Admiraba su capacidad de desplazar las malas noticias como si no importaran. Admiraba su candidez, su ausencia de malicia. En el mundo en que se vivía ahora era visto como un defecto, pero a sus ojos era una cualidad. Era increíble ver cómo algo tan puro seguía existiendo en un mundo tan ruin, cómo la inocencia de Elisa seguía floreciendo aun con un ambiente tan corrupto rodeándola. Era como ver un rayo de luz, de esperanza, justo en medio de la más espesa oscuridad. Eso era lo que, a sus ojos, volvía especial a su protegida y la hacía brillar.

Elisa sonrió al escucharlo y comenzó a aplicarse rímel en las pestañas.

—No me gusta pensar en lo malo del mundo —contestó con simpleza. Hizo un gesto abriendo la boca para poder pintarse las pestañas inferiores y Caliel rio.

—Me gusta eso de ti.

—Lo sé, es imposible que no le guste a alguien.

Elisa rio batiendo sus maquilladas pestañas con coquetería y el ángel puso los ojos en blanco.

—Sí, como sea, señorita modesta. Vamos que tu padre nos espera.

—Querrás decir me espera. Él ni siquiera sabe que existes —refutó la castaña, como siempre, divirtiendo a su guardián.

Mientras ambos iban sentados en el auto rumbo al colegio —Elisa en la parte delantera como copiloto y Caliel en la trasera—, no pudieron evitar sorprenderse al ver las calles principales infestadas de manifestantes. Llevaban pancartas y se plantaban frente a los edificios del gobierno exigiendo que les devolvieran sus empleos. Querían justicia o si no «el pueblo la tomaría por su propia mano», como decía uno de los cartelones.

Elisa sintió que un escalofrío estremecía su cuerpo. Tenía la certeza de que eso no tardaría en irse de las manos y que el gobierno nada podía hacer para apaciguar al pueblo.

—Ya está empezando —escuchó que decía su padre en voz baja. Tragó saliva al mirarlo de reojo y encontrarlo con el ceño arrugado en preocupación—. Cuando salgas de clases llamas a tu madre para que te recoja. No quiero que te vayas caminando sola a casa, ¿entiendes?

Elisa estuvo a punto de decirle que nunca se iba caminando sola, que Caliel siempre la acompañaba, pero se mordió el labio antes de poder abrir la boca.

—¿Entiendes, Elisa? —cuestionó su padre nuevamente, esta vez con más dureza.

—Sí, pá.

Cuando al fin Elisa bajó del auto y su padre siguió su camino, ella se dio cuenta de los semblantes de sus compañeros. Mientras avanzaba hacia la entrada podía escuchar los murmullos acerca de las calles siendo tomadas. Algunos parecían emocionados, otras tantos intrigados y una minoría asustados. Habían estado escuchando los rumores, algunos de sus padres habían sido despedidos y comenzaban a tomar represalias, otros tantos se mantenían al margen y solo observaban lo que empezaba a llevarse a cabo sin intención de intervenir.

—Están preocupados —dijo Caliel a su lado.

Elisa asintió de modo apenas perceptible sin decir palabra alguna. En ese momento, rodeada de tantas personas, alcanzó a recordar que su guardián era solo visible ante sus ojos y se contuvo de responder en voz alta.

Cuando entraron al edificio, Elisa se dirigió hacia el baño para hablar a solas con Caliel, pero al ver que había un par de chicas más aparte de ella, sacó su celular y se encerró en un cubículo. Tal vez así las haría creer que hacía una llamada y no que estaba hablando sola.

—Tengo miedo —se escuchó decir.

Ahí iban sus dedos subiendo de manera inconsciente para tocar al angelito sobre su pecho. Caliel suspiró al verla tan afectada por la situación.

—Lo sé, puedo percibirlo. Así como también puedo percatarme de cómo tus compañeros se sienten al respecto.

—¿Y cómo se sienten? —preguntó curiosa ella.

—Algunos como tú. Asustados porque pueden presentir lo que se avecina. Otros tantos... —Se encogió de hombros—. Su entusiasmo me alarma. Saben que no se acerca nada bueno y aun así están animados.

—Quieren ver el mundo arder —dijo Elisa riendo sin humor. Caliel la imitó.

—Sí. Y lo peor es que creo que van a lograrlo.

La morena se sobresaltó al escuchar aquello.

—¿A qué te refieres, Caliel? ¿Qué sabes? —La manera en que Elisa exigió información hizo que Caliel se preguntara si no habría sido mejor no contarle nada.

—Bueno... en el cielo también hay rumores, ya sabes.

—¿Y qué dicen esos rumores?

Si no hubiera sido porque Caliel podía atravesar cualquier tipo de superficies, se habría alarmado por la manera en que Elisa parecía arrinconarlo en una esquina del reducido cubículo.

—Que las cosas no van a ponerse bonitas.

—Eso no me reconforta —murmuró Elisa pálida.

—Hey. —Caliel se acercó a ella, ya que había dado un paso atrás y tomado asiento en el váter cerrado. Elisa elevó su mirada hasta los ojos radiantes de Caliel y este le sonrió—. Yo no voy a permitir que te pase nada, ya lo sabes. Voy a mantenerte a salvo, ¿sí?

La morena sonrió y permitió que él la rodeara con sus brazos en un intento por consolarla.

—Gracias —dijo ella sintiéndose segura presionada contra su pecho.

Caliel acarició su cabello sin responder a su agradecimiento y se dijo que haría cualquier cosa para mantener a Elisa a salvo. Al fin y al cabo esa era su misión y no dejaría la tierra sin haberla cumplido.

 Al fin y al cabo esa era su misión y no dejaría la tierra sin haberla cumplido

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