Sí que lo era, sí que era una humana con corazón de ángel. Pero él no era un ángel, era un monstruo que no había sido capaz de defenderla, que había dejado que el ser que más amaba en la tierra y en el cielo, pereciera en sus propios brazos. ¿Cómo evitar pensar que ya no había nada por hacer? ¡No había ya nada por hacer! ¿Qué más podría hacer sin ella?

«He guardado este secreto por años, he sido el encargado de cuidar la profecía, pero ahora ya lo sabes, todo está listo para el final y ya no quedan más días de los que pueden ser contados con los dedos de una sola mano. No teman, Caliel, no pierdan la fe, el final puede ser solo el inicio y cuando más oscura esté la noche, más cerca estará por salir el sol. Pero no olvides que a veces, para ganar, antes hay que perder».

Negó enfadado y vencido, ¿ese viejo se había estado burlando de ellos? ¿Y si todo había sido una trampa para que sucediera justo lo que sucedió? ¿Si en esa misma carta en la que les sugería cuidarse de la sombras los había estado llevando directo a ellos? Negó con la cabeza y suspiró, ya nada importaba. Ni las promesas de que el final pudiera ser el inicio, ni la próxima salida de un sol. Ni nada de esa palabrería podía hacerlo imaginar siquiera cómo seguir sin Elisa.

Volvió a mirarla, esperando una vez más que de pronto reaccionara, despertara. Su cuerpo lívido parecía flotar entre sus brazos. De alguna extraña manera sus facciones parecían haber recobrado la paz que hacía días los había abandonado. Sintió rabia por esos arcángeles que con varias legiones de ángeles habían llegado en su ayuda, pero qué más daba, llegaron tarde, y no pudieron hacer ya nada por ellos. Pensó en lo iluso que había sido, muchas veces se había preguntado qué sería de él cuando ella falleciera, se había incluso planteado cómo sería iniciar de nuevo el servicio con un nuevo humano.

Había fantaseado con el momento en que su alma se apagara y él la guiara a la eternidad. Sin embargo ahora él era más humano que ángel, no podía atravesar ese mundo y no sabía si quiera si podía morir... Y si lo hacía: ¿iría donde ella estaba? ¿Qué sería de él? ¿Sería castigado y enviado al infierno por haberse sublevado a la órdenes de Dios? Estaba incluso enfadado con Dios por haber permitido que ella muriera. Sus lágrimas seguían cayendo a la par que la lluvia que lo empapaba por completo.

Cuántas veces había querido saber qué se sentía caminar bajo la lluvia y Elisa intentaba explicarle la sensaciones, cuántas veces deseó sentir el calor del sol quemando su piel como lo sentía Elisa. Y ahora... ahora que podía ya nada tenía sentido. Porque no había sol ni lluvia ni atardeceres, no había sensaciones ni sentimientos que él quisiera experimentar si no estaba ella a su lado. Le dolió pensar en una eternidad separados, le dolió imaginar que ella estaría sola en algún sitio, le dolió pensar que no escucharía más el sonido de su sonrisa, que no podría volver a sentir su piel, sus labios, el calor de sus besos.

—¿Por qué tú? ¿Por qué no me tomaron a mí? —inquirió abatido en un susurro como si ella pudiera oírlo—. ¿Por qué no dejé que me mataran a mí? —repetía una y otra vez. Entonces el hedor cerca suyo se intensificó y supo que no estaba solo, un par de demonios se habían logrado escapar de la batalla que se libraba entre los seres de luz y los de oscuridad y se habían acercado a él. Reían mientras lo miraban con la chica inerte en sus brazos.

—¿Vas a poseer su cuerpo? —le preguntó uno al otro.

—Sí, aunque no sé qué tanta fuerza podría tener un cuerpo como ese —respondió el otro y ambos se empezaron a reír de una forma que a Caliel le pareció repulsiva.

