Bajó los escalones con tanto sigilo que apenas podía sentir su propia respiración. Su única arma era una raqueta que tomó de su habitación antes de aventurarse escaleras abajo, no sabía si le serviría de algo, pero en ese instante, quiso imaginar que se trataba de una poderosa espada o algo por el estilo.

Cuando llegó hasta el último escalón, se detuvo en seco. Otro ruido proveniente del comedor, que fue acompañado por susurros.

—Te dije que ahí no hay nada, ¿estás loco? Vas a destruirle la casa.

—¡Yo lo veía sacar las cosas de algún lado cerca de aquí!

—¿Y para qué quieres encontrar las cosas si ni siquiera sabes cocinar?

Gabriel titubeó antes de lanzarse a sorprender a sus enemigos. Aprovechó el subidón de adrenalina y con la raqueta en alto, se metió en la cocina, acompañando aquel ataque con un grito de guerra. Lanzó raquetazos al aire una y otra vez, hasta que una mano atrapó su muñeca y lo detuvo en seco.

—¿Te volviste loco?

Gabriel abrió los ojos y se encontró con el rostro de Mael. Jigen estaba en un rincón, agazapado. Era el que más raquetazos se había llevado.

—¿Ustedes dos? ¿Qué están haciendo aquí?

—Vinimos a buscarte —dijo Jigen —. Te tardaste mucho y pensamos que te había pasado algo, así que le pedimos a los Nho que nos dejaran venir a ver si todo estaba bien.

—Encontramos la puerta abierta, así que subimos y cuando te encontramos dormido, te cubrimos, porque estabas muerto de frío.

—¿Y qué estaban haciendo ahora?

—Bueno... —Mael se rascó la cabeza, un tanto avergonzado—. Íbamos a dejarte comida antes de regresar, pero no sé dónde tienes la comida.

—Quería transformarse en león y cazar una liebre, pero le dije que no —intervino Jigen.

—¡Cállate!

Gabriel hizo un gesto negativo con la cabeza, luego se echó a reír.

—Mamá me dijo que tenían cosas que hacer.

—Sí, pero estábamos preocupados por ti — dijo Jigen.

—Un humano debilucho que apenas puede manejar sus poderes no puede quedarse solo en este mundo tan peligroso. Por eso vinimos a asegurarnos de que todo estuviera bien, pero ya nos vamos, así puedes hacer lo que tenías que hacer. 

—No es necesario que se vayan. Quédense, creo que me hace bien un poco de compañía. Todavía me quedan algunas cosas por hacer aquí, iba a ir al local, pero estaba tan cansado que me quedé dormido. ¿Qué les parece si yo les preparo algo delicioso para cenar? La verdad es que me estoy muriendo de hambre.

—¡Claro!

—Estoy tan hambriento que podría comerme un búfalo.

—Mael, controla tus instintos salvajes.

Aquel comentario volvió a sacarle una carcajada a Gabriel.

Después de tanto tiempo viviendo en soledad, estancado en recuerdos, por fin había encontrado amigos que lo querían y que se preocupaban por él de forma genuina, sin pedir nada a cambio. Allí fue cuando Gabriel comprendió que su familia rota y pequeña estaba comenzando a sanar, a resurgir de las cenizas, y aquel sentimiento tan cálido y acogedor, hizo que la tristeza y la melancolía regresaran al rincón donde no lastimaban.

—Chicos, vamos a tomarnos una foto.

—¿Una foto? —dijo Jigen.

—Sí. Es como un recuerdo físico de este momento. La mejor manera de revivir los buenos recuerdos es inmortalizándolos de alguna manera. Mi papá solía decir eso.

Buscó su teléfono y encendió la cámara. La foto captó El rostro sonriente de Jigen, a Gabriel, y a Mael luchando con una pata de pollo, con la boca llena de salsa.

Para Gabriel, aquello significó un nuevo comienzo. Una manera de honrar a su querido padre, continuando la línea de tiempo que él comenzó, creando nuevos y maravillosos recuerdos junto a sus nuevos amigos. 

 

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Raanan: la tierra ocultaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora