En alguna ocasión entre los casi dos años que llevaba asistiendo sin molestia alguna a ese centro educativo, perdido entre la élite y las personas comunes de Manhattan, fui casi el almuerzo de Adam, el supuesto mayor en la pareja que llegue a creer eran hermanos.

Él me había interceptado mientras iba al baño, habiendo pedido permiso para dolor de clase, si mal no recordaba, en el horario de clases del segundo bloque.

Mi olor lo había llamado, puesto que mi sangre era bastante llamativa al ser la sangre perfecta.

Pude haber muerto en esa ocasión, pero gracias a mí entrenamiento, al simple hecho de ir siempre armada hasta los dientes, encontré la forma de salir ilesa, haciendo también que él jurara que no le tocaría jamás, que no se acercaría a mí y su teñida hermana, mucho menos.

Hasta ese momento había cumplido, él solía evitar las clases en las que coincidamos y yo podía relajarme sin preocuparme de nada que no fuera aprobar y que en algún momento a él se le ocurriera la grandísima idea de ir a contarle al Príncipe de la Noche sobre mi existencia.

— ¿Qué haces acá? —Pregunté saliendo de mi estupor.

Suspiró, antes de responder con toda la frialdad posible.

— Vengo a estudiar ¿Qué más esperaba? — Adam tenía su mirada fija en el frente, por lo que no me miro en ningún momento. Hice una mueca.

Uy, ¿había respeto allí?, ¿solemnidad?, ¿sinceridad?

—Sé que vienes a estudiar, lo que no sé es qué diablos haces sentado a MI lado, en MI mesa, en medio de una de MIS clases.

Ups, que buena era yo siendo directa, dramática y escandalosa.

—No voy a intentar morderle, si es lo que le aterra, cazadora. —respondió, todavía sin mirarme. Y claro estaba que lo agradecería.

Adam, como decía llamarse en tal momento, era alguien que con su sola presencia me hacía sentir el peso de muchos años, de conocimiento y saber, por lo que, por un lado me hacía desconfiar de su motivo para estar en un instituto, y también me hacía sentir incómoda.

Creía, en ese entonces, que si él me dirigía la mirada, vería más de lo que quise o querría saber jamás.

—Entonces bien. Ni se te ocurra hacerme reprobar o volverte un lastre para mí en mis clases. —El chico asintió sin decir nada. Calladito se ve más bonito y, si eso era cierto, el chico entonces era tan hermoso como una deidad, ya que ni siquiera en medio de una evaluación, horas más tarde, abrió la boca.

Tampoco lo hizo en las siguientes clases que compartimos.

...

— ¡Fórmense! — gritó la profesora de deportes apenas entró al aula de clases. No nos dirigió una segunda mirada y sonó su silbato, lo que provocó un fuerte dolor de cabeza en mí. — ¡Os quiero a todos, con vuestro uniforme deportivo, en el patio en 5 minutos!

Y salió.

Todos los jóvenes de mi clase, incluido el vampiro, salieron con prisas del aula, yo siendo la única excepción en tal ocasión. Los vestuarios de la escuela no eran muy grandes y sabía que tardaría un montón en lograr cambiarme si iba allí y, la profesora, no era de esas que daba cariñitos, por lo que solo me esperarían varias vueltas demás a la cancha si llegaba de última.

Me cerciore de que no quedase nadie rezagado ni mucho menos en el pasillo antes de comenzar a cambiarme de ropa. Saque los tirantes de mi vestido azul de mi cuerpo y lo deje caer a través del mismo, quedando así en ropa interior. El uniforme de deporte, que consistía en un short corto y una franela sin mangas de color amarillo, pero a mí no me gustaba y yo usaba algo menos llamativo y que era permitido por el insti.

Perfect Blood: Lo que ocultan los CaídosWhere stories live. Discover now