—Te acompaño —murmuró la chica también desesperada por escaparse.

Áleix apretó ligeramente la mandíbula.

Con sorprendente pesar Isaac observó cómo sus amigos desaparecían por la puerta, quedándose solo en la habitación con Alma y su hermana.

Para tener algo que hacer, y sabiendo que la chica nueva no era precisamente muy dada a la conversación y que el ambiente no podía estar más tenso, empezó a recoger las distintas toallas y gasas ensangrentadas que cubrían el suelo. Las fue apilando al lado de la puerta.

—¿Qué haces?

Con el corazón latiéndole con fuerza, los nervios a flor de piel y la incomodidad escrita en el rostro, alzó la mirada para observarla. Seguía en la ventana, pero en vez de examinar la lluvia, lo observaba a él con curiosidad.

—¿Recoger?

—Actúas diferente —concluyó tras un exhaustivo análisis que le puso los pelos de punta.

«Actúas diferente».

Esas palabras... esas dos simples palabras fueron como una ola de renovada energía que se llevó consigo todo rastro de incomodidad. De repente, nada de lo ocurrido durante los minutos anteriores tenía importancia, solo conocer la verdad. Se conocían. Tenía razón, si bien no era capaz de recordarla, se conocían.

Fue como si le quitaran un gran peso del pecho. No se estaba volviendo loco.

—¿Nos conocemos? —se atrevió a preguntar esperando recibir algún resquicio de información. No le había pasado desapercibido como ella no lo había tratado como a un conocido, como si ya supiera que no la recordaba, que no la reconocía. Hasta ahora.

—Más de lo que imaginas. —Una sonrisa divertida curvó sus labios, y parecía que iba a decir algo más, cuando Áleix y Naia entraron en la habitación, en completo silencio.

El semblante inexpresivo de la chica volvió a adornar su rostro. La conversación dada por terminada.

Ambas jóvenes se observaron durante unos instantes antes de que Alma bajara la vista al cuchillo que Naia le tendía con un intento de sonrisa tensa que lució más como una mueca.

Fue como una especie de ofrenda de paz.

No tardó en romperse.

—Gracias, niña.

—¡Deja de llamarme niña! —explotó Naia—. Te he vendado, te he parado la hemorragia, te... te...

» ¡Creo que merezco un poco de respeto! ¡Y además te-ne-mos la mis-ma e-dad!

—Eres una niña —respondió esta en un extraño tono de voz. Parecía estar burlándose de ella, a la vez que confusa por lo que acababa de decir Naia.

Confusión que no le duró mucho.

No dudó ni un segundo. No hubo vacilación en sus movimientos. Ni miedo. Tan pronto el cuchillo abandonó la mano de Naia lo empuñó con dominio y firmeza dirigiéndolo hasta la mano que tenía libre.

Con un rápido movimiento se recorrió la palma reabriendo de nuevo el corte que se había negado a vendar.

La sangre empezó a gotear hasta el suelo.

Solo días más tarde Isaac se daría cuenta de que el corte original de su mano ya había empezado a cerrarse cuando el cuchillo sajó la piel.

Los ojos de los presentes todavía se estaban abriendo con estupefacción cuando Alma dejó el cuchillo en la repisa de la ventana y se presionó la herida con los dedos aumentado todavía más la sangre que emanaba del corte.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now