TodoMomo [AU]

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Cuántas horas habrán pasado ya desde que empezó la práctica de violín. Fue pesadísimo. Entró al renombrado Instituto Superior de Música a las tres de la tarde y olvidó el celular en casa, así que no puede hacer las cuentas pero, el cielo está tan oscuro como sus ojeras bajo las capas de corrector y polvo compacto. Aún no acabó, todavía falta el visto bueno del profesor que trabaja en el conservatorio. Debe ir a pié pues al parecer ya partió el último bus, y no puede contactar a sus padres. Qué gran día.

Exhausta, llega al conservatorio y se abre paso por los sinuosos pasillos en busca del profesor, que también es el director. Sabe que ha de estar allí, sin embargo, es un hombre testarudo que valora la puntualidad y no cree que vaya a escucharla fuera de horario no importa cuanto le llore la carta.

Golpeó la puerta del despacho un par de veces, entró cuando se le indicó: —¿Quién eres?— preguntó leyendo un par de partituras.

Momo sonrió irónicamente.

—Yaoyorazu Momo, señor.

—¿Yaoyorazu?— levantó la mirada, desinteresado—. Esperaba verle una hora atrás.

—Me dejé el celular en casa, la práctica se alargó y perdí el bus.

—No recuerdo haberle preguntado, señorita— volvió a las partituras e hizo un gesto de despedida con la mano—. Nos vemos.

No sé ni para qué lo intento. Pensó Momo, despidiéndose con obligada cordialidad.

Ama tocar el violín. Sus padres le otorgaron esta posibilidad y está completamente agradecida. Sin embargo, las extenuantes horas de práctica y el desestimo de las grandes figuras de su profesión le quitan el sabor dulce que una vez la llevó a internarse en el maravilloso mundo de la música.

La puerta del anfiteatro estaban abiertas apenas, y de la rendija salía una cortina de luz. Abrió la puerta, observó la inmensa estructura perfecta para un show. Soñaba despierta con brindar una presentación a un público sediento de talento. Me falta el talento, igual, se dijo en sus pensamientos.

Se acercó al escenario con pasos largos y elegantes, subió las escaleras y se giró. Ojalá pudiera ser la mitad de buena como lo son mis colegas. Su gesto cambió a una expresión de decepción, las cejas le temblaron como si fueran ojitos falsos, apretó los labios y, en un arranque de impotencia, arrojó el violín hacia el público invisible. Nadie lo atajó, por lo que se hizo trizas en el suelo. Allí van dos mil dólares.

—¡Eso! ¡Rómpelo, libérate!— una vocecita le dio aliento.

Momo buscó la voz con sus ojos. Un chico de aspecto dócil, piel pálida y la mollera partida en dos colores distintos de cabello estaba sentado abrazado a sus rodillas en la esquina del escenario, tapado por las sombras. No había emociones en su rostro, lo único que decía que había sido él quien hablo era su puño levantado en señal se apoyo.

—¿En qué momento te metiste aquí?

—Siempre estuve aquí, nada más que no te diste cuenta— se levantó— soy Shōto Todoroki.

—¿Todoroki?— no pudo evitar fruncir la nariz, como si hubiera olido algo podrido.

—Sí, soy hijo del director del conservatorio— se encogió de hombros—. Él es malo...

—¿Pero?

—¿Pero? Pero nada. Es malo y ya.

—Ya veo— Momo estiró su mano derecha—. Soy Momo Yaoyorazu.

Shōto sintió que todos los pelos se le erizaban cuando tomó su mano, esa chica emanaba poder de sus poros. Habrá de ser una increíble violinista, pensó.

—Yo también tengo que tener el visto bueno del director para terminar mi día. Me gustaría poder arrojar mi instrumento por los aires como lo hiciste tú, Momo— soltó su mano—. Pero es considerablemente más difícil arrojar un piano, no te ofendas.

Momo rió.

—Me sorprende, no tienes manos de pianista.

Shōto inspeccionó sus manos del derecho y al revés.

—Mamá tiene un jardín en casa, yo le ayudo con las plantas, por eso tengo palmas callosas. Es muy poco atractivo.

—Está bien, quiere decir que tu vida no gira en torno al piano.

Shōto sonrió.

—¿Dónde están tus padres?

—Trabajando, seguramente.

—¿Viniste sola?

—Sí, caminando— suspiró.

—Puedo llevarte a casa, si quieres. Tengo una moto aparcada afuera. Y también tengo un casco de repuesto.

Irse a casa abrazada a la espalda de un extraño parecía el menos inteligente de los planes.

—Suena bien. Pero, ¿qué hay de tu papá?

—Me da igual.

Por lo menos la moto y el casco de repuesto si eran reales. Momo nunca había montado una, se sentía fuera de lugar; creía que en cualquier momento perdería el equilibrio y rompería su cabeza en el asfalto, incluso antes de que el motor eche a andar. Aún así, subió con la confianza de alguien experimentado.

—Agárrate fuerte, dulzura.

¿Él me acaba de llamar «dulzura»? pensó Momo, más le restó importancia pues el tono con que lo dijo fue extrañamente inocente y alegre, como un apodo cariñoso entre amigos. Sostuvo la angosta cintura de Shōto con ambas manos.

Le indicó su dirección y fue llevada exactamente por dónde decía. A una cuadra de la casa, Momo le pidió que se detuviera.

—Mis papás me van a matar si me ven entrar con un chico.

—¿Voy a entrar?

—Por supuesto, es hora del té.

Shōto miró al cielo.

—¿No quisiste decir cena?

—Cena con té, entonces.

Al lado de la ventana de la habitación de Momo había un árbol con las ramas desnudas debido a la estación otoñal. Usaron sus ramas para subir. Momo le pidió que esperase mientras ella verificaba que estaban solos.

Jamás estuve en la habitación de una chica. Shōto giró sobre sus pies un par de veces para contemplar el espacio monocromático y ordenado de Momo. Había cientos de libros en estantes colgados al azar sobre las paredes, un gran escritorio blanco y demás cosas que todo cuarto necesita. Nada fuera de lo común, nada que representara ocio. Lo único que podría decirse rompía con la tonalidad blanco y negro, era el cactus que tenía en su mesa de luz. Eso se ve peligroso.

—Despejado— Momo entró a la habitación con las manos colmadas—. Mis padres deben estar de turno pero me dejaron comida. Y yo hice el té.

Shōto la ayudó con las cosas y las pusieron sobre la mesa auxiliadora. Seguidamente, ellos se arrodillaron en el suelo, agradecieron la comida y pasaron una noche espléndida. Hasta le dejó quedarse a dormir, ambos en el suelo en futones particulares.

Cuando Momo despertó, no había nadie. No obstante, en el lugar de Shōto, había un violín y una nota que decía: Se lo robé a mi padre, mejor lo pintas o algo para que no se entere. No arrojes cosas, ve al psicólogo. Es broma. Igual sí. Deberíamos salir otra vez, este es mi número.
Con amor, Shōto.

My Hero Academia One-shots [homo/hetero]Where stories live. Discover now