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Las ultimas dos semanas de su vida, Christopher ha sentido que vivir en una de esas películas de surfistas, y aunque las películas de surfistas le parecen asquerosas, en serio está disfrutándolo

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Las ultimas dos semanas de su vida, Christopher ha sentido que vivir en una de esas películas de surfistas, y aunque las películas de surfistas le parecen asquerosas, en serio está disfrutándolo. Su rutina ha cambiado por completo: Ha pasado de despertar a causa de una alarma a ser despertado por los rayos del sol cálido en su rostro a la hora que su cerebro lo decida,  de comenzar el día corriendo de un lado a otro a comenzarlo dándose un chapuzón en el mar, y de dormir exhausto deseando que la noche sea eterna a dormirse siendo arrullado por el sonido de las olas. No es la forma en que esperaba pasar la temporada, pero está más que satisfecho. Las siguientes seis semanas de descanso en Boryeong le ayudarán a volver renovado a Sidney.

—¡Hola, Chris! —saludan Yonhee y Sunghye, las mujeres que toman el sol en la orilla de la playa todas las mañanas y que ya se han acostumbrado a verlo en el mar. Ambas podrían tener la edad de su madre, pero no pierden la esperanza de que puedan atraerle. —¡Te ves guapo hoy!

—Señoritas —Chris saluda haciendo una reverencia pequeña, arrastrando sus pies por la arena. No le interesan las formalidades del idioma, y eso le ha traído cosas buenas y malas, como cuando un tipo en el bar quiso golpearlo porque no le habló con honoríficos.

Odia el calor pegajoso de Corea y el proceso de quitar la arena de sus pies antes de entrar a la cabaña, pero se da ánimos a sí mismo con el pensamiento de que sólo serán un par de semanas, mientras intenta decorar. Su plan es pasar las siguientes semanas arreglando la cabaña del viejo Seok para poder venderla. No planea quedársela por tres razones: la primera, no siente conexión alguna con su abuelo ni su legado; segunda, así mismo, no siente conexión alguna con Corea aunque sea su país de origen; y tercera, el dinero que gane podrá usarlo para sentar su propio departamento en Sidney y comenzar su propio negocio.

El timbre suena justo cuando acaba de salir de la ducha y se apresura a enfundarse en su ropa interior y pantalones para atender. Está seguro de que se trata de Felix, y por lo mismo corre a buscar el paquete que tiene sobre la mesa del comedor y que necesita entregarle. El apuro lo hace tropezar con las cajas en donde tiene las pertenencias del viejo Seok, tirando por accidente una de sus medallas del ejército. No sabe aún qué hará con todo eso, si contactará a algún otro familiar para dárselas o terminará por tirarlas al basurero.

—¡Hey! —saluda Felix con una sonrisa enorme cuando abre la puerta. El chico viste una sudadera roja y los mismos jeans de siempre, y sus ojeras se ven más tenues. Al parecer ha descansado bien los últimos días. —¿Puedo entrar? ¿Cómo está quedando todo?

Uhm, decente —sonríe él, dejando entrar a su amigo a la cabaña. —Retoqué el barniz de las paredes y compré algunas plantas. Este hogar parecía una puta funeraria, te lo juro.

Conoció a Felix el mismo día en que llegó a Boryeong, en la tienda vieja tienda de discos que mantiene sus vibras noventeras. Según Hyunjin, el chico que trabaja ahí, Felix suele pasar mucho tiempo ahí porque no se siente cómodo estando en su casa. Su primer acercamiento fue la porque quisieron escuchar el mismo disco en la vieja rocola y desde entonces intercambiaron números y no han dejado de charlar.

Dealer | ChanHoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora