Capítulo 59

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Llevábamos tres días en Roma. Antonio había insistido en regresar al Vaticano para ver el interior de la basílica de San Pedro, pero como nos habíamos perdido, habíamos decidido sentarnos en una terraza a desayunar. En realidad, no estábamos tan perdidos. Tras traducirle al camarero nuestro pedido, me había levantado a preguntarle a un anciano dónde nos encontrábamos y cómo podíamos llegar a nuestro destino. Tras responderme que estábamos en Campo de' Fiori, me indicó el camino que debíamos seguir. Se expresaba fatal y cambiaba de ruta cada pocos segundos, pero finalmente había logrado hacerme una idea de nuestra posición. No estábamos excesivamente lejos, pero era preferible ir con el estómago lleno.

Al principio, no sabíamos por qué el camarero nos había traído una taza con agua caliente a cada uno junto a nuestros cafés. Lo descubrimos en cuanto lo probamos.

—¡Dios! ¡Es repugnante! —exclamó Jesse arrugando la cara del asco.

Era mucho más fuerte que el sabor del café que teníamos en casa, el cual, por cierto, tampoco me gustaba. Al mirar a nuestro alrededor, nos dimos cuenta de que había otros soldados estadounidenses desayunando y que le habían echado el agua al café para rebajar su sabor. Los locales se reían de nosotros y se bebían su espresso con una sonrisa en los labios.

—¿No le echas el agua? —me preguntó Jesse al ver que yo no hacía lo mismo.

When in Rome, do as the Romans do —le dije con una sonrisa.

—Qué insoportable estás. —Rio Antonio.

Me tragué el café conteniéndome las ganas de verterlo en el suelo. No me gustaba ni su sabor ni su olor, pero al menos ahora sabía que mi odio al café era algo que iba más allá de las fronteras. Cuando lo terminé, le pedí a Antonio un poco del agua que le había sobrado para quitarme el mal sabor de boca. Estaba tan desesperado, que no me importó que estuviese caliente.

—Te dijimos que le echases el agua —se burló Antonio—. Eres más americano de lo que te crees.

Como ellos todavía no habían terminado, esperé en mi asiento mientras echaba un vistazo al mercado. Había verduras, flores, embutidos, piezas de artesanía, ropa... Sin embargo, tenía la impresión de que antes de la guerra, aquella plaza se llenaba de muchos más puestos y mercancías de los que había en aquel momento. Eran malos tiempos para todos.

—Nunca imaginé que visitaría Roma —comentó Jesse antes de beber un sorbo más del café y volver a arrugar el ceño—. Ni siquiera pensé que sobreviviría tanto tiempo.

—Yo tampoco. Hay tantas cosas que quiero contarle a Tosca...

Nos quedamos en silencio, pero la plaza permanecía bulliciosa. Jesse se rindió y posó su café sobre la mesa para no volver a tocarlo. Se limpió los labios con la manga antes de proponer un nuevo tema de conversación.

—¿Qué es lo primero que haréis al volver a casa? —preguntó.

—Descalzarme. —Rio Antonio.

—Sabes a lo que me refiero. —Jesse puso los ojos en blanco—. ¿Os habéis parado a pensarlo?

—Pues supongo que abrazar a mis padres —contestó Antonio.

—No me refiero a lo más inmediato.

—Pues entonces creo que no te sigo.

Jesse suspiró y se puso cómodo en la silla.

—Si salgo vivo de esta, me lo tomaré como una señal e iré a la tienda de Sally a pedirle que salga conmigo.

—Uh, una chica —se burló Toni—. ¿Cómo es?

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