Capítulo 48 (I)

8 3 0
                                    

—¿Sabéis una cosa? —Su voz sonó más aguda de lo normal. Isaac frunció ligeramente el ceño, preparándose para lo que viniera—. Me leí toda la puñetera saga de Juego de Tronos en tres meses. Algunos lo considerarán muy poco tiempo, otros la habrán devorado mucho más rápido. —Naia se encogió de hombros con fingida inocencia. Después negó con la cabeza rápidamente. Una sonrisa acida adornó sus labios—. ¿Sabéis cuál era el pensamiento que no paró de aparecer en mi mente durante todo el puñetero tiempo? —Había elevado las cejas ligeramente, su tono tan agudo que Isaac supo a ciencia cierta que venía una reprimenda—. «¡Hablad entre vosotros y os ahorraréis la puñetera mitad de la saga!» —exclamó.

» Jorge R. R. Martin definitivamente no quería ahorrarse la mitad de la saga, pero una cosa no quita la otra.

Isaac contuvo un suspiro divertido. No había esperado que la pulla tirara en esa dirección, pero sabía que Naia tenía razón. Se había guardado tantas cosas para sí mismo, había compartido tantas otras solo con Asia, que Áleix y Naia tenían todavía menos piezas de las que tenía él. Y no era justo. No cuando era precisamente por su culpa que se habían visto sumergidos en el mundo sobrenatural, en la pesadilla que los rodeaba.

Cuando no había razón alguna para mentirles. Cuando la falta de información era el mayor de los peligros.

Aunque Naia los observó a los tres, su mirada se había clavado sin piedad en Isaac. Todos los presentes sabían que era quién más secretos guardaba.

—Así que vamos a sentaros en estos maravillosos sofás y no nos levantaremos hasta que haya quedado todo dicho. ¿Capisci? —Aleteó las pestañas con una sonrisa exagerada en los labios.

—No sé si... —empezó a murmurar Áleix.

Naia lo calló con una mirada que no dejaba lugar a objeciones.

Consciente de que él era el principal aludido por la propuesta de la chica, Isaac decidió dar un salto de buena fe y ser el primero en probar la experiencia de sofá de casa abandonada. Su cuerpo se hundió en una espuma que había perdido su densidad mucho tiempo atrás. Por fortuna, no salió ningún bicho de entre los cojines roñosos.

—No está tan mal —afirmó poco convencido mientras se recolocaba con disimulo para apartarse de un muelle que se le clavaba en el culo. Fingió una gran sonrisa expresamente falsa.

—No te lo crees ni tú. —Áleix se dejó caer en el sofá de enfrente con una mueca asqueada mientras Naia se sentaba a su lado también disimulando un gesto contraído.

Mientras ambos se acomodaban, los ojos de Isaac y Asia se encontraron. Disimuladamente el médium tomó la pequeña mano del fantasma para que pudiera sentarse a su lado.

—Gracias —murmuró sin emitir sonido.

Isaac le dedicó una pequeña sonrisa antes de fijarse en Naia cuando empezó a hablar. Un cosquilleo le recorría la piel, cálido, gélido, vibrante. Sin darse cuenta empezó a dibujar círculos perezosos en su piel.

—Tenemos hasta que vuelva Nit de su descanso de papel de canguro, así que Asia, empiezas tú —anunció solemnemente la chica.

Y entre las paredes de la casa abandonada que habían tomado como refugio temporal, ocultos en la nada, Asia volvió a relatar cómo había empezado todo. Cómo había muerto despertándose al lado de una mujer que podía verla, cómo esta le había entregado un anillo explicándole que entregárselo a la muerte era la única manera de avanzar. Cómo después de eso había vagado alrededor de la que había sido su vida hasta finalmente empezar a seguir la sensación que la llamaba. Ahora sabían que esa sensación era Isaac y que los otros fantasmas también la notaban.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now