Capítulo 12

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Mientras Gabriel y Laetitia iban en busca del libro, Mael y Jigen se quedaron custodiando la entrada de la casa, para evitar que alguien más los emboscara. Jigen notó que Mael estaba nervioso; apretaba los puños y soltaba suspiros pesados. Jamás se hubiera atrevido a enfrentar a su padre antes de conocer a Jigen, y a pesar de que estaba decidido a hacerlo, el miedo lo había embargado.

—Todo irá bien —le dijo Jigen, sosteniéndole la mano—. Yo estaré contigo.

Mael giró el rostro para encontrarse con el par de firmamentos que lo miraban con ternura. Aquellos dos cielos en los que más de una vez se había perdido. Tenerlo a su lado era todo lo que necesitaba para estar bien, Jigen le transmitía paz, confianza y seguridad en sí mismo. Le había costado comprender lo ciego que estaba, sin embargo, cuando estuvo a punto de perderlo, se juró a sí mismo que no permitiría que su padre lo doblegara nunca más.

—No quiero que vuelvas a arriesgarte por mi culpa. Lo que hiciste antes, lo del hechizo... ¿Cómo estabas tan seguro de que no te haría daño?

—Porque tuviste la oportunidad muchas veces y nunca lo hiciste. Lo vi en tus ojos, Mael, tú no eres como tu padre, nunca serás como él.

—Jigen... —Lo tomó por los hombros con ambas manos—. Quiero que me prometas que no vas a ponerte en peligro otra vez. Si Laetitia no hubiera intervenido tú estarías muerto por mi culpa... Mi padre no titubea, él acaba con cualquiera que intente meterse en su camino, y sé que no dudará en hacerlo aunque su enemigo sea yo mismo.

Jigen estiró las manos, rodeando el cuello de Mael. Se puso en puntillas para llegar hasta sus labios, y depositó un beso gentil sobre ellos. Mael se había quedado tieso, tan sorprendido que apenas reaccionó para dar un respingo.

—En este mundo, cuando dos humanos se quieren, unen sus labios de esa manera para demostrar sus sentimientos. Es un beso. Yo te di el mío para que tú lo guardes.

El Kiar tragó saliva, intentando recuperar el aliento. El terremoto de sentimientos le sacudió el cuerpo, se sentía un completo tonto.

—Pues bien, entonces... —Tomó a Jigen de la nuca con suavidad, devolviéndole el gesto. Se permitió sentir la calidez y la tersura de sus labios carnosos antes de separarse—. Yo te doy el mío, así estamos a mano. Tú deberás cuidarlo, así que no puedes morir, ¿entendiste?

El Joia asintió, esbozando una sonrisa.

Mientras buscaban pistas sobre el paradero del portal, Jigen aprovechó para investigar un poco más acerca de los humanos. Su naturaleza curiosa lo llevó a pasar largos ratos aprendiendo cosas sobre estas criaturas; pero sin dudas, lo que más le llamó la atención, fue la manera en la que se demostraban afecto. Aprendió sobre los besos, los abrazos y las promesas. Se identificó de inmediato con ese sentimiento que, según los humanos, era uno de los más fuertes en ese mundo, junto con el odio, su parte opuesta. Todo lo que él sentía cuando estaba con Mael o con los suyos se parecía mucho al amor. Había leído en uno de los tantos libros de Gabriel, que ese sentimiento se manifestaba de muchas maneras, y que debía ser correspondido; y al mirar a los ojos a Mael, supo de inmediato que a él también le estaba sucediendo lo mismo.

—Chicos —Gabriel apareció detrás de ellos, sosteniendo el libro contra su pecho—. Lo tenemos. Hay que abrir el portal antes de que mi padrastro consiga escaparse.

—Mael, tú tienes la flor —dijo Laetitia.

Mael asintió, buscando el relicario. La flor se lucía preciosa con sus pétalos blanquísimos y sus lunares de un azul eléctrico. El Kiar la dejó en el suelo, y en ese instante, un haz de luz blanca salió de ella, formando un círculo perfecto.

Raanan: la tierra ocultaWaar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu