Lars VI: Un ser maligno

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El niño ya había pasado un par de días con nosotros, pero nos las habíamos ingeniado para que nadie lo encontrara. No fue tan difícil, ya que nadie nos visitaba y con pedirles a los sirvientes que no limpiaran las alcobas fue más que suficiente. Tuvimos suerte de que se tratara de un vampiro y no de un farcro. Con la poca energía que tenía, ayudamos al niño a que absorbiera el hierro de la sangre de Daria, algo que lo ayudaría a estar bien por varios días.

Ni yo ni Daria nos habíamos recuperado del todo después de tantas noches en vela. El día que trajimos al chico nos tomó casi toda la noche entrar al castillo sin que nos vieran, hasta el punto de que ya estaba por amanecer cuando por fin lo dejamos en mi cama. Desde entonces, había estado dormido, sufriendo espasmos repentinos y fiebre. Esto probablemente era causado por la quemadura bastante fea y reciente que tenía en su pecho. Aunque no era demasiado grande, parecía que se la habían hecho con alguna especie de químico potente.

Los tres estábamos en mi cuarto, viendo cómo el pequeño respiraba lentamente y fruncía el ceño con los ojos cerrados.

—Parece que se le está pasando —dijo Daria de repente—. No se nota mucho, pero su respiración y temperatura no son tan altas como ese día. Todavía no entiendo por qué está así, ni tampoco estoy muy segura de qué fue lo que vimos esa noche.

—Justo estaba pensando en eso ayer —respondí—. Aunque me sentí muy mal por él, la verdad es que no vimos nada que estuviera prohibido en Gargos. Si no fuera por lo que sabemos, fácilmente podríamos pensar que lo único que encontramos fue un lugar con esclavos trabajando y otros cansados que, hasta donde sabemos, podían estar así por su trabajo.

—Exacto —continuó Daria, pero su semblante se oscureció—, y eso es lo más agobiante. He tratado de decirme una y otra vez que me siento así de incómoda porque sabemos que hay algo sucio allá abajo, pero sé que no es eso lo que me pasa.

—No te entiendo, ¿a qué quieres llegar? —pregunté intrigado. Era raro ver a Daria tan pensativa y atormentada.

—No sé cómo explicarlo... —comentó bajando su voz como si sus pensamientos estuvieran tan vagos que necesitara silencio para discernirlos—. Es que siento que un velo cayó de mis ojos desde que vi los cuerpos torturados de los esclavos en las alcantarillas.

—Estás diciendo cosas muy extrañas, Daria —dije frunciendo el ceño y sintiendo un leve escalofrío en la espalda, porque esas palabras estaban produciendo dudas en mí, dudas que no quería explorar—. ¿Cuándo has tenido un velo? Es cierto que existen personas allá afuera que no respetan la dignidad de los esclavos, pero tú y yo siempre lo hemos hecho. Estamos del lado de los buenos; del lado de Morscurus.

Daria negó con la cabeza confundida.

—Es que ya no me es tan fácil entender eso que dices. ¿Qué es la dignidad de un esclavo? ¿Qué significa realmente?

—Significa que su vida nos enaltece, que ellos forman la base sobre la que construimos nuestra sociedad...

—¡Esa es la respuesta típica, Lars! ¡Dame una respuesta tuya! —exclamó Daria poniéndose de pie de repente—. Para ser honesta, nunca me había puesto a ver, en serio ‹‹ver››, a los esclavos. Eran un pensamiento secundario para mí, poco más que sombras en el pavimento. Pero ahora, cuando los veo, no son sombras, son cadáveres, son los rostros de las alcantarillas, son tú y yo, ¡son este niño! ¿‹‹La base de nuestra sociedad››? ¿¡Qué rayos es eso!? ¿No es una forma de decir que cualquier cosa que les hagamos por nuestro bien está justificada?

Di un paso para atrás porque las palabras de Daria estaban haciendo mella en mí, y sentía un cansancio atroz en la cabeza y dentro de mi pecho que no era causado por la falta de sueño. Daria cuestionaba cosas que no debían cuestionarse, hacía preguntas que no tenían por qué hacerse.

El Halcón y el DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora