Capítulo 23 金窝,银窝,不如自家的狗窝

102 37 28
                                    

Encontrarme a mí mismo sonó durante todo aquel sueño que, bajo mi percepción, pareció durar horas y horas. Desperté en otra pensión en la zona universitaria de Wudaokou, desde donde podría llegar a la primera de las direcciones que me había facilitado el Cerdo.

Hacía mucho tiempo que no soñaba con él, aunque la figura paterna se había convertido más bien en un elemento decorativo que me generaba tensión y frustración a partes iguales. En medio del letargo nocturno, pude verle sentado frente a mí en aquel bosque que aún recordaba, pero no me cogía en brazos; según él, porque ya me he había hecho mayor.

Salí temprano para tomar un taxi que me llevara hasta el sótano donde había falsificado mi carné de identidad. El mismo anciano decrépito y sudoroso me recibió sin sorprenderse y me hizo un nuevo documento con una nueva fotografía. Aunque no había sacado la tarjeta de mi cartera en todo aquel tiempo, no podía evitar pensar que Taisen, después de nuestro desencuentro, hubiese filtrado mis datos por venganza.

Cuando acabé, regresé al barrio de la primera dirección, me registré en un albergue con mi nuevo nombre y pregunté por un locutorio cercano para hacer una llamada. Una vez lo encontré, me tentó la posibilidad de llamar o escribir a mi madre, pero debía esperar. Al menos debía esperar un poco más.

—Mi nieta favorita —dijo la voz al otro lado de la línea, después de haber pasado por varias personas antes de llegar a él.

—¿Puedo confiar en ti? —pregunté, no tenía tiempo para bromas.

—Absolutamente —aseguró el Cerdo. Colgué.


Dediqué el primer día a tantear la zona, por lo que compré una mochila y ropa para imitar la apariencia de las chicas universitarias que había por allí. Me sorprendió ver a muchos extranjeros, algo bueno para que mi apariencia no fuese objeto de interés. Las manzanas de pisos se distribuían de manera similar, dentro de las cuales se repartían las diferentes secciones de las universidades que allí se levantaban. Me perdí varias veces hasta que logré memorizar por dónde pasaban las calles principales.

El segundo día caminé dentro de los campus para observar el ritmo de la vida universitaria. Muchos estudiantes viajaban en bici, de manera que se creaban auténticos aparcamientos de vehículos de dos ruedas en las proximidades de los edificios. El nuevo curso comenzaba y las ropas veraniegas acompasaban las pisadas de los alumnos que aún conservaban el espíritu de las vacaciones.

No fue hasta el tercer día cuando me atreví a preguntar a algunos alumnos extranjeros —en masculino— que encontraba fumando en las puertas de entrada de las cantinas y aulas. Fingiendo cierta vergüenza, les pedía recomendaciones a la hora de encontrar sustancias estupefacientes, pero no conseguí ningún dato, solo proposiciones de dudosa decencia. Antes de que la falta de motivación me llevara a buscar información bajo el ocio nocturno, pasé cerca de un callejón entre residencias donde pude oler un aroma dulzón. Provenía del interior, donde una chica rubia fumaba mientras jugueteaba con su teléfono. Nos miramos durante unos segundos, hasta que tiró lo que fumaba al suelo y se marchó por el otro lado sin mirar atrás. Me acerqué para observar de cerca la colilla, aún conservaba el característico olor.

No serviría de nada seguir a la chica, me había visto y probablemente me rehuiría con miedo. Aun así, continué con mi paseo, como si aquello hubiese ocurrido sin predisposición a que pasara. Unos minutos después, cuando regresaba al albergue, noté una presencia que me seguía, aunque no podría describir cómo era. Me detuve en varias ocasiones para mirar atrás, con la excusa de fijarme en el menú de un restaurante o en la vitrina de una tienda de teléfonos. No vi a nadie, solo fue una sensación incómoda que conservé hasta el día siguiente. Por eso decidí que me movería a otra zona, alrededor de la segunda dirección que me había dado el Cerdo.

BEIJING 888Where stories live. Discover now