En un oscuro callejón de Dallas, un gato negro ronroneaba mientras escarbaba entre los botes de basura en busca de su alimento nocturno. Hacía un par de horas que el sol se había escondido para darle paso a la fría y solitaria noche. Era todo tranquilo, todo pacífico, sin nada peculiar. Era otra típica noche en Dallas, Texas.
Sin embargo, una enorme nube azul parecida a un portal se hizo ver en el cielo estrellado. El gato negro dejó de buscar en la basura y levantó su mirada felina hacia aquel extraño vórtice. Soltó un chillido y salió despavorido del callejón cuando un cuerpo salió de aquel portal y se estrelló bruscamente contra el suelo, cayendo entre los botes de basura y sobre un pequeño charco de agua. La chica que había caído soltó un quejido de dolor. Llevó su mirada al cielo con los ojos entrecerrados solo para ver la gran nube azul que cada vez se hacía más y más pequeña hasta desaparecer.
Finalmente, el vórtice desapareció y todo volvió a estar tranquilo y silencioso como si nada hubiera ocurrido.
La pelinegra se levantó del suelo sin dejar de mirar con asombro el cielo. Su espalda y trasero estaban totalmente mojados.
—¡Klaus! ¡Cinco! —gritó—. ¡Diego! ¡Chicos!
No sabía exactamente qué esperaba conseguir con eso. Estaba claro que se encontraba sola en aquel oscuro callejón. Miró el cielo unos segundos más con la esperanza de que volviera a aparecer aquel portal, pero nada ocurrió. El sonido de los grillos se hizo presente.
Everest Hargreeves miró a su alrededor tratando de identificar dónde se encontraba. No reconocía absolutamente nada. ¿Dónde estaba?
—Diablos, Cinco —susurró, llevándose las manos a la cabeza—. ¿Dónde estarán los demás?
El maullido de otro gato que se encontraba escondido dentro de un bote de basura salió y pasó cerca de ella. Se detuvo y le echó una mirada felina durante unos minutos como si supiera que andaba perdida. Después, el gato movió sus orejas y salió del callejón con rapidez. Everest lo vio marchar hasta desaparecer. Después de un rato en el que miraba constantemente el cielo por si el portal volvía a abrirse decidió salir temerosa del callejón para luego dejar caer su mandíbula debido a el panorama frente a ella. Estaba tan asombrada que ni se dio cuenta del sonido de una cámara que le tomó dos fotografías.
Everest sintió como si hubiera entrado en alguna película de los 60s. Era todo tan colorido y con aire antigüo. Las pocas personas que andaban por ahí vestían de trajes muy diferentes a los suyos. Las mujeres usaban vestidos largos y peinados llamativos; los hombres trajes elegantes y sombreros, algunos de ellos llevaban maletines en sus manos. Los autos también tenían su estilo pintoresco y antiguo.
Su pelo se movió bruscamente producto de la brisa que indicaba que muy pronto llovería. Ocho no tenía a dónde ir.
Sus labios se fruncieron y sus ojos se empañaron un poco. ¿Qué se suponía que haría? ¿Dónde estaba? Pero sobre todo, ¿en qué época se encontraba?
Temerosa, empezó a caminar echando vistazos a través de las ventanas de las tiendas. Ahogó una exclamación de sorpresa al ver que las cosas que vendían eran muy antiguas y para nada modernas. Incluso algunos de los televisores que se exhibían eran en blanco y negro. Un escalofrío recorrió la nuca de la octava Hargreeves.
Las personas que pasaban por su lado la miraban de arriba a abajo sin disimular como si fuese una especie peculiar de otro universo, y prácticamente así se sentía. La ropa que llevaba puesta no era propio de aquella época, y ni hablar de su aspecto.
Unas nubes grandes y grisáceas se aproximaban cada vez más en el cielo.
En cierto momento, Ocho vio un letrero publicitario en el que aparecía una mujer sonriente. Sin embargo, no se tomó unos minutos observando el cartel por eso, sino por las grandes palabras que acompañaban a la publicidad.
Dallas.
—Tiene que ser una broma —susurró para sí misma. Un hombre pasó a su lado mirando la herida en la frente de ella, pero sin detenerse a preguntarle—. Demonios, Cinco. Solo espera a cuando te vea...
Cuando lo vea. ¿Cuándo sería eso? ¿Cuándo volvería a ver a su familia otra vez?
¿Cuándo volvería a casa?
Un nuevo temor creció en su pecho haciéndola retroceder. Estaba perdida en Dallas sin sus hermanos y en una época desconocida. ¿Y quién sabía dónde estaban los demás? ¿Y si nunca los volvía a ver? ¿Y si...?
No, no podía ser.
Everest quería apartar aquel pensamiento lúgubre, pero no podía dejar de lado la idea de creer que era la única sobreviviente de aquel viaje. Cinco jamás había hecho algo como llevar a tantas personas con él, posiblemente algo salió mal y ella... era la única sobreviviente. Dejó escapar una exhalación de sorpresa.
Everest negó repetidas veces con la cabeza mientras se abrazaba los codos.
—¡Cuidado!
Ocho volteó al mismo tiempo que la figura de una persona montada en una bicicleta frenó bruscamente frente a ella. Everest, por reflejo, levantó sus manos a la altura de su cara como protección.
—Oh, chica, ¿sabes que no puedes estar parada en la calle, verdad?
Ocho bajó lentamente sus manos y la cara de aquel sujeto fue lo primero que vio. Era un chico más alto que ella de pelo totalmente alborotado debido al viento que azotaba la ciudad. Él la analizó un momento. Debía lucir desastrosa debido a la expresión de su rostro.
—Wow, ¿te encuentras bien? Te ves... pareces como si te hubieran atacado o algo así.
Básicamente, sí. Y ni hablar de su ropa, había caído en un charco y sentía su trasero totalmente empapado.
—Que peculiar forma de vestirte —continuó hablando—. No eres de por aquí, ¿o sí?
El chico con un movimiento de cabeza le indicó que se colocaran en la acera.
—Yo... ¿puedes decirme qué año es? —su voz salió temblorosa.
—1962. Abril de 1962 —respondió el chico frunciendo el ceño ante tal pregunta—. Oye, esa herida en tu frente se ve muy mal...
—¡¿1962?!
Simplemente no podía creerlo.
El sonido de un trueno se escuchó a lo lejos. El joven frente a ella llevó su mirada al cielo y dijo:
—Uff, ha pasado todo el día lloviendo...
—Y-yo no tengo a dónde ir. Estoy...
—Sí, te ves como un perrito desorientado —rió un poco él—. ¿Dónde andabas? —preguntó refiriendose a su aspecto.
—Es... difícil de explicar.
—¿Sabes qué? Puedes acompañarme a mi casa. Mi familia y yo podemos atenderte. Te ves muy mal.
Las primeras gotas de lluvia cayeron. Cuando una fría gota se estampó en la mejilla de Ocho ella miró el cielo como deseando que algo la llevara a casa otra vez.
—Debemos irnos pronto —dijo él—. Ya en casa podrás decirnos de dónde vienes y ayudarte a regresar con tu familia. Soy Andy, por cierto. Andy Carter.
Aquello parecía fácil de decir, pero Andy Carter no tenía idea de nada. Ocho mordió su labio inferior y trató de mantener la calma para no echarse a llorar en ese momento, aunque no estaba segura de cuanto tiempo más podría soportar aquella situación.
El chico le ofreció una sonrisa reconfortante e hizo un movimiento con la cabeza para que lo siguiera. Everest, sopesando sus posibles opciones, no le quedó de otra que seguir con precaución al muchacho. No tenía a dónde ir y él parecía ser su única opción más segura.
El dolor en su pecho se incrementaba a medida que pasaba más tiempo en Dallas. No podía volver a casa. No podía volver a ver a Once ni a Hopper. No podía ver a sus hermanos. No podía ver a Cinco.
Estaba sola ahora.
YOU ARE READING
Connected ➸ number five
Fanfiction𝙗𝙤𝙤𝙠 𝙩𝙬𝙤 ➸ 𝙨𝙖𝙜𝙖 𝙛𝙖𝙢𝙞𝙡𝙞𝙖 𝙙𝙞𝙨𝙛𝙪𝙣𝙘𝙞𝙤𝙣𝙖𝙡 𝗦𝗘𝗚𝗨𝗡𝗗𝗔 𝗣𝗔𝗥𝗧𝗘 𝗗𝗘 𝗗𝗜𝗦𝗖𝗢𝗡𝗡𝗘𝗖𝗧𝗘𝗗 (Leer primero Disconnected) «We are connected» En donde la disfuncional familia Hargreeves quedó atrapada en 1963 y deben hace...
