Capítulo 48

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Hazel se marcha, sube a su coche y se pone a conducir sin rumbo, mientras las amargas lágrimas empiezan a brotar libremente. 

—¿Y ahora por qué lloras, idiota? Sois amigos, era lo que querías, ¿no? No entiendo por qué te pones a llorar. ¡Yo tampoco! ¡No quiero llorar, pero no lo puedo evitar! Quiere dejarte el dinero, se preocupa por ti, no quiere que te pierdas esta oportunidad. ¡Sí, lo sé! ¡Y lo hace porque es mi amigo! ¡Es una muestra de amistad! ¿Es que no lo ves? ¡Pues claro que lo veo! ¡Y eso es muy bonito! ¡Lo sé! Y por eso lloro, porque estoy emocionada. ¡Y una mierda! Lloras porque solo quiere ser tu amigo ¡y eso te fastidia! ¡No me fastidia! Al menos, tengo su amistad, que es muy importante para mí. ¡Eso no te lo crees ni tú!

Mientras mantiene esa discusión consigo misma, para en un semáforo y el conductor del coche de al lado la mira con gesto interrogativo, al verla agitar los brazos y hablar en voz alta. Pero Hazel no se da cuenta porque sigue enfrascada en su peculiar diálogo.

Cuando llega a su casa, lanza el bolso sobre el sofá y se pone a caminar de un lado a otro del salón, intentando aclarar sus pensamientos, calmar sus nervios y gestionar sus emociones. 

—Este es un momento para limpiar —dice mientras se dirige a conectar la música para poner la colección de la cantante Aretha Franklin, que siempre la acompaña cuando le entran arrebatos de hacer limpieza general, lo que le ayuda a poner en orden sus ideas.

Se cambia de ropa, prepara todos los utensilios de limpieza, conecta la música y empieza su peculiar proceso desestresante.

Vuelve a valorar la oferta de Jon. Realmente, sería una gran oportunidad, pero tampoco consigue decidirse a ser socia de Álvaro. Aunque le ha demostrado su confianza, cree que no lo conoce lo suficiente como para dar un paso que considera tan comprometedor. Y vuelve a escuchar las palabras de Jon, cuando le reprochaba su miedo al compromiso. Sí, tal vez tuviera razón. Formar parte de una sociedad conlleva mucha responsabilidad y un compromiso que, al igual que enfrascarse en una relación sentimental, también tenía riesgo. Y no le queda más remedio que admitir que sí, que es una cobarde que le teme al compromiso.

Sin embargo, empieza a pensar que si el plan fuera formar una sociedad con Jon, lo tendría mucho más claro, pues a pesar de todas sus dudas e inseguridades, tenía la total certeza de que en él sí podía confiar. Lo que la lleva a pensar por qué sí sería capaz de asociarse con él a nivel profesional, pero no a nivel sentimental. Y eso la lleva a un nuevo pensamiento esperanzador; quizás ha llegado la hora de superar sus miedos y sus traumas. Quizás ha madurado y está perdiendo los argumentos para seguir aferrada a una determinación sin sentido. Si confía en Jon lo suficiente como para aventurarse en formar parte de una sociedad con él, ¿por qué iba a tener miedo de iniciar una relación con él?

Se siente más entusiasmada y esperanzada, y con todo ese cúmulo de pensamientos, se le ocurre una idea; le propondría a Álvaro que Jon comprara las acciones y que ella figurara como accionista honorífica, o consorte o... seguro que habría algún término legal para contemplar su situación. Así, ella podría ejercer como socia, aunque las acciones pertenecieran a Jon y fuera él quien recibiera los beneficios. 

El asunto profesional parecía estar encarrilado y, en cuanto al asunto personal, acababa de decidir que estaba dispuesta a dar un paso más. No sabía todavía cómo lo haría, pero sí estaba convencida de demostrarle a Jon lo que sentía por él.

La idea respecto a la sociedad le parece tan buena que, en cuanto Álvaro la llama para pedirle su decisión final, se la comunica sin dudarlo.

—¿Y Jon está de acuerdo con esa opción? —le pregunta Álvaro.

—Bueno..., supongo que sí, no hemos barajado esa opción. Pero estoy convencida de que si se la planteas como única alternativa, la aceptará. 

Directo hacia tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora