Capítulo 8

1.1K 219 77
                                    


—¡Mírate! —dijo el hombre fornido, de pelo negro recogido en una media cola trenzada, larga hasta la cintura. Agarró al niño del antebrazo y lo jaló con rudeza—. Mira el color de tu pelo, estás maldito, ellos lo hicieron. ¿Aún así crees que piensan que todos somos iguales?

—Pero ese joia me lo dijo... —el niño hizo una mueca de dolor cuando los dedos del hombre presionaron su antebrazo—. Tomé la forma de un cuervo y bajé al lago Morag, y allí me lo encontré. Me dijo que él quería que la guerra terminara, y aunque nuestro color fuera distinto, para él todos éramos iguales. ¿Qué tal si no es el único que piensa de esa manera?

—¿Pero qué dices? Eres un tonto, Mael, un ingenuo. Los Joia nos condenaron al exilio eterno, ¿no lo entiendes? Son traicioneros, mentirosos; te condenaron a ti desde antes de tu nacimiento. ¿Crees que existe bondad en ellos? Vete a la cima de las montañas y preséntate ante ellos a ver cómo te reciben.

El hombre soltó el agarre, para luego darle un empujón. El pequeño cayó sentado al suelo, levantando tierra a su alrededor.

Aquel hombre tosco y agresivo era su padre. Uno de los líderes de los Kiar, quién inició la guerra.

Su padre narraba con orgullo que había tenido el privilegio de cruzar mundos y conocer nuevos paisajes. Presumía de su habilidad para burlar la fortaleza de los Nho y usar sus portales para viajar. En uno de esos viajes, fue a parar a una tierra muy parecida a Raanan: con paisajes verdes, cielo celeste y nubes blancas y esponjosas como el algodón. En aquel entonces la guerra no existía, Maedhros era un Joia como los demás, pero aquella tierra comenzó a contaminarlo con toda clase de sentimientos y sensaciones que jamás había experimentado. Cuando consiguió regresar a Raanan, aquellos sentimientos se hicieron cada vez más intensos. Comenzó a sentir odio y envidia. Él quería ser el líder de los Joia, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para conseguir su objetivo, así que hizo uso una vez más de su habilidad y convenció a un grupo de Joias —los más jóvenes—, prometiéndoles poder. Aquella decisión desencadenó una guerra, y como consecuencia, él y el grupo de rebeldes fueron condenados y exiliados de su hogar.

—Esta es tu lucha, padre... —El niño se puso de pie, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano—. No es nuestra. Tú eres quien quiere poder, ¿Y nosotros qué tendremos? Seguiremos malditos, alejados de los nuestros.

—¡Nosotros no somos como ellos! Los Joia no tuvieron piedad de nosotros cuando nos condenaron a ser ésto. Tú nunca lo entenderás porque eres débil, crees cualquier tontería que te dicen. Ya no hay manera de volver atrás, ahora somos Kiar, y tú eres parte de nosotros, Mael. Entiéndelo de una vez o márchate.

. . .

No soporto que estés detrás de mí todo el maldito tiempo. Déjame en paz.

Gabriel me pidió que cuidara de ti para que no destruyas nada.

—Me encerró en este cuadrado, ¿qué podría destruir?

—No lo sé, pero si se te ocurre alguna cosa, aquí estaré yo para detenerte.

Mael se levantó de la cama, donde permanecía tumbado boca abajo, y de un salto llegó hasta el pequeño sillón de cuerina marrón, desde donde Jigen lo vigilaba. Se puso en cuclillas, arrugando la nariz, mientras le dedicaba una mirada de reproche. Jigen se mantuvo sentado, con aquella expresión serena que le caracterizaba.

—¿Tú crees que puedes detenerme? ¿A mí? ¡Eres un debilucho! Tuviste que usar los hechizos de los Nho para que no pudiera tocarte, porque sabías que yo acabaría contigo de inmediato.

