—¿Todo está bien? —me preguntó.

—Todo. Sólo vino a disculparse.

La mansión de Bryce quedaba a unos veinte minutos de mi casa en auto

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

La mansión de Bryce quedaba a unos veinte minutos de mi casa en auto. Recuerdo que esa primera vez que la vi me pregunté qué más me estaba ocultando sobre su vida. Ya sabía que su madre era la dueña del restaurante Johnson’s eat side, ¿Pero qué tal su padre? ¿Qué era exactamente? ¿Cómo tenían tanto dinero? Me puse nerviosa al saber una cuarta parte de su vida. Una importante como esa, porque era más que evidente que era hijo de padres exitosos, y yo estaba ansiosa por conocerlos.

Cuando Bryce tocó el timbre, una señora de tez oscura con un pantalón de vestir negro y camiseta blanca nos abrió la puerta. Su sonrisa fue tan genuina y amistosa que me sentí como en casa.

—Tú debes ser Blair. ¡Qué bonita eres!

—Lily… —le reprendió Bryce en un gruñido, pero Lily no le hizo ni caso.

—Dame un abrazo linda. Qué gusto es conocerte al fin —cuando quedó satisfecha al apretarme contra ella, me apartó y le dio un beso a Bryce en la mejilla—. Te he cuidado desde bebé, ¿Y así me agradeces? Eres bien amargado, jovencito.

—¿Mis padres están en casa?

Lily sacudió la cabeza.

—No, pero Max está jugando en el patio trasero. Ya deben venir en camino. Pasen, estoy horneando galletas.

Bryce me llevó al patio trasero para conocer a Maxine y me explicó quien era Lily. Había sido su nana cuando niño y desde entonces estaba ahí, con ellos y ahora se hacia cargo de Maxine. La hermana de Bryce era identifica a él. Cabello ondulado y castaño, ojos verdes, el mismo tono de piel, a excepción de que Maxine no era tan pálida como su hermano. Era una niña encantadora.

Para cuando sus padres llegaron, los nervios me subieron como la espuma y permanecí junto a Bryce mientras los esperábamos en la cocina. Cuando finalmente llegaron al umbral, la madre de Bryce dejó el bolso en la encimera y se acercó a abrazarme. Olía a perfume caro, suave y muy adictivo. El padre de Bryce era el dueño de los famosos ojos verdes de sus dos hijos.

El señor George Johnson, el padre de Bryce, era un rico banquero con inversiones en distintas partes del mundo que había nacido, prácticamente hablando, en cuna de oro. Por otro lado, Margaret, la madre de Bryce, tenía una cadena de restaurantes del mismo nombre que ya te había mencionado antes. Fue una sorpresa para mí saber que eran una cadena y que no simplemente se habían quedado en Bluffton. Eso explicaba las fuentes de dinero que tenían como ingresos.

A la hora de la comida, Margaret ayudó a Lily a cocinar a acomodar la mesa. Yo también ayudé un poco, aunque con torpeza porque para serte sincera, mi familia, a pesar de su dinero, éramos muy humildes. No comíamos con cubiertos finos ni servilletas de tela. No usábamos los cubiertos por orden de tamaño o cambiábamos los platos cada que íbamos a repetir o a comer algo diferente. En la casa de Bryce si era así.

Me sentí incómoda de saber que quizá la atención que había recibido en mi casa los días posteriores hubiera sido nefasta. Luego me sentí tranquila cuando recordé como era realmente Bryce y lo feliz que había estado de tomar las cosas él mismo de la mesa, de no usar servilleta y no tener una criada que nos atendiera, sino yo o mi propia madre.

La familia de Bryce era sumamente religiosa, lo supe desde el momento que entré a su mansión. Habían cuadros de Jesucristo en ciertas partes de la casa, una biblia abierta en medio de la sala con un rosario y esculturas en variedad de tamaños de ángeles y algunas del niño Jesús. Terminé de confirmarlo cuando antes de comer, la familia Johnson se tomó de las manos y Margaret procedió a decir la oración. Fue impactante para mí estar en una mesa escuchando a una familia orar y agradeciendo a Dios por los alimentos, pidiendo por la salud de sus hijos y orando también por mí y por mis padres. Mi familia era católica, iban a misa de vez en cuando, incluso creíamos en Dios y teníamos fe, pero nunca orábamos antes de comer. Yo ni siquiera lo hacía antes de dormir. El único acto religioso que hacia casi todo el tiempo era persignarme y persignar a mis padres cada que se iban, pero sin duda no se compara a la familia de Bryce.

Fue un momento tan surrealista para mí, que no pude mantener los ojos cerrados. Vi a todos, uno por uno, detalladamente. Incluso la pequeña Maxine tenía su cabecita inclinada, los ojos cerrados y estaba repitiendo al pie de la letra la oración. Me sentí una intrusa en ese momento. Margaret fue la primera en abrir los ojos cuando todos dijeron «Amén». Sentí vergüenza de que me pillara, pero no se molestó. Al contrario, me sonrió y no dejó de mirarme con ternura en toda la comida. Parecía agradecida conmigo, pero ¿Agradecida por qué?

Claro que en ese momento supe, que no sólo Bryce, sino también la familia me ocultan algo, que sabían algo que yo no. Pero no fue hasta mucho más tarde que sabría cuál era ese secreto.

—Tu familia es maravillosa, Bryce.

Luego de la comida, me invitó a dar un paseo por el Jardín. Era invierno y hacía frío, no lo suficiente para andar abrigados, pero si para ponerte la punta de la nariz helada y las mejillas rojas.

—¿Eso crees?

—Por supuesto —dije honestamente—. No sabía que eras religioso. ¿Vas mucho a misa y esas cosas?

Bryce sacudió la cabeza. Estaba serio y un poco pensativo, como metido en su mundo, pero siguió hablando conmigo.

—Mis padres son los religiosos. Yo, bueno, lo soy a mi manera, supongo.

—¿Piensas en Dios muy a menudo?

Asintió con la cabeza de inmediato. —Por supuesto.

—¿Qué piensas de él? —se me ocurrió preguntar. Bryce permaneció con la vista en el suelo unos segundos.

—Que tiene un propósito para cada uno de nosotros —dijo—. A veces no es el que desearíamos, pero es él quien tiene la última palabra.

«Es él quien tiene la última palabra». Las palabras se me quedaron haciendo eco incluso cuando Bryce me llevó a casa más tarde.

Quizás mañanaWhere stories live. Discover now