Capítulo 2

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Un mundo sin magia

Esa noche, el frío invernal se sentía incluso con un buen abrigo puesto. Gabriel llegó de trabajar y como todos los días, el animal al que apodó "Valiente" lo esperaba en la puerta. Le acarició la cabeza en un gesto cariñoso y al verlo tiritar por el frío, por primera vez lo invitó a entrar a su casa. El animal se metió con timidez, mirando a su alrededor con la cola entre las patas. Gabriel dejó sus cosas sobre la mesa del comedor, se quitó el abrigo, y encendió la chimenea.

—Ven, Valiente..., acércate a la estufa —dijo, golpeando las manos contra sus muslos para llamar al animal.

Valiente se acercó moviendo la cola, pasando entre medio de los sillones y esquivando la mesita ratona de vidrio. Se sentó frente a la chimenea para recibir un poco del calorcito agradable que comenzó a templar el lugar cuando el fuego abrazó los troncos de álamo. El hombre le dio otra caricia entre las orejas que el animal recibió con gusto; luego se fue hasta la cocina para prepararse algo de comer. Había tenido pocas mascotas en su vida, la falta de tiempo y su rutina no le permitía cuidar de un animal como era debido. Sin embargo, Valiente era muy independiente, solo parecía conformarse con el pequeño rincón que Gabriel le había cedido y los mimos que le regalaba ocasionalmente. Aunque claro, cuando el frío calaba los huesos, nadie iba a negarse a una buena siesta al calor de una chimenea.
Cenó en el sillón, con la tele encendida, disfrutando de la compañía de su nuevo amigo. Cuando terminó, dejó el plato sobre la mesa ratona y estiró la mano para acariciarlo, aprovechando para mirar con detalle el par de firmamentos que desde hacía rato le observaban. Jamás había visto un par de ojos como esos; era como si tuvieran una pequeña galaxia dibujada en el iris. Gabriel no conocía mucho sobre las razas de los lobos, pero aquel, sin duda, era un ejemplar precioso.

El sofá acabó arrullándolo cuando el sueño terminó por interrumpir la película que había comenzado a mirar. Su mano izquierda colgaba del borde, ya que se durmió acariciando a Valiente.

. . .

"Corre lejos, Jigen, ve a Lesra y pide ayuda a los Nho. Tienes que traerles el libro de vuelta, ellos encontrarán la forma de avisarle a nuestro dios para que venga a salvarnos de la maldad que nos azota. Nosotros siempre estaremos contigo, pequeño. No abandones la fuerza, no permitas que los Kiar derroten tu espíritu". 

Atravesó la pradera cuando el sol ya se había ocultado, vistiendo el cielo en matices de rosa y naranja. El astro rey se despidió del día, dándole la bienvenida a las estrellas que titilaban con fuerza en el cielo de su amada Raanan.
La batalla contra los Kiar lo dejó débil y mal herido. Apenas sentía su magia y las heridas dolían tanto como su corazón roto. Debía llegar a Lesra antes de que sus enemigos siguieran su rastro; supo que no le quedaba mucho tiempo cuando sintió el trote pesado de los lobos negros detrás de él, pisándole los talones.
Vio a lo lejos un camino de árboles longevos que lo condujeron a un bosque oscuro y espeso. Al llegar al corazón del bosque, el silencio fue tan desolador que por un instante perdió las esperanzas. Pero entonces, frente a él apareció una criatura tan pequeña como un ratón. Su ropa estaba hecha de pétalos de aguileñas, y su pelo, entre verde y blancuzco, se asemejaba a las raíces de una planta. Jigen se detuvo de golpe, levantando tierra con las patas delanteras por el frenazo.

—Por favor, ¡ayúdenme! Los Kiar tomaron Raanan, ¡lo están destruyendo todo! Por favor... Mi madre me dijo que viniera a ustedes —dijo llorando—. Yo necesito... ¡Tengo que traerlo de vuelta!

—¡Entonces lo haré cuanto antes! Abriré el portal a donde enviamos el libro —explicó el Nho, batiendo sus pequeñas alas transparentes, similares a las de un insecto, para llegar a la altura del lobo—. Pero debes tener muy en cuenta que en este mundo no existe la magia, los seres que lo habitan podrían reaccionar mal ante cosas extrañas, trata de no llamar la atención. También debes saber que han pasado veinticinco años, así que no sabemos cuál será el destino del libro. Búscalo con cuidado, Jigen.

En ese momento, escuchó un gruñido que hizo eco entre los árboles. Los Kiar habían captado su olor y estaban a punto de encontrarlo.

—Por favor, ¡ahora!

La criatura voló sobre su cabeza y se paró junto a una flor pequeña, de tallo corto, pétalos blancos y pequeñas manchas azules en el centro.

—Esta flor es el portal hacia ese mundo, pero no te llevará a un lugar específico, podrías tener que viajar mucho antes de hacerte con el libro. Cuando lo tengas, busca esta misma flor para volver; lejos del sol y cerca del agua. Te advierto que no son fáciles de encontrar, hay pocos portales allí porque sus habitantes son curiosos y dañinos.

—¡Lo encontramos! 

. . .

Gabriel despertó de golpe, con el corazón palpitando deprisa. Llevaba días soñando cosas extrañas; y casi todas tenían que ver con Valiente y esos lobos negros que lo perseguían por alguna extraña razón. Nunca llegaba a entenderlo del todo porque despertaba antes del desenlace, pero sabía que el libro que estaba leyendo tenía algo que ver con esos sueños tan fantasiosos. 
Se llevó la mano al rostro y miró de soslayo a Valiente, que dormía plácidamente sobre el cojín, junto a la estufa que seguía brindando calor a pesar de que ya se había apagado.
Se levantó del sofá y se marchó a la habitación, con el libro bajo el brazo. Se metió deprisa en la cama y lo abrió en la página que había dejado. Al comenzar a leer, su sorpresa fue mayúscula: su sueño estaba escrito en el libro. Leyó el capítulo completo con atención, curioso e impresionado en partes iguales. 

"... —¡Lo encontramos! 

En ese instante, la flor blanca se transformó en un portal. El Joia, animado por el pequeño Nho, venció sus miedos y saltó dentro del agujero negro. Sin embargo, sus enemigos eran rápidos y astutos, así que antes de que el portal se cerrara, uno de ellos logró atravesarlo". 

Gabriel cerró el libro, marcando con el dedo índice la página que acababa de leer. Si le contaba aquello a cualquier persona cuerda, de seguro no le creería. Se le ocurrió buscar en internet sobre el autor de aquel misterioso libro, si alguien más lo tenía quizá podía contarle su experiencia. Sacó su teléfono y puso en el buscador "Raanan", pero los resultados fueron aún más inquietantes. No había absolutamente nada relacionado con el autor del libro o con la historia. Su copia parecía ser la única existente en el mundo.
Movió la cabeza en un gesto negativo, dejando el libro sobre la mesita de luz. Su incredulidad lo llevaba a explicaciones lógicas, sin embargo, había una pieza que no terminaba de encajar en toda esa extraña situación. 

 

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Raanan: la tierra ocultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora