El bandido del desierto y el joven del sol naciente.

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No sabía cómo es que sus piernas le permitían seguir caminando, apenas había dormido. Unas enormes ojeras se posaban debajo de sus ojos carmines, angustiados. No era un secreto que la mayoría de gente en el palacio supiera del atentado ocurrido, tampoco que el faraón estaba especialmente molesto con la situación. Isis había logrado salvar la vida del japonés, haciendo casi milagros y sin siquiera pedir permiso, inducido a Yugi en un coma temporal del cuál no tenía certeza de cuándo despertaría. Aquella incertidumbre mezclada con tristeza se había convertido en ira. Entre los pasillos del palacio, Atem se dirigía a donde Mahad, quien se estaba encargando junto con Shimon y Mana de analizar el cadáver. Una vez en la habitación, un olor asqueroso se coló por su nariz, al parecer el calor del día lo había hecho aún peor.

—Mahad ¿qué has descubierto? —dijo mientras se cubría con su capa. A pesar de la basta ventilación el hedor le provocó arcadas.

—Es uno de nuestros guardias, no sabemos en dónde se encontraba pero, hallé esto —agarrando unas pinzas, su visir le tendió un insecto sobre un plato pequeño, parecía un escarabajo—. Es un M'nit*, un parásito maligno que se encuentran en el desierto, usualmente en aldeas abandonadas, comen carne podrida.

—Logré estudiarlos en una expedición con Mahad, le derriten la piel al huésped hasta matarlo —Mana había tomado la palabra, igual llevaba una tela cubriendo una parte su rostro—. Es horrible ver a alguien que ha sido infectado por uno...

—Si la picadura los inutiliza ¿cómo logró entrar? —Atem quería evitar tanta habladuría, necesitaba saber quién había sido el culpable. Mahad notó la seriedad en los cansados ojos de su líder.

—El ataque es culpa de alguien más —Shimon, quien se sentaba al otro extremo de la sala parecía no molestarle el olor—. Un Ka maligno muy poderoso pudo ser el causante de que controlaran a este hombre.

—¿Hablas de que alguien lo infectó a propósito y se escabuyó hasta la habitación de Yugi para matarlo? —la rabia aumentaba en el faraón. La pregunta de por qué el japonés y no él lo atormentaba.

—El día de su fiesta, cuando el bandido atacó, nadie supo cómo escapó. Sin embargo, en una pared del palacio encontramos una sustancia parecida a la que el ser emite, es probable que...

—Esté buscando venganza —interrumpió Mana, preocupada por su primo, incluso por su amigo—. Sabía que él es importante para ti.

—Nos estuvo vigilando... —de repente el olor no importaba, ni siquiera el hueco en la boca de su estómago que le imploraba que comiera. De alguna forma aquel hombre los había estado observando—. Mahad, no podemos bajar la guardia, no sabemos cuando hará su próximo movimiento. Mana, cuida a Yugi, cuento contigo para vigilarlo hasta que despierte.

La chica entendía que su primo no pidiera las cosas como usualmente lo hacía. Gentilmente asintió, el visir en cambió respondió con una afirmación y reverencia. Ambos salieron de la sala para realizar sus respectivas tareas, Atem dió la media vuelta, dispuesto a salir del lugar.

—Joven Atem... Se avecinan tiempos oscuros —Shimon había hablado. El faraón aún estaba de espaldas—. ¿Por qué no quisiste preguntar por el efecto de los artículos del milenio?

El moreno no respondió. Se había dado cuenta que algo no marchaba bien cuando puso un pie en la habitación de Yugi, aún peor cuando aquel líquido no había hecho mella alguna en él.

—Los guardias aseguran haber visto al joven Yugi matar a un compañero suyo —el poder del rompecabezas, la sortija de Mahad. La maldad no podía ocultarse a sus portadores—. Tú viste otra cosa ¿qué era?

Atem no había querido hablar de eso pero Shimon ya era un viejo con experiencia, había portado la llave milenaria antes que Shada.

—La sombra, al fondo del cuarto... —la escena de la sangre en el piso, la enorme mancha huyendo por la pared de la ventana, la ausencia del Ba.*

Life Beyond TimesWhere stories live. Discover now