Prólogo

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En una casa, de un pueblo, de un país que prefiero no decir por temas de seguridad; se encontraba un señor y varios niños. Estos se tenían propuesto escuchar al viejo marino de cabellos grises y ojos profundamente castaños que tanto les recordaban a las maderas de los barcos pirata.

Aunque sus expediciones y aventuras no tenían rastro de hombres con garfios ni de mujeres con cola de pez, aún así eran interesantes de escuchar, pues no trataban sobre el inmenso y misterioso mar, sino pues, de los cuentos que llevaban generaciones escuchando y transmitiendo los demás marinos que en noches de cielo despejado contaban para sus compañeros. Y aunque todo era risas entremedio de los relatos, muy pocos con mente abierta a la muerte sabían que muchos de entre ellos no llegarían a pisar otra vez la tierra, y que si lo hacían, para los creyentes, sería una esponjosa nube del infinito cielo donde aguardaba Dios para ellos.

Se abre la puerta de madera del gran y espacioso faro, asomándose una pequeña cabeza de un chico de cabellos negros, de aproximadamente 14 años, aunque el marino sabía muy bien quién era y cuántos años traía en ese mundo.

— Perdone, señor. Yo quería venir más temprano, pero mi madre me obligó a limpiar mi habitación antes de venir —se excusó el adolescente, y se sienta en el suelo, descalzándose antes de todo y mirando con grandes ojos al hombre.

— No pasa nada por esta vez —respondió, luego pasó su vista por todos los niños, metiéndose en su papel de cuentacuentos pirata—. Ahora, os contaré la primera historia.

Comienza así...

Relatos de un marinoWhere stories live. Discover now