—¿Hay más? —inquirió la muchacha al ver que él no continuaba.

—Sí... Apenas suceda la transformación, Elisa... no te recordaría —zanjó y sintió que la sola idea de olvidarla ya le dolía.

—¿Qué? ¡¿Cómo?!

Elisa abrió los ojos en un gesto de sorpresa y sintió que todo su cuerpo agotado ya hasta el límite, se tensaba. Si Caliel no podía recordarla sería como si no existiera, sería como estar sola, sería como que... nada hubiera valido la pena, como si su vida misma no hubiese existido. En ese momento Elisa comprendió algo: ella nunca había estado realmente sola, ella no sabía ni podía vivir sin él.

—Al perder mi condición de ángel me retiran todos los recuerdos vividos, es lógico, en la tierra nadie sabe nada de lo que sucede en el cielo, los hombre no pueden entender ni conocer ciertas cosas... Si un ángel dejara de serlo y guardara todos esos recuerdos, los secretos del cielo estarían desprotegidos y podrían filtrarse; eso crearía confusión y caos. No todos los seres humanos son capaces de entender la divinidad, Elisa.

»Así es que al renunciar a mi condición de ángel, renuncio a todo... incluso a mi alma. Me volvería un mortal, sí, pero cuando muriese, mi alma no tendría derecho de volver al cielo. El castigo para mi espíritu sería quedar atrapado en la tierra sin poder vivir en ella ni tampoco escapar jamás —explicó, entendiendo a medida que hablaba el gran sacrificio que hacía al renunciar a todo.

Elisa quedó en silencio durante un instante. Aquello que le decía Caliel era demasiado, no podía obligarlo a quedarse en esas circunstancias, no podía pedirle que renunciara a todo lo que era solo por no quedarse sola. Era obvio que a la tierra ya no le quedaba mucho tiempo y ella probablemente moriría pronto, sus padres ya no estaban y no tenía más por qué ni por quién luchar. Si Caliel regresaba ella no tardaría en morir —o dejarse morir— para poder ir también a donde iban todos los que amaba.

¿Qué sentido tendría pedirle que se quedara y condenarlo así a una eternidad de vacío y soledad? No podía hacerle eso, por más que lo quisiera, por más que sintiera que moriría sin su presencia, por más que nunca había estado sin él.

Caliel se volteó para observar la Iglesia en donde estaban mientras Elisa seguía meditando en sus palabras. Algunas partes habían sido destruidas por el terremoto y otras permanecían intactas, esa era su casa, el lugar donde se sentía seguro. Un extraño sentimiento completamente desconocido para él lo empezó a inundar, subía desde sus pies e iba tomando su cuerpo entero, podría jurar que sentía temblar su interior y miles de pensamientos negativos se generaron en su mente. Se vio a sí mismo perdido en la sombras, solo, agobiado, abatido.

Desesperanza, pensó. Ese era el principal enemigo de los seres humanos; era el sentimiento que mataba los sueños, las ilusiones, el entusiasmo, la felicidad. Sabía cómo funcionaba, lo había estudiado en sus libros, invadía la mente con mensajes de inseguridad e impotencia, con frases que le hacían creer a la persona que no sería capaz de lograr nada, que no valía para nada, que nadie lo quería, que nada tenía sentido. Una vez allí daba paso al miedo, y este lo poblaba todo en el alma hasta llegar a inhibir a la persona por completo, quien tenía miedo se paralizaba, no era capaz de reaccionar, de actuar. La desesperanza y el miedo, daban paso a la depresión, que finalmente acababa con el alma humana.

Entendía lo que estaba aconteciendo y tenía que actuar pronto. Se giró de golpe para decirle a Elisa que ya estaba sucediendo, que ya estaba perdiendo sus poderes, entonces la vio venir corriendo con los ojos llenos de lágrimas. Abrió los brazos para recibirla y ella se aferró a su cuerpo, lo abrazó como si fuera la última vez que podría hacerlo... porque era así.

Lo dejaría ir, porque no podía pedirle que se quedara por ella, porque no era justo, porque deseaba su bien, porque de alguna extraña manera... ella lo amaba.

Elisa lloró en sus brazos mientras buscaba las palabras exactas para liberarlo, para pedirle que regresara, para obligarle si era necesario. Caliel sentía ya como si miles de hormigas caminaran por su cuerpo, la transformación estaba teniendo lugar y estaba sucediendo de manera rápida, sin embargo no quería soltarla, no podía, no quería olvidarla. No le importaba no recordar nada sobre los querubines, sobre lo que había leído en su entrenamiento para guardián, no le interesaba abandonar sus sueños.

Sintió como si se mareara, como si en su mente se sucediera una lucha intensa, esos sentimientos malos que lo estaban aturdiendo segundos atrás parecían perder intensidad ante la idea de perderla, de alejarse de ella, de que le sucediera algo malo. Se trataba de la lucha del mal contra el bien en su propio cuerpo, sentía como si el mismísimo apocalipsis se estuviera desarrollando allí en su cabeza, en su corazón, en su alma.

—Caliel... debes regresar. No quiero eso para ti, no quiero un sufrimiento eterno. Prefiero que te vayas, yo estaré bien. Te prometo que haré lo que siempre me has dicho e intentaré mantenerme alejada del mal. Volveré al cielo cuando sea mi hora y allá nos veremos, supongo. Tú no puedes perder tu divinidad, tu eternidad, tus recuerdos... Prefiero que me recuerdes siempre, Caliel. No quiero que olvides lo que eres, lo que soy, lo que fuimos, lo que somos... Regresa, por favor —sollozó.

Caliel hizo un gran esfuerzo por mantenerse consciente, sentía una revolución en su alma que se transformaba en sensaciones intensas que probablemente tendrían que ver con el dolor, que era algo que jamás había experimentado.

—No... no... lo entiendes... —murmuró apenas y se dejó caer. Sus piernas ya no lo sostenían, sus brazos no tenían fuerza alguna, sus ojos se cerraban y una finísima capa de algo húmedo comenzó a poblar sus manos y su frente.

Era eso que los seres humanos llamaban sudor.

—¡Caliel, ¿estás bien?! ¿Qué sucede? —inquirió Elisa cayendo a su lado y tomándolo de la mano. Se veía extraño, su cuerpo era presa de pequeños espasmos y no parecía dueño de sí—. ¿Caliel? ¿Qué hago? ¡Debes regresar! ¡Dime qué hago!

—Elisa... —murmuró intentando abrir los ojos y enfocarla. Estaba pálido—. Ya... es tarde.

—¿Tarde? ¿Por qué? ¡Regresa ahora! ¡Estamos en una iglesia! ¿Qué hago? ¡Dime! —gritó la muchacha. Caliel infló el pecho como pudo, sentía como si algo pesado le apretara el torso, necesitaba aspirar, necesitaba hacer algo que nunca antes había hecho... necesitaba respirar.

—Yo ya no puedo volver —dijo antes de comenzar a hacerlo. Su torso empezó a moverse como si cada respiración le doliera, como si no fuera capaz de recibir el oxígeno que necesitaba—. Renuncié a ello cuando... cuando... —Aspiró hondo—, cuando te salvé de morir en el terremoto...

—Caliel —dijo la chica cayendo sobre él y sollozando—. Yo te cuidaré, pero por favor no me olvides —imploró.

—Puede que mi mente no te recuerde cuando despierte, Elisa... pero mi alma siempre lo hará.

Y dicho eso sintió como si su cuerpo entero se sacudiera de forma intensa y dolorosa. Algo salió de él, algo que era esencial para su divinidad, y luego llegó la calma, el sueño, la paz...

Cerró los ojos y no supo más.

Cerró los ojos y no supo más

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Sueños de CristalWhere stories live. Discover now