El chico sintió como si un camión le hubiera impactado en el pecho y estuvo a punto de echarse a llorar ante esa posibilidad. El semblante pesaroso que Galizur portaba lo hizo estremecer con miedo, pero entonces recordó lo que Dios le había dicho y supo que aquello no era probable.

No podía decir cómo o por qué, simplemente lo sabía, lo sentía. Elisa estaba ahí arriba. Su certeza era tan clara como el agua, como el cielo en el que se encontraban.

Elevó su barbilla en un gesto que hizo sonreír a Galizur por lo humano que parecía Caliel en ese momento.

—Eso no es posible —dijo con una seguridad tan grande que la sonrisa del arcángel de ensanchó.

—¿Lo dices sin ninguna duda?

—Así es —declaró.

Ante su respuesta, Galizur abrió la puerta frente a la que se habían detenido.

—Tienes razón. Ella está aquí dentro. —Caliel casi lo empujó para pasar cuando el arcángel no hizo amago de retirarse—. Pero por pura curiosidad... ¿qué habrías hecho de ser cierto?

Caliel miró el gesto del ángel frente a él y sonrió. Galizur lo sabía. Debía saber que por Elisa habría viajado por cada uno de los círculos del infierno aunque aquello le hubiera costado su propia vida.

—Habría cumplido mi promesa —dijo con sencillez. No detalló nada más, el brillo de comprensión en los ojos de Galizur le indicó que sabía a lo que se refería.

«Volaría hasta el infierno si fuera necesario».

El arcángel se dio medio vuelta sin decir nada más y dejó a Caliel de pie frente a la puerta abierta. El muchacho lo vio marcharse solo durante un segundo. Luego recordó que del otro lado de la puerta podría encontrar a Elisa y se apresuró a entrar. Un largo pasillo blanco y vacío le dio la bienvenida. Nunca en sus tantos siglos de edad había visto aquel lugar y mientras caminaba por la extensión que parecía nunca terminar, las palmas de las manos comenzaron a sudarle y el corazón —¿el corazón?— a latirle con más prisa.

Elisa estaba del otro lado, podía sentirlo. Era como si de alguna manera sus almas estuvieran conectadas, entrelazadas; como si ellos dos estuvieran unidos por un hilo invisible que los volvía capaces de percibir la presencia del otro. Podía sentir su esencia llenándolo todo al otro lado de la puerta que comenzaba a distinguir. Podía sentir su luz filtrándose y llenando su corazón, derramándose sobre su alma apenada.

Colocó su palma sobre la puerta cuando estuvo frente a ella y empujó. Tuvo que llevar una mano frente a su rostro cuando una luz cegadora se hizo presente. Entonces se desvaneció y Caliel pudo ver con claridad la escena frente a él. No sabía describirlo más que como un prado de nubes. Ante él se extendían hectáreas y hectáreas de nubes blancas y tornasoladas y se unían en el horizonte junto con el resto del cielo. Sin embargo, su atención la captó un pequeño grupo de gente se hallaba congregado a pocos metros frente a él y a la derecha. Justo en medio de aquella pequeña reunión estaba Elisa.

Su protegida, su amiga, su guardiana... Su Elisa.

Ella estaba ahí junto con algunos de sus seres queridos. Su madre, su padre, su amiga y una mujer mayor que suponía era su abuela. Todos estaban ahí con ella, riendo, disfrutando, siendo felices. Y a pesar de que podía ver que Elisa se encontraba contenta, sus ojos no brillaban por completo como él sabía que podían llegar a hacer.

No fue hasta que él dio un paso tentativo hacia delante que la mirada de ella se elevó y sus ojos se engancharon con los de él. Ambos retuvieron el aliento durante un segundo, entonces los ojos de la chica resplandecieron y su sonrisa se tornó imposiblemente grande.

Sueños de CristalWhere stories live. Discover now