Capítulo 28

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—¡Mierda! —murmuró Áleix dejando en el suelo el cubo de madera lleno de agua que llevaba veinte minutos cargando de un lado al otro.

Se colocó ambas manos en la espalda en un gesto dolorido mientras soltaba un bufido de cansancio.

Naia apareció por la esquina de la granja trajinando un segundo balde más lleno que el del chico, que también dejó en el suelo al ver como Áleix había vuelto a tomarse un descanso.

—¡No vamos a acabar nunca! —le recriminó—. ¡Y te recuerdo que el que quería un baño eras tú!

—¡Créeme que me ducharía su pudiera! ¡Pero no hay! ¡Y al menos yo tengo la decencia de limpiarme!

La boca de Naia se abrió de golpe.

—¿¡Perdón?!

Mientras ambos se metían de lleno en una discusión acalorada, Asia los ignoraba sentada en el porche trasero de la granja.

Había salido para descansar un rato la vista y había descubierto la maravilla que suponía el sol sobre su piel fantasmal. 

Desde que había abandonado su cuerpo, la vida, desde que había muerto, había sentido frío. Y empezaba a darse cuenta de que no era el del entorno ni culpa de ir simplemente con una bata hospitalaria. A pesar de la chimenea encendida y la proximidad del llameante fuego de la granja el frío nunca había abandonado sus huesos.

Pero en ese momento, con los ojos cerrados y la piel de rostro, brazos y piernas expuestas a la luz solar, comenzaba a sentir un cosquilleo maravilloso en el cuerpo. Era una sensación curiosa, como si la luz la considerase un recipiente vacío y rebotase por su interior, atrapada, haciéndola entrar en calor durante el proceso.

Un chillido la obligó a abrir los ojos solo para encontrarse a Naia completamente empapada de agua. Su rostro, por el contrario, parecía estar hirviendo de rabia. Aunque con un poquito de diversión en el fondo de sus ojos entrecerrados.

Empezaba así una guerra de agua a pesar de las temperaturas cada vez más bajas de un otoño cada vez más próximo al invierno.

La chica los contempló, ajena a ellos, pero a la vez divertida ante la escena. Y de repente una exclamación escapó de entre sus labios.

—¡Está congelada! —Un enorme salpicón le había llegado ni más ni menos que a la barriga, creando una mancha en la bata hospitalaria que tanto odiaba, que deseaba quitarse y quemar hasta las cenizas si no fuera porque quedaría desnuda en el proceso, incapaz de tocar cualquier otra prenda de ropa. Incapaz de... de tocar ni ser tocada. Tampoco por el agua—. Oh...

Sus dedos se dirigieron hasta la zona, saboreando la humedad que contenía. La bata estaba mojada. Se había mojado. ¿Cómo era posible? ¿O eran todo alucinaciones como lo había sido la vela y tocar la piel de Isaac?

—Chicos... —murmuró—. ¡Chicos!

Tardaron un segundo en dejar de lado la escaramuza y volverse hacia ella, ambos tiritando y con los labios amenazando volverse azules.

Naia fue la primera en darse cuenta.

—Te hemos mojado.

—¿Lo estáis viendo?

La chica asintió con la cabeza mientras Áleix las observaba sin entender a que se referían, cuál era el problema. Se habían estado tirando agua, normal que se hubiera mojado si no se había apartado.

El chico se alejó de un salto cuando Naia volvió hacia el cubo, que contenía ya solamente un par de dedos de agua y lo cogió. La confusión en su rostro aumentó todavía más cuando lo pasó de largo, ignorándolo en vez de atacándolo de nuevo, y se dirigió hasta Asia. 

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now