—oh, ¡ya lo recuerdo! Mi madre solía hablarme de él cuando era pequeño. Me decía que era un árbol hermoso, y que los Nho creaban sus casas allí porque su tronco es hueco.

—Así es —dijo Jigen.

—¿Pero por qué Gabriel pudo hacer esto? —preguntó Mael —Ninguna criatura además de Lugh puede crear cosas.

—Eso es porque él es un creador, igual que la diosa. Los Nho tenían razón después de todo. Gabriel heredó sus poderes.

—Entonces... ¿él también es un dios?

—¿Yo, un dios?

Gabriel pestañeó. Apenas lograba asimilar que acababa de crear un árbol, y sus amigos ya comenzaban a sacar conclusiones loquísimas.

—Creo que podrías ser un semidios. Sigues siendo mortal y humano, pero tienes magia.

—¡Eso es genial, Gabriel! —Mael tomó al muchacho por el cuello y le sobó la cabeza de forma un tanto brusca—. No puedo esperar para verte transformarte. ¡Voy a enseñarte a convertirte en un puma gigante y vamos a correr juntos!

—Oh, no, todo menos un puma. Me trae muy malos recuerdos.

Mael se carcajeó.

—Vamos a contarle a Lugh lo que lograste, de seguro va a estar muy orgullosa de ti, Gabriel.

Como era de esperarse, la diosa Lugh se puso feliz al saber que su hijo era un creador como ella. Junto al líder de los Joias, hicieron una fiesta para celebrar los logros de Gabriel, y el nacimiento de un posible nuevo líder, aunque para Gabriel, aquel título pesaba demasiado sobre sus hombros.

Su madre le dijo que aquello no era una razón para agobiarse, sin embargo, Gabriel sabía que todas las criaturas esperaban que él se convirtiera en un sucesor digno, que estuviera a la altura de su madre.

En medio del festejo, aquellos pensamientos lo llevaron a buscar un poco de tranquilidad a solas, pero Lugh, que conocía muy bien a su hijo, sabía que había algo que lo inquietaba.

—¿Nuestras fiestas son demasiado abrumadoras para ti?

Se acercó por detrás y le tocó con sutileza el hombro derecho. Gabriel ladeó el rostro y esbozó una débil sonrisa.

—No es eso, la fiesta es genial. Me encanta ver a Mael peleándose por la comida —comentó entre risas.

—Sé exactamente qué es lo que te inquieta. No tienes porqué sentirte presionado a nada, Gabriel. Yo elegí ser la diosa de este mundo, pero ese destino no tiene por qué ser el tuyo si no quieres. Recuerda que el futuro todavía no está escrito. No aquí.

—Lo sé, lo sé. Mi problema más grande es que me aterra no cumplir con las expectativas. Todos creen que como soy el hijo de la gran diosa soy tan genial como ella, pero lo cierto es que no es así. Apenas estoy descubriendo que tengo magia y aprendiendo a manejarla. Volvería a defender esta tierra con mi vida si fuese necesario, pero no estoy a la altura para ser... tú.

Lugh sonrió. Abrazó a su hijo por la espalda, apoyando su mejilla entre sus dos omóplatos.

—Mi pequeño Gabriel. Ahora mismo acabas de hablar como todo un líder. ¿Recuerdas los cuentos que solía contarte cuando eras niño? Los grandes reyes eran valientes, humildes y generosos. Así eres tú, eso es más que suficiente. No hace falta que seas como yo, solo basta con que seas tú mismo. La magia es parte de ti, la llevas dentro, tiene vida. Solo es cuestión de que la dejes fluir, lo demás vendrá solo. Eres mi hijo, pero no quiero que eso resulte una carga para ti.

Gabriel sonrió. Las palabras de su madre siempre conseguían reconfortarlo en sus peores momentos. Se sentía listo para enfrentarse al mundo si ella creía en él.

—Ser tu hijo es lo más genial del mundo, mamá. Quiero decir, soy el hijo de una diosa, ¿puedes creer eso? ¡Es fantástico! Si papá estuviese con nosotros, apuesto a que estaría presumiéndote por todas partes.

Los dos sonrieron, pero aquella sonrisa estuvo cargada de melancolía.

—Papá está con nosotros. Siempre lo estará.

. . .

—¿Crees que Gabriel estará bien aquí?

Mael y Jigen se habían apartado de la fiesta para tumbarse sobre el pasto a ver la lluvia de estrellas. El cielo se había teñido de un azul brillante, ofreciéndoles una vista clara y preciosa.

—Claro que sí. Tiene magia y le estamos enseñando a usarla. Si mi padre o Rogh logran escaparse de la prisión que les hizo Lugh y quieren intentar algo, todos estaremos listos para enfrentarlos.

—Sí, eso creo.

Mael se incorporó, apoyándose sobre sus codos. Miró a Jigen, que aún permanecía tumbado.

—Deja de preocuparte. Nosotros vamos a cuidar de él hasta que pueda valerse por sí mismo. Fue lo que estuvimos haciendo hasta ahora y al menos sigue vivo, ¿verdad?

Jigen sonrió.

—Sí, lo sé.

—Entonces quita esa cara. Te ves mejor cuando estás feliz.

Mael volvió a tumbarse, con las manos en la nuca. Jigen se incorporó, y tomándolo desprevenido, se inclinó sobre él para regalarle un cálido beso en los labios. el Joia, sorprendido, se sentó de golpe.

—¿Qué...? ¿Por qué tú...? Ya me habías dado tu beso antes, en la tierra de los humanos. ¿Por qué me lo quitaste?

Jigen se carcajeó.

—No te lo quité. Solo te di otro. Todavía me quedan muchos, y quiero dártelos todos a ti.

El Joia se tocó los labios con el dedo índice y el medio. Aquel sentimiento volvió a apoderarse de él, acelerándole los latidos.

—¡Entonces yo también...!

Tomó a Jigen de la nuca y le devolvió aquel beso. Jigen lo abrazó por el cuello, enredando los dedos en su espesa cabellera blanca, llena de ramitas y hojas. El cielo estrellado fue el único testigo de aquel intercambio de besos, y de la promesa implícita de que los dos Joias estarían juntos por siempre. 

 

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Raanan: la tierra ocultaOnde histórias criam vida. Descubra agora