Prefacio

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Lunes, 7 de Septiembre de 1988

Bryce miró por la ventana del consultorio mientras escuchaba a la doctora dictarle su diagnóstico. El cielo estaba teñido en tonos grisáceos, aunque también de rosa y naranja, y llevaba un par de semanas en esa clínica para llevar el control de su enfermedad. Una enfermedad que a sus cortos años, le estaba consumiendo.

Era Septiembre, uno de los meses más cálidos del año y había vuelto a Bluffton para estar cerca de su familia. Cualquiera pensaría que no había nada de malo con eso, pero la verdad era que Bryce tenía planes; unos planes que no había mencionado a nadie. Ni siquiera a su Nana o a su amigo Bradley de confianza. Eran planes muy distintos a los que una persona normal supondría.

Los planes de Bryce eran, sin duda, los más difíciles de organizar para una persona como él. Y así, el muchacho, con sólo veintidós años, había tomado su primera y probablemente única difícil  decisión.

—Quiero dejar el tratamiento —dijo, directo y conciso.

Había pensado en ello varios días, pero nunca lo había dicho en voz alta, ni siquiera cuando estaba en la soledad de su habitación.

Sentía el corazón en la garganta cuando la doctora Hackaby lo miró estupefacta. Estaba siendo difícil, pero sabía que su frase era sólo el inicio de una larga fila de explicaciones, llantos y disculpas que tendría que comenzar a soportar desde ese día en adelante. Al menos por las próximas semanas.

—¿Disculpa? —Bryce asintió, reafirmando lo que había dicho.

—Voy a dejar el tratamiento —esa vez sonó aún más decidido.

La doctora Hackaby parpadeó. —¿Qué estás diciendo, Bryce?

—Dije, voy a dejar el tratamiento —repitió pausadamente—. He tomado la decisión.

—¿Cuándo? ¿Esta mañana por un arrebato de desesperanza? —la doctora Hackaby sonaba indignada, molesta y muy, muy asustada—. Tus análisis son buenos, Bryce. Llevas muy poco con nosotros y, sin embargo, ya se van viendo resultados.

—¿Qué resultados? ¡Esta enfermedad es una mierda! —suspiró con pesadez e intentó calmarse. No era alguien que se alteraba, pero ya no estaba pudiendo con ello— Usted no lo entiende.

—No lo vivo en carne propia, tienes razón, pero te pido que lo pienses. ¿Qué dicen tus padres?

Bryce se inclinó hacia ella. —Es mi decisión. A ellos no les queda más que estar de acuerdo.

La doctora Hackaby cerró el folder con los resultados de Bryce y sacudió la cabeza, indignada y molesta.

—¿No quieres ver los análisis tú mismo?

Bryce sacudió la cabeza. —No me hará cambiar de opinión.

Llevaba semanas repasando la idea. Odiaba tomar fármacos y someterse a todas esas terapias para desprender y botar tanta mucosa. Es insoportable, se decía todo el tiempo, y ahora que estaba decidido nada lo iba a hacer cambiar de parecer.

La doctora suspiró. Luego abrió el folder y comenzó a leer. —Su función pulmonar ha bajado a un treinta y cinco por ciento. Su nombre está en la lista y siguiendo el régimen y continuidad del tratamiento es probable que suba hasta la cima y consiga un trasplante, ¿No es eso lo que quieres?

—Lo quería —le corrigió el chico, ya comenzando a tener una batalla interna.

La doctora asintió, pero continuó hablando. —Sólo debes tomar el medicamento y los antibióticos que se te sugieren con responsabilidad, asistir a la Kinesioterapia y permanecer un tiempo en la UCIN, entre otras cosas como el inhalador y mantener una buena nutrición. Aunque sé que eso último ya lo sabes.

—No se esfuerce, doctora Hackaby. De verdad, ya lo he decidido.

—Lo sé —le dijo—, sólo pretendo hacer lo que está en mis manos para hacerte cambiar de opinión si es que se puede.

Las palabras le conmovieron un poco, porque era un sentimiento agradable importarle a alguien tanto como para pedirle que se quedara, pero Bryce sólo estaba decidiendo por él. Ni siquiera estaba pensando en su hermana Maxine porque sabía que de ponerse a pensar en todas las buenas razones que tenía para quedarse y continuar con el tratamiento, entonces se arrepentiría y no pensaría más en él.

—He estado en tantos hospitales en mis últimos cinco años que no recuerdo el nombre de ninguno. Sólo quiero disfrutar la vida sin medicamentos y revisiones constantes —admitió—. ¿Sabe usted lo difícil que es saber que no podré tener hijos jamás? ¿O aferrarse a una esperanza tan baja de algún día tener unos pulmones nuevos cuando hay cientos de personas esperando por lo mismo? Es tan deprimente, doctora.

—Así sea un uno por ciento es algo a lo que aferrase, Bryce.

El muchacho sacudió la cabeza, terco y decidido. —Mis pulmones están tostados. Sólo quiero sentirme vivo y disfrutar lo poco que me dejará vivir la vida sin esa medicación.

—Bryce, si no te sometes al tratamiento vas a morir —sentenció la doctora, un poco obstinada y presionada por la situación. Se le veía impotente.

El chico se encogió de hombros. —Me voy a morir de todas maneras.

Las palabras eran crudas y certeras. Al menos certeras para Bryce, porque la doctora Hackaby seguía creyendo en los milagros y en el tratamiento.

Ojalá el muchacho creyera tanto a como lo hacía ella.

—Tu siguiente cita es hasta dentro de tres meses —le dijo—. Algo me dice que vas a volver.

Y aunque Bryce no le creyó en ese momento, cuanta razón tenía la doctora Hackaby.

Quizás mañanaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang