizás deberías hablar con Fausto, él sabrá explicarte mejor.

Quizás él era mi abogado.

──Te guiaré.

Dejé que Víctor me indicara el camino, dejando al singular grupo atrás, pero todavía sintiendo su mirada en mi nuca.

──¿Quiénes son tus amigos? ──indagué.

──No dije que fueran mis amigos.

──¿Por qué todos usan nombres en clave? ──intenté otra vez.

──Porque es divertido.

Víctor se mantuvo concentrado en mostrar indiferencia, o quizás en realidad la situación le daba igual. Lo único que escuchaba era el eco de nuestros pasos, por lo que decidí volver a intentar.

──¿Todos viven aquí?

──A veces.

──Hay suficiente espacio para todos ──noté de forma muy locuaz.

──Bien dijiste que eras muy observadora.

──¿Con qué trafican?

──¿Eres policía? ──preguntó de vuelta──. Si lo eres, tienes que decirme.

──Tienen pinta de que son drogas.

──¿Siempre dices todo lo que piensas? ──Se recargó sobre una puerta de roble con un extraño símbolo grabado en el centro.

──Es medio turbio que tengan una mansión tan grande en un pueblo tan pequeño, son las drogas o algo como la secta Manson. Preferiría las drogas.

Víctor ensanchó su sonrisa, como si hubiera algo mal conmigo y no con sus extraños compañeros. Ya frente a la puerta, él golpeó una vez antes de recibir el permiso para pasar.

──Con personas ──dijo antes de irse, se encogió de hombros como si no fuera la gran cosa──. Sobre todo con esas con la lengua muy suelta.

Le dediqué una mirada más, pero no le respondí, antes de entrar en lo que supuse debería ser el despacho de mi abogado.

Probablemente había sido una gran imprudencia haber aceptado su ayuda y no haber salido huyendo todavía, una parte de mí había esperado que mi mente volviera en flashes. Lo esperé durante todo el trayecto hacia la mansión, como eso no parecía pronto a suceder, el pánico comenzaba a apretar mis sentidos y alertar mi enrevesada situación.

──Señorita ──me saludó Fausto──. Tome asiento, tengo algunos datos que compartirle.

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