Ganándose una exclamación de dolor por parte de la chica, cosa que Naia agradeció a los dioses, limpió alrededor de la puñalada. Por suerte, la herida ya no sangraba con tanta intensidad, solo cuando ella se movía.

No tenían nada en casa para desinfectar la herida, o si lo tenían (cosa que sería lógico porque los padres de Isaac y Elia eran médicos), ellos no lo sabían. Así que estaban usando alcohol de noventa y seis grados. Seguramente no era la mejor opción, pero Alma no les había dejado otra.

Deseando que acabara ya la tortura se levantó del suelo y con ayuda de Áleix empezó a rodear el abdomen de la chica con cinta americana dejando unas simples gasas entre la herida y la cinta adhesiva. Tampoco habían encontrado vendas. Pero ¿qué más podían hacer? No tenían experiencia, cobertura, ni internet. Tampoco podían salir a pedir ayuda. Porque ¿y si lo que decía Alma era verdad? Al fin y al cabo, alguien la había apuñalado. ¿Y si seguían fuera?

¿En qué lío se habían visto involucrados? En ese momento no eran ni remotamente conscientes de la gravedad de lo poco que les había explicado la chica. ¿Cómo alguien iba a atacarlos? ¿A querer matarlos? No sucumbieron al pánico porque les era imposible llegar a comprender (o simplemente aceptar) lo que les había dicho.

Así que la americaron.

Alma se negó a que Naia le vendase la mano, aunque sí que dejó que le limpiasen la sangre y desinfectasen los alrededores.

Una vez estuvo americada y más o menos limpia, Isaac le ofreció una camiseta. La chica la observó con curiosidad durante unos instantes antes de colocársela. Tener al monstruo de las galletas sonriéndoles desde su pecho hacía la situación más tétrica todavía.

Naia se odió mentalmente por estar pensando en que debajo no llevaba sujetador en vez de en la situación en la que se encontraban. Y se odió todavía más por el cosquilleo que la recorría de arriba abajo, y más concretamente en el centro de su cuerpo, allí.

¿Cómo podía estar sintiendo eso, fuera lo que fuese, en esa situación? Serró los dientes. Era una loca que se había colado en casa de Isaac, que estaba mentida en alguna locura peligrosa y seguramente reprochable que había causado que la apuñalaran. Que la apuñalaran. No un puñetazo o una bofetada, un apuñalamiento. Y encima actuaba con superioridad moral, los amenazaba. Apretó los puños. La odiaba. Tenía que odiarla.

Definitivamente lo hizo al escuchar su voz.

—Necesito un cuchillo.

Se había levantado de la cama sin demasiada dificultad para colocarse delante la ventana. La intensa lluvia creaba una pesada cortina que les imposibilitaba ver el patio trasero. El sonido era salvaje, ensordecedor, y había aparecido de la nada. Isaac estaba convencido de que no había estado lloviendo cuando habían subido las escaleras.

Los tres compartieron una mirada. Elia se había sentado en un rincón, y con la mirada perdida no parecía muy consciente de lo que ocurría a su alrededor.

—¿Por qué quieres un cuchillo? —preguntó Isaac ni muy seguro de querer la respuesta ni muy seguro de recibirla.

—Necesito un cuchillo —repitió sin girarse. Seguía mirando por la ventana, el rostro completamente inexpresivo.

—Voy a por él —dijo Áleix. Isaac sabía que aprovecharía el viaje abajo para recoger sus inyecciones de insulina y algo de comer para mantener sus niveles de glucosa estables. También sabía que quería huir lo más lejos posible de la tensión sexual que se había instalado en la habitación.

A Isaac tampoco le había pasado desapercibido como Áleix no se había fijado ni una sola vez en los pechos de Alma. Solo en como Naia los miraba, tan cerca, tan a fondo. Tan inconscientemente.

Cuando la muerte desaparecióWhere stories live. Discover now