El sutil susurro de la deidad

2.1K 156 82
                                    

Sol, rayos de luz y arena tan fina que se pegaba a los tobillos de ambos aún estando apeados en sus equinos. Ahí, justo donde acaba la vigilancia de los dioses y empieza la tierra de nadie, era donde el mapa de Kisara les había llevado. La estadía de ambos tricolores en el palacio no había sido más que presurosa ya que tan pronto como habían llegado un día después se hallaban embarcados en otro viaje. Atem aún podía recordar aquella audiencia que Mahad había solicitado en la noche cuando el mapa estuvo listo, una sensación de desazón le tocó los labios. No quería arriesgar a su amigo a otra travesía y tampoco exponerse a sus propios miedos entre la soledad del desierto pero, a final de cuentas, por lo que él y su visir hablaron, era elemental, así que además de cumplir su promesa con el ojiamatista se consiguiera la piedra para la posible amenaza sobre el reino.

—¿Atem? —al parecer su mirada se había perdido entre las ruinas de aquel roto pueblo.

—Disculpa... vamos —respondió mientras halaba de las riendas.

Por su parte, Yugi se preocupaba de que el faraón tuviera otro colapso emocional a mitad del viaje. No le molestaba, en lo absoluto, pero no quería verlo sufrir de esa manera, aunque siendo sinceros su humor estaba mejor, como si por primera vez empezara a curarse aquella herida provocada por la culpa residente en su corazón.

—Es aquí —dijo Atem mientras miraba el papiro, prestando más atención al círculo rojo en él.

Volviendo la vista al frente se encontraron con una muy derruida construcción, apenas deteniéndose por los maderos del techo y los incipientes bloques de adobe. Ambos bajaron de sus respectivos caballos para adentrarse en la vieja casa de la ojiazul. La arena se juntaba en montones, tapando los sencillos tapetes tejidos, algunos muebles se encontraban aún en pie, había cuencos sobre la mesa. Si se miraba bien incluso parecía que la vida de aquella familia se hubiese congelado en un momento.

—¿Dónde guardarías algo importante? —volvió a hablar el ojicarmín.

—La verdad, muy bien escondido o en un lugar muy simple —el moreno se le quedó viendo de manera extraña a su amigo—. Muchas veces no notamos lo que esta frente a nosotros —su comentario le plantó una expresión interesante al mayor, asombrado—. Una vez rompí un plato de mi madre así que lo puse nuevamente en su lugar, nunca se dio cuenta.

La tan seria expresión del faraón pasó a ser una muy divertida. Yugi rió, hace tiempo que quería hacer una pequeña broma irónica sobre una frase profunda, sus mejillas se tornaron de color rojo de la risa.

—Perdón, perdón —dijo sosteniéndose el estómago— Es que...

Atem le secundó la risa. Si alguno de los dioses los mirara en aquella postura seguramente dudaría de su potencial para salvar Egipto. Era una tontería, la más grande de todas, pero sin duda había quebrado el silencio tan inhóspito del poblado. Yugi, apoyado en sus rodillas miró para abajo, topándose con un agujero en el tapete que fácilmente se cubría con una capa de arena y que sin querer había removido con su pie.

—Mira —reemplazando su risa por curiosidad empezó a escarbar entre la tierra, hundiendo sus dedos en la fresca tierra hasta topar con algo sólido—. Hay algo aquí.

Yugi apartó sus manos mientras que Atem quitó el tejido. Removiendo la tierra sacaron de sus entrañas una caja de madera, semi podrida. Con mucho cuidado, el moreno la destapó, encontrándose con una llave de bronce.

—Creo que no es mucho.

—Debe de haber algo más aquí, dudo que ella nos haya guiado solamente por esto —contestó el mayor, con la llave en sus dedos.

—Recuerda muy pocas cosas, no puedo culparla —el ojiamatista se levantó, caminando por toda la habitación, no se le ocurría mucho y demasiadas cosas estaban rotas.

Life Beyond TimesWhere stories live. Discover now