—¡No van a tocar su cuerpo! —exclamó aferrándose a ella y abrazándola, no iba a dejar que esas sombras inmundas se metieran en ella y la profanaran.

—¿Y quién nos lo va a impedir? ¿Tú?

—Aunque yo tengo una idea —dijo entonces una de las voces—. ¿Qué tal si hacemos un trato? —inquirió con voz aguda, asquerosa, putrefacta.

—No hago trato con demonios —zanjó Caliel abrazando más fuerte el cuerpo de Elisa.

—Tú no estás lejos de ser uno de los nuestros, Caliel, tú también te negaste a seguir órdenes —dijo uno de ellos y el otro se largó a reír.

—Hagamos esto, déjame ingresar en ti —susurró acercándose a Caliel y haciendo que se le erizara la piel—. Necesitamos tu cuerpo para hacernos fuertes y ganar a los ángeles... con tu fuerza lo lograríamos —añadió.

—¡Están locos! No lo permitiré —zanjó con seguridad.

—Oh... qué pena, entonces nos apoderaremos del cuerpo de la chica —añadió ahora con voz fingida—. La usaremos para escapar y luego lo destrozaremos por completo —rio de forma demencial.

—¡No!

—Creo que no te das cuenta que no estás en posición de exigirnos nada, Caliel. Y tus amigos los ángeles, no han venido por ti —dijo señalando a los que luchaban con aquellas sombras—. De hecho les da lo mismo lo que hagamos contigo, pienso incluso que los usaron como conejillos de india para encontrarnos a nosotros, los entregaron a su suerte para que los guiaran a donde estábamos —rio desenfadado.

—Pobre, Caliel, ya perdió sus alas, su eternidad, sus poderes y ahora a la humana por la cual dejó todo —se burló el otro. Caliel se hartó de escucharlos y decidió que ya era suficiente. Levantó la vista y vio que los ángeles y las sombra luchaban intentando aniquilarse mutuamente ocasionando un espectáculo de luces que parecían fuegos artificiales cada vez que un ángel aniquilaba a un demonio.

Por un breve segundo de tiempo deseó poder ayudar, una ligera esperanza de que alguno de los arcángeles lograra despertar a Elisa —a quien aún no podía aceptar muerta—, le inundó el alma. Pero entonces las sombras lo rodearon y su esperanza se vio asfixiada por la putrefacción, el odio y la maldad de aquellos seres. Con ellos tan cerca Caliel quiso morir, la depresión lo tomó por completo y pensó que nada valía la pena sin ella y que solo quería acabar con su propia existencia.

Un grito ahogado salió de su boca en el mismo momento que sintió como si una de las sombras hubiera caminado a través de él, una quemadura intensa, un dolor inmenso.

—¡Déjenme, por el amor de Dios! —suplicó y aquel ruego llamó la atención de un arcángel que luchaba a unos cuatro metros de distancia.

—¡Suéltenlo! —gritó el mismo sabiendo lo que sucedería si los demonios llegaran a poseerlo.

—¡Ahhggg!

Caliel gritó retorciéndose de dolor al sentir al demonio atravesarse de nuevo. No le quedaban muchas fuerzas y sabía que ya faltaba poco, un par de movimientos más y lo habría poseído del todo.

—Debes matarlo —susurró una de las sombras—. Su mente es muy fuerte, si no lo haces no lograrás obtener el poder al poseerlo —aconsejó.

—Tú lo matas y en ese mismo momento yo lo tomo para que no perdamos ni una pizca de su esencia divina.

Ambos se rieron de forma macabra y Caliel supo que estaba perdido, esas sombras se habían atravesado en él y lo habían dejado exhausto justo para que no pudiera luchar. Tomó entonces la mano de Elisa entre las suyas y se encogió.

—Te amaré eternamente —prometió. Entonces cerró los ojos esperando lo peor.

 Entonces cerró los ojos esperando lo peor

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