XI - La ira

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La ira

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La ira

Comenzaba a impacientarse. Seguía sin tener noticias de Luzbell. Creía que devolverle la vida a alguien no debía resultar complicado para alguien con tanto poder como él. Kiter le decía que fuera paciente y le explicó ligeramente cómo funcionaban las almas una vez abandonaban su cuerpo. Sin embargo, no podía evitar darle vueltas al asunto.

Mientras aguardaba, los individuos extranjeros cada día se atrevían a decirle más groserías y siempre cuando no se encontraban Ercilia o Augusto delante. Se alojaban en una de las habitaciones de la posada, pero nunca había coincidido con ellos arriba. Más aun cuando le habían facilitado a la joven una llave para poder cerrar su puerta por las noches.

Una tarde, divisó desde la ventana de su habitación a dos monjas de Santa Cecilia caminando por las calles. Estaba convencida que si habían salido de la institución era porque continuaban buscándola.

Se agachó nada más verlas, con el corazón acelerado por el pánico. No se percataron de la presencia de la joven y desconocía si habían hecho preguntas a la gente, era fácil encontrar a una chica de ojos de distinto color. Desde ese día era más cuidadosa cuando salía, temiendo encontrárselas en cualquier momento.

La espada de Damocles se cernía sobre ella.

Fue una mañana normal en la que Augusto había salido temprano dirección a la ciudad para ir a comprar utensilios para la cocina y el servicio, pues algunas herramientas comenzaban a oxidarse y las de madera a ser atacadas por hongos y bacterias.

Ceres se encargó de reemplazarlo en sus labores, dado que se desconocía cuánto podría retrasarse en su viaje. Traía agua del pozo y llenaba las botellas de vidrio del vino que contenían algunos barriles de la bodega de los Segarra. No era una rutina que le disgustara, más bien le resultaba entretenida.

Aunque siendo más extenuante haciendo el doble de tareas, sin duda el tiempo pasaba más deprisa.

La noche cayó y Ercilia se encontraba en su habitación haciendo las cuentas y guardando las ganancias como era habitual. El bar de la posada estaba prácticamente recogido, solo quedaba una mesa para poder cerrarlo; la de los groseros caballeros que allí se hospedaban.

No correspondía a Ceres cerrar el local y la mujer le informó que, en terminar de recontar, bajaría ella a ocuparse de lo que quedaba, otra de las cosas que acostumbraba a hacer Augusto y que tal día no podía hacer debido a su ausencia.

Su mano, aferrada a un trapo hecho con ropas viejas, se deslizaba con energía sobre la superficie de madera de una de las mesas. Un cubo de agua con jabón a sus pies era invadido por el paño, para nuevamente escurrirlo y repetir el proceso.

Había dejado en el marco de su ventana un bol con trozos de carne que habían sobrado de la cena. Su último descubrimiento era que los demonios también podían alimentarse de comida humana, o por lo menos en el caso de Kiter.

Rapsodia Celestial [+18] [COMPLETA]Where stories live. Discover now