—¡Cuerpos de humanos inútiles! —masculló el hombre mirándose a sí mismo, aún en el suelo, con asco—. Solo entorpecen.

La mujer a su lado asintió señalando su pierna, la cual arrastraba en cada paso que daba.

—Deberíamos dejarlos... y poseer otros más jóvenes. —El brillo maligno en los ojos de la mujer al ver a Elisa fue suficiente para saber qué deseaban saber, pero nada los preparó para ver cómo el cuerpo de la mujer comenzaba a temblar sin control y unos gritos escalofriantes llenaban el lugar.

Fueron solo un par de segundos —los más largos que hubieran vivido nunca—, porque poco después el cuerpo inerte estaba tendido sin vida en el suelo y una sombra con olor putrefacto se alzaba sobre todos.

«Es mía».

La voz siniestra resonó dentro de la cabeza de los muchachos y Elisa dio un paso hacia atrás.

—¡Corre, Elisa!

La chica no se permitió pensarlo dos veces. Giró sobre sus pies y se lanzó por el pasillo hacia la entrada y Caliel, detrás de ella, vio cómo sus extremidades se iluminaban y le permitían tomar aquella sombra que, de otra manera, se le hubiera escapado entre los dedos al ser incorpórea. Los tres seres se sorprendieron al ver lo que había logrado.

—No puede ser —masculló el demonio en cuerpo de hombre.

Caliel sonrió satisfecho al ver que la suerte estaba de su lado, su miedo desapareció... y recordó. Recordó todas aquellas lecciones que había visto en el cielo acerca de enfrentar y vencer a los malos espíritus, y no tardó en poner en práctica aquellos conocimientos.

Elisa ya había cruzado la puerta y llevaba recorridos varios metros cuando se le ocurrió mirar por encima de su hombro. El cielo estaba oscuro pero, inexplicablemente, el sendero frente a ella y su alrededor se había iluminado de repente, al igual que la casa de la que huía. De ella salía una luz demasiado brillante por las ventanas y las grietas en las paredes, como si un sol se hubiera encendido dentro de ella y necesitara extender su fulgor en cada rincón.

Elisa tuvo que entrecerrar los ojos y colocar una mano abierta frente a su rostro dado que la intensa luz lastimaba su vista y entonces, mientras trataba de enfocar la escena frente a ella, una fuerza, como un viento intenso acompañando la luz, la hizo tropezar y caer hacia atrás mientras un estruendo rompía los cristales. La potencia de aquella ventisca hizo vibrar su cuerpo y un calor la alcanzó abrasando su piel. La chica no pudo más que observar horrorizada cómo, tras aquel incidente, la luz que segundos antes hacía parecer la noche día, se apagaba y dejaba la casa en silencio y la más profunda oscuridad.

—¡Caliel!

Elisa se incorporó lo más rápido posible y salió corriendo al edificio rogando porque su amigo estuviera bien. Aquel suceso no podía haberlo lastimado, no... Él tenía que estar bien. No podía perderlo.

Cruzó en pocos segundos la distancia que la separaba de la puerta principal y entonces lo vio. A Caliel. Estaba tumbado en medio de la sala, un círculo limpio alrededor de él, y lo demás... negro. Unas siluetas se dibujaban sobre las paredes, como la impresión de unos cuerpos que hubieran sido desintegrados, pero no había nadie más. La pareja ya no estaba, y Caliel...

Un quejido saliendo de él hizo sonreír a Elisa, quien se encontraba a punto de echarse a llorar. Se acercó a él, se acuclilló a su lado y lo giró para que quedara recostado sobre su espalda. Él no tardó mucho en abrir los ojos y al verlo, hizo una mueca que intentaba ser una sonrisa.

—Hola. —Un gesto de dolor cruzó su rostro, pero entonces se recompuso y volvió a sonreír. Elisa rio aliviada al tiempo que un par de lágrimas escapaban de sus ojos.

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