Capítulo 21

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La pequeña Fabrizia nació dos semanas después de la boda de Matteo, a finales de año. Mi madre en un inicio quería llamarla Francesca, como su abuela, pero Marco la convenció para que la llamase así. Al principio pensábamos que nos resultaría doloroso, pero con el tiempo nos dimos cuenta de que era una bonita forma de recordar a nuestro padre. Él había sido una buena persona muy querida por todos, y eso era exactamente lo que deseaba mi madre para su recién nacida.

—Qué pequeñita es... —Susurró mi hermana para no despertarla—. ¿Puedo cogerla?

Marco asintió y se la puso en brazos. Mi madre estaba descansando en cama. Había sido un parto relativamente corto, pero aun así había consumido sus energías y llevaba varios días de poca actividad y mucho reposo. A mí me seguía resultando muy extraño llevarle dieciséis años a la niña.

—¿Quieres cogerla tú? —Me la ofreció mi hermana.

—No, gracias. Si se me cayese, no me lo perdonaría.

Mi abuela sí que la cogió. A ella y a mi abuelo se les caía la baba con su nueva nietecita. 

—Enhorabuena, es una niña preciosa —dijo antes de devolvérsela a Marco.

—Como su madre —dijo él—. ¿Vendréis mañana a cenar, no?

—En nochebuena hay que estar en familia —dijo mi abuelo—. Nosotros traeremos la comida, no os preocupéis por nada.

—¡Aigh, qué delicia acabar el año con un miembro más en la familia! —Suspiró mi abuela.

—Dos —la corrigió mi abuelo tocándole el hombro a Marco.

Miré mi reloj. Tenía que ir a trabajar al Cúinne y no me apetecía ni lo más mínimo. Además, aquellos días hacía mucho frío en el pub porque el edificio estaba muy deteriorado y se filtraba la humedad. Frank no se quejaba, decía que le recordaba a Irlanda, pero a mí me resultaba insoportable ese frío que se te colaba en los huesos y que no se separaba de ti hasta que te metías en cama. 

—Me tengo que ir.

—¿Puedo acompañarte? —preguntó Tosca.

Me sorprendió mucho su pregunta. Nadie de mi familia había mostrado nunca interés por saber donde trabajaba, y menos Tosca. No entendía por qué quería acompañarme.

—S-si quieres sí. —tartamudeé.

Nos pusimos nuestros abrigos y salimos a la calle. Yo siempre fui muy friolero, pero hasta Tosca llevaba guantes. Tosca jugaba con la condensación de su aliento, haciéndome sonreír.

—Me encanta el invierno —dijo a la vez que se frotaba las manos para calentárselas.

—Yo lo odio.

—Pareces Ebenezer Scrooge. —Rio— Solo te falta decir: «¡Bah! ¡Paparruchas!». A mí me encanta la Navidad. La familia, la decoración, los regalos...Por cierto, ¿has visto el árbol del Rockefeller Centre? Está muy bonito.

—¡Bah, paparruchas! —me burlé, imitando la voz de un viejo.

Como andábamos rápido por el frío que hacía, no tardamos nada en llegar. Abrí la puerta y pasamos al interior. 

—No sé para que te molestas en venir —comentó Jacob—, con este tiempo todo el mundo se queda en casa. 

Jacob, que estaba fregando el suelo, levantó la vista y vio que no había venido solo. 

—Hola, Tosca, cuánto tiempo —saludó.

—Hola —respondió con cierta timidez.

Inspeccionó el local de arriba abajo, con curiosidad, pero no hizo ningún comentario. No parecía que le desagradase el lugar, o por lo menos, si no le gustaba, lo ocultaba muy bien. Se quitó el abrigo, los guantes y la bufanda, y yo hice lo mismo, aunque con el frío que hacía allí dentro, me los hubiera dejado puestos. 

Little ItalyWhere stories live. Discover now