Daria IV: Yo soy la que protege

183 19 5
                                    

Abrí los ojos adolorida y con una sed insoportable. Ya llevaba días en ese lugar y estaba empezando a cansarme. A pesar de que me habían quitado la armadura, los atirios seguían atendiendo mis heridas, y de vez en cuando venían a cambiarme las vendas. Sin embargo, más allá de eso, no había tenido noticias de nadie.

No estaba segura de qué querían conmigo y empezaba a preguntarme si pensaban matarme o no. Fuera lo que fuera, esperaba que sucediera rápido; no me gustaba nada mi celda.

Parecía que estaba dentro de una caverna o profundo en una montaña. La única luz que había provenía de unas antorchas que estaban pegadas a las paredes de piedra. Mi prisión estaba protegida por barrotes de acero bastante gruesos, y adentro solo tenía un pequeño excusado sucio y la pequeña cama en la que reposaba.

Me quedé viendo el techo pensando en Lars y preocupada por su estado. Neville y Ace le dieron muchos problemas; jamás imaginé que habría alguien que pudiera plantarle cara.

Un hueco en el estómago me invadió de repente, pero no estaba relacionado con la pelea de los Medares... no, era otra cosa. Un pensamiento triste y extraño se apoderó de mí, una idea depresiva que empezaba a comerme por dentro. Por alguna razón, en ese momento, tuve la impresión de que no volvería a ver a Lars.

Mis ojos se aguaron de repente y, aunque intenté dominarlos, unas lágrimas lastimosas salieron de ellos. Me sentí ridícula y traté de ignorar mis sentimientos, pero no me salió del todo bien.

Suspiré profundo varias veces y finalmente logré tranquilizarme. No había razón para ponerme pesimista. Además, tenía que volver. El idiota de Lars me necesitaba; era demasiado ingenuo para su propio bien.

—Hola, Daria, ¿te sientes mejor hoy? —dijo una voz desde el otro lado de los barrotes. Me enderecé sorprendida y me di cuenta de que Gili me miraba con una sonrisa.

—Mejor de lo que se puede esperar —respondí poniéndome de pie—. ¿Alguna noticia? ¿Ya saben qué hacer conmigo?

Gili frunció el ceño.

—Lucio está decidido a que acabemos contigo después de sacarte algo de información —contestó—. Eres la Vastroo del capitán más fuerte de Gargos y ya sabes dónde nos escondemos...

—¡Vamos, no sean así! Lo cierto es que no tengo idea de dónde estoy...

—Pero la tendrás al salir, es incuestionable —respondió Gili.

Me quedé callada por unos segundos y me senté en la cama sintiendo un nudo en la garganta.

—De acuerdo, es comprensible, pero ¿entonces por qué no acabamos con esto de una vez? Si el final ya está decidido, prefiero no seguir pudriéndome en este lugar —dije tratando de sonar fuerte, pero lo cierto es que la imagen de Lars apareció en mi mente y otra vez sentí el impulso de llorar.

Para mi sorpresa, Gili sonrió.

—Nadie dijo que la decisión había sido tomada. Estoy haciendo todo lo que puedo para cambiar su opinión.

—¿Por qué? —pregunté anonadada—. ¿Qué piensas ganar con esto?

—¿Ganar? —repitió Gili alzando una ceja y luego rio levemente—. ¿Estás repitiendo lo que dije o simplemente te salió así?

Me costó un momento entender lo que dijo, pero luego capté a qué se refería.

—Entonces, lo haces porque me debes una, ¿no es así? —dije con una sonrisa cínica—. Pero eso fue un error, atirio, ni siquiera yo sé muy bien por qué hice lo que hice.

—No me sorprende que no lo sepas —contestó Gili con un tono amable—, y puede que haya sido un error como fardiana que eres, pero me parece que en todas las demás dimensiones, es todo menos eso.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora