Capítulo 6 我找到自己

159 46 35
                                    

El título de la canción se podría traducir como Encontrarme a mí mismo. La escuché muchas veces mientras disimulaba con maquillaje las marcas que el cristal había dejado en mi cara. Eran pequeñas motas marrones que desaparecerían en unos días, pero por el momento parecía que tenía el rostro lleno de lunares.

—No hace falta que te cambies, encontrarás gente con ropa deportiva más cara que un vestido de noche —aseguró Huo cuando pregunté al respecto—. Por cierto —continuó—, ese teléfono es para ti, el número está en la agenda.

No me costó encontrarlo, tan solo había dos: el suyo y el mío. A parte, lo único que había almacenado en la memoria era la canción.

—¿Puedo llamar a mi madre desde aquí? —pregunté en alto—, tengo que decirle que todo anda bien.

—¿En qué mundo vives?

Ante la negativa, en lugar de usar el teléfono visitamos un locutorio en la primera planta. También era un lugar que hacía de tienda de comestibles, papelería e imprenta. Mientras escribía el correo para mi madre desde una cuenta falsa, Huo pidió un paquete de Hongtashan al dueño, pagó con un billete de veinte yuanes y encendió un cigarro.

—Es mejor así, a ella le resultará extraño, pero también evitas problemas a largo plazo. Por ahora, lo mejor que puedes hacer es pasar desapercibida en todos los aspectos posibles.

—Pero es que mi madre no sabe ni desbloquear el teléfono. ¿Cómo va a leer el correo?

—Sea por habilidad o por necesidad, lo acabará haciendo.

—¿Crees que se creerá lo que he escrito?

—Ni hablar, pero como toda madre, te hará pensar que sí. Tómatelo como un acuerdo en diferido, después de todo, es ella quien te ha hecho venir.

—Eso es verdad —reconocí.

—Solucionado entonces, ¿quieres algo de cenar antes de salir?

Huo paseó cerca de la estantería de fideos con indecisión.

—¿Cuáles te molan? —preguntó mientras husmeaba la balda superior.

—No tengo ni idea, nunca he comido fideos instantáneos.

—Venga ya —dijo antes de soltar una ruidosa carcajada que despertó al dueño de su espontánea siesta.

Usó el agua caliente del expendedor para llenar los dos recipientes por la raya marcada sobre el cartón. Los cubrió ayudándose de la solapa de apertura y esperamos cinco minutos hasta