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Ir al supermercado podría ser una acción insignificante y hasta rutinaria para los simples mortales, pero la familia Kim era la excepción a la regla.
Dos adultos con cuatro niños de cuatro años haciendo las compras era un espectáculo digno de presenciar. Todo, absolutamente todo desde el minuto cero era un descontrol. Era complicado llevar a cuatro niños y un arsenal de víveres arriba de un único carrito de compras, por eso usualmente llevaban dos.
Otro aspecto gracioso eran los diferentes gustos de cada uno a la hora de llevar comida, ni hablar de los snacks, postres o refrescos. Cuatro chillonas y demandantes voces distintas pidiendo, por no decir exigiendo, comprar su antojo favorito, ni hablar de las discusiones innecesarias porque al final terminaban llevando para los gustos de todos.
Sin duda gracioso para los ajenos y bastante frustrante para los padres.
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Todas las mañanas antes de llevarlos al colegio eran una historia distinta, algo positivo y bastante divertido a veces, ya que nunca caían en una monotonía familiar.
Esa mañana particularmente dos de los cuatro habían amanecido algo irritables, lo que significaba un mal día.
¿Por qué?
El mal humor se esparcía como un virus en la casa, los disturbios de dos nunca quedaban entre dos, siempre terminaban involucrados los dos hermanos restantes formando un dos contra dos y padres frustrados.