—Los Nho me los enseñaron, pero yo usé mi magia para crearlos. Además, si fuera tan débil como dices no hubiese sido enviado para esta misión. No vas a hacer que abandone mis ideales por decirme que soy débil, yo no soy como tú, no me interesa el poder.

Mael arrugó la boca, fastidiado por aquella respuesta. Se sentó en el suelo con las piernas y los brazos cruzados, dándole la espalda.

—Tienes el cabello lleno de hojas —comentó Jigen, inclinándose hacia él.

Mael sintió el tacto suave sobre su melena alborotada, y aquella extraña sensación volvió a invadir sus sentidos. Esas cosquillas que partían en su estómago y se extendían hasta la punta de sus dedos, que todavía recordaban la tersura de aquella piel del color de la arena. Se movió hacia adelante para intentar alejarse, pero la mano de Jigen lo tomó con suavidad por el hombro, instándole a quedarse en su lugar. Sus dedos finos se movieron con gentileza, quitando las ramitas y las hojas secas, para luego comenzar a desenredar los nudos más grandes.

—Cuando era pequeño, mi abuelo me enseñó a hacer trenzas. Me las hacía a menudo, le gustaba ponerme plumas y flores —comentó, mientras comenzaba a trenzar un mechón fino—, lo único que nos diferencia es esto, nuestro pelaje, ¿no crees que es algo un poco absurdo?

Mael chistó, inflando el pecho. Se encogió de hombros cuando sintió los dedos cálidos de Jigen rozándole la nuca.

—No somos iguales, Jigen. Nosotros jamás vamos a poder regresar a la cima de Kier. Los tuyos todavía recuerdan lo que hicimos, jamás van a perdonarnos.

—Lo que hicieron ellos. Tú no hiciste nada, Mael.

—Mi padre... —comenzó Mael, bajando la mirada —, él fue quien comenzó la guerra. Conoció un mundo que corrompió su espíritu y se convirtió en un ser lleno de maldad; nos obligó a todos a seguir sus ideales. Yo soy parte de él, soy su descendencia y también estoy maldito.

—No creo justo que tú tengas que corromperte también por lo que hizo tu padre. ¿Por qué obedeces todo lo que él te ordena? ¿Qué vas a ganar tú?

—Respeto. Eso es lo que busco. Todos en mi clan siempre creyeron que yo era débil, que no era digno de ser hijo del gran Maedhros. Cuando era pequeño mi padre siempre quiso que yo fuera poderoso, que continuara con su legado y fuera el líder de los Kiar. Me obligó a entrenar muy duro y así fue como formó mi carácter.

—Pero no suena que es algo que tu quieras hacer... ¿Qué quieres en realidad?

Mael guardó silencio, apretando los labios.

—Yo quiero obtener ese libro, regresar a Raanan, y demostrarle a mi padre que no soy débil; que puedo ocupar su lugar y ser un buen líder, como él.

—¿Es eso lo que realmente deseas? Hace un momento presentí que no estabas muy de acuerdo con los ideales de tu padre.

—Mi padre es lo único que tengo. Él y mi clan. Yo les debo lealtad. Los tuyos también cometieron errores, me condenaron a mí y a otros tantos solo por ser descendencia de los rebeldes.

—Yo no busco justificar las acciones de mis líderes, busco paz. Si tú sigues el camino de tu padre la guerra nunca va a terminar, tendremos que vivir enemistados.

Mael se puso de pie, girándose para enfrentar a Jigen, que permaneció sentado en el sillón. Se le erizó la piel al encontrarse con aquel par de firmamentos, sin embargo, esta vez luchó para no caer de nuevo en aquel abismo de sensaciones.

—Tú y yo no somos amigos, somos rivales, entiéndelo, Jigen. No esperes nada de mí, no tengo intención de aliarme contigo.

Al ver la tristeza dibujada en el rostro angelical del muchacho, un nuevo sentimiento nació dentro de su pecho. Uno completamente distinto de todo lo que había experimentado antes: la culpa.

 Uno completamente distinto de todo lo que había experimentado antes: la culpa

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Raanan: la tierra ocultaWhere stories live. Discover now