Capítulo ocho

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Apreté el puño, y tenía la sensación de que volvería a golpearlo.

Jiang me metió prisa:

—Tenemos que irnos.

—Un momento —supliqué. —Mírame, Bloody —éste se limitó hacerlo; aunque pensándolo bien, nunca me retiró la mirada. —Te arrepentirás de haberme secuestrado.

Alcé mi espalda y me dirigí hasta Jiang. Antes de salir por la puerta de la habitación, Bloody me detuvo con sus vulgares palabras.

—¿Te vas sin hacerme una mamada?

Le enseñé el dedo corazón.

—¡Alanna! —Gritó, y detuve mis pasos al oír mi nombre. —Prométeme una cosa —lo miré por encima del hombro, no respondí. —Si volvemos a vernos, me darás un beso.

Reí.

—La próxima vez que tú y yo nos reunamos, será en el infierno.

Bloody prosiguió:

—Lo digo en serio, cielo —dijo, mostrando su dentadura en una sonrisa. —Quiero un beso con lengua. Y, mientras tanto, quiero posar mis manos en esas bonitas tetas que he visto.

Jiang me detuvo por el cuello de la chaqueta. Al oír las palabras de Bloody, intenté lanzarme de nuevo sobre él para golpearlo. Pero teníamos que irnos. Dejé que su voz, que empezó a cantar una de las canciones de Metallica, nos acompañara hasta que nos perdimos en la planta baja del edificio.

A unos metros de la autopista, dos camionetas negras esperaban la orden del hombre filipino. Jiang, con ese desparpajo que él tenía, golpeó el primer vehículo y este encendió el motor.

—Nosotros iremos en el segundo —abrió la puerta, como de costumbre.

—Gracias —y estaba agradecida. Acomodé el cinturón de seguridad, esperando a que Jiang siguiera a los demás. —¿Mi madre me ha echado de menos?

No respondió.

Al menos mandó a alguien para que viniera a buscarme.

Cuando regresara a casa estaba convencida que le ocultaría al mundo las desgracias que viví los dos últimos días. Y, si tenía que hacerlo con alguien, esperaba hacerlo con un psicólogo.

—¿Has comido? —Rompió el silencio.

Sonreí.

—He probado la pizza.

Recordé el trozo de masa con tomate y queso. Bloody nos la tiró para que saliéramos de la habitación, ya que él tenía que fornicar con la mujer que conoció en el parking del motel.

—¿Por primera vez?

—Mi madre nunca me ha dejado comer pizza. Parece ridículo, ¿no?

—A mí me siguen llamando chino cuando no lo soy —soltó una carcajada. —No podemos gustar a todo el mundo, Alanna.

Tenía razón.

—Pero es mi madre —susurré.

Nunca conseguí un beso de buenas noches, o un abrazo por obtener buenas notas. Mi madre era diferente a las demás. Y siempre envidié a mis amigas por tener a unas madres tan cariñosas.

Pero en ese momento no podía odiarla. Ella organizó todo el rescate junto a Ronald.

El vehículo se detuvo, y la primera furgoneta se perdió.

—¿Sucede algo? —Pregunté, preocupada.

—Bájate, Alanna.

Seguramente alguna rueda se había pinchado. Me liberé del cinturón de seguridad, y bajé sin preguntar nada más. Cuando Jiang se reunió conmigo, apareció mostrándome el arma.

—De rodillas.

—¿Qué?

—¡Ponte de rodillas!

Tragué saliva.

—Jiang...Por favor...

—Alanna, no quiero repetirlo.

Empecé a temblar.

—¿Por qué me haces esto?

—Me lo ha pedido tu madre.

«Será zorra.»

—No...no lo hagas, por favor.

—Tengo que matarte, Alanna. Lo siento.

—¡Me acabas de salvar!

Había huido de Bloody, porque estaba convencida que volvería a mi hogar. Y me equivoqué. Pasé de estar con un tarado, para que uno de los criados de mi madre me matara en medio de una autopista.

—Cierra los ojos.

—Cobarde —gruñí. —Si vas a matarme, mírame.

El pulso le tembló. Acomodó el arma en mi frente y desvió la mirada.

—Lo siento.

—Sí, eres un puto chino. ¡Cabrón!

Jiang se dispuso a apretar el gatillo.

Cerré los ojos.

Cuando estaba con Bloody, era la muerte que saboreaba. Y por fin, lo había conseguido.

«Aquí tienes tu regalo, mamá. Una hija muerta.»

Y se escuchó un disparo.

Algo me salpicó en el rostro. Y sentí un latigazo en los parpados.

Al abrir los ojos, lo primero que me acechó fue el cuerpo sin vida de Jiang. Cayó encima de mí. Lo que me golpeó los parpados eran trozos de sus sesos.

Sentí arcadas.

Estaba cubierta de sangre.

—Jo-Joder —tartamudeé. —Joder.

La risa de un hombre me recordó que todavía estaba en peligro.

—¿A qué huele, cielo? —Se aproximaba. —¿Es azufre?

«Bloody.»

—¡Quiero mi beso! Y, —sonrió— lo quiero ya.

Tenía dos opciones:

Irme con ellos.

O volarme la cabeza.

Aparté el cuerpo de Jiang y cogí el arma.

Había optado por la segunda opción.

Mi madre me quería muerta. La misión de Bloody y Ray era llevarme con un hombre del que ni siquiera conocían sus intenciones.

¿Por qué cojones quería seguir viviendo?

«A tomar por culo.»

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