Armando y Chino

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Armando iba por las calles de los Santos sin preocupación alguna, cosa que era rara al ir por esa ciudad. Pero no lo podía evitar, acababa de gastar todos sus ahorros en comprar el taller y con esto empieza un nuevo negocio. 

Para algunos supondría tener mucho miedo de que salga mal, pero Armando es un hombre optimista, duda mucho que su nuevo negocio pueda irse a la ruina.

Iba hacia su taller con las llaves en mano, deseándo tener el placer de abrirlo. Cuando está llegando se encuentra en la esquina de esa calle a un niño con el pelo rojizo, está casi en los huesos y se nota que no lo tiene fácil a causa de los múltiples moratones que cubren su cuerpo. Armando intenta pasar de largo sin prestarle atención. En esta ciudad, era muy común ver a niños así por la calle y él ahora mismo no estaba como para hacerse el samaritano.

Llegó a su taller con una sonrisa de oreja a oreja y lo abrió. Notó que el candado de los portones estaba un poco oxidado por lo que sabría que pronto lo tendría que cambiar, pero no le preocupaba eso por ahora.

Fue observando todas las cosas que tenía, las que le podrían faltar y las que tendría que tirar. Y así en menos de una semana, Armando había abierto su negocio de cara al público.

Por ahora solo había contratado a un mecánico, había que asegurarse el dinero, se decía Armando.

La primera semana se podría decir que les fue bien, no es que fuese mucha clientela, pero había negocio y eso era lo único que Armando quería.

Lo que le costaba a Armando todas las mañanas y todas las noches al abrir y cerrar el taller era pasar por la misma esquina.

Había veces que ese niño no estaba allí, pero casi siempre lo encontraba ahí y casi en la misma postura, parecía que no tendría fuerzas ni para moverse y eso a Armando le comía por dentro.

Por ello, una mañana cuando iba a trabajar no lo pudo evitar, antes de ir al taller se pasó por la cafetería más cercana y compró una donna. No estaba seguro si el muchacho estaría allí esa mañana pero Armando se la jugó.

Al llegar a la esquina ahí estaba el niño, sentado con la mirada perdida en el suelo.

Armando tomó valor y se acercó al muchacho, el cual no podría tener más de 10 años.

-Hola pequeño- dijo Armando empezando la conversación.

El niño lo miró pero no dijo palabra alguna.

-Esto...Tienes hambre?- le preguntó Armando.

Este siguió sin contestar.

-Toma- le dijo acercándole la donna.

El muchacho un poco dudoso la cogió para luego olfatearla.

-Está caliente aun- sigue hablando Armando- acabo de comprarla, espero que te guste.

Con ello se fue de allí dejando al niño el cual miraba a Armando sin comprender, para luego comerse la donna. 

Y esa fue la rutina de Armando durante otra semana. 

El niño seguía sin hablarle, cosa que a Armando le extrañaba mucho pero no iba a insistir ni nada, él únicamente le compraba una donna.

Lo que Armando no sabía era que aquel muchacho se pasaba toda la mañana y parte de la tarde observando como trabajaban en el taller. Aunque más bien observaba al hombre del sombrero peculiar, el cual parecía ser el jefe, ese hombre que cada mañana le daba una donna al niño.

Un día vino la policía solicitando que Armando fuese con las gruas a retirar los coches mal aparcados de garaje central. Eso para Armando fue música para sus oídos ya que eso lo solía hacer el otro taller que hay abierto en la ciudad. Pero parece ser que la policía se molestó con ellos por una reparación errónea en el coche y ya no quieren contar con sus servicios en ese aspecto.

Final PersonalizadoWhere stories live. Discover now