«No olvides que a veces para ganar, antes hay que perder».

Perder... Empezaba a entender que eso era a lo que se había referido la carta. Perdería su vida, ¿no? Pero... ¿qué ganaría? Él tal vez nada. Tal vez solo era un medio para un fin. Tal vez lograría cumplir su cometido y esa sería su ganancia, pero él ya no estaría para verla; se habría ido. No sabía ni siquiera si Elisa saldría ilesa. Sin embargo... algo dentro de él, algo que no conocía, una voz, le decía que no era eso a lo que la carta se había referido. Que luchara, no solo por ellos dos, sino por la humanidad que estaba en juego. Por la esperanza que habían encendido sin saber...

«Caliel... ».

Entre aquella marea de dolor que lo abrumaba cada vez más y que lo cubría desestabilizándolo, haciéndole perder el sentido, pudo oír a lo lejos la voz aterrada de Elisa.

—Caliel...

Parecía estar llorando. Era incapaz de abrir sus ojos para comprobarlo, apenas y podía concentrarse en algo que no fuera aquella tortura, pero sentía su propia angustia irradiando como olas y estrellándose contra él, haciéndolo todo peor. La chica, por su parte, gritaba una y otra vez sin intentar secar las lágrimas que humedecían sus mejillas. Ver a Caliel ahí en medio del remolino de sombras, luciendo indefenso, débil y vulnerable... estaba partiéndole el corazón.

—¡Caliel, por favor! —gritaba desgarrándose la garganta con cada palabra—. ¡Levántate!

Los ruegos afligidos no solo lastimaban su garganta, sino su corazón y su alma. Su cuerpo entero se estremecía con cada respiración, con cada sollozo, con cada segundo que pasaba viendo al muchacho sin moverse. Se sentía impotente, desolada; quería hacer algo para ayudarlo, aunque sabía, no podía hacer mucho. En ese momento pudo escuchar con claridad la voz de los demonios que Caliel había logrado destuir.

«Cuerpos humanos inútiles».

Así era como se sentía en aquel momento: inútil, impotente... débil.

¿Qué iba a hacer ella, una simple humana, contra toda una legión de demonios? Nada... Sin embargo... ella había prometido cuidarlo. Ahora que él estaba desprovisto de dones divinos, ella se había jurado protegerlo, dar su vida por su bienestar si era necesario... así que, con piernas temblorosas, se puso de pie y a todo pulmón gritó:

—¡Déjenlo en paz!

Sin ser consciente de que con la determinación que acababa de tomar, Elisa resplandecía atrayendo así al mal. Su corazón puro, su alma impoluta, sus sentimientos sinceros, todo eso logró que la legión de demonios olvidara por un segundo a Caliel y se concentrara en ella. Dejaron de girar, de burlarse, y cientos de ojos encendidos como fuego se fijaron en ella.

—Déjenlo —repitió sintiendo que las rodillas le fallarían en cualquier instante. Miró a Caliel pálido e inconsciente tumbado sobre el suelo, respirando con dificultad, e intentó armarse de valor. Tomó una profunda respiración y entonces elevó la barbilla sintiendo que las lágrimas se le secaban sobre el rostro —. Yo tomaré su lugar, pero a él no lo lastimen más.

Sentía que el corazón se le saldría del pecho mientras un eterno par de segundos se alargaba sin respuesta, pero entonces, como una masa espesa, todos aquellos seres dejaron de lado a Caliel y se acercaron a ella.

—Dos razas distintas —siseó una voz haciendo referencia a la profecía que Elisa desconocía por completo—. La contraparte.

«La otra cara de la moneda».

Elisa cubrió sus oídos asustada cuando aquella voz sonó en su cabeza, no obstante todo se quedó quieto. Ninguno de aquellos entes hizo amago de acercarse o mostró signo de haberla escuchado, por lo que aprovechó y se acercó a Caliel, que seguía tumbado en el suelo. Había comenzado a quejarse levemente y movió la cabeza apenas hacia un lado, pero sus ojos permanecieron cerrados.

Sueños de CristalWhere stories live. Discover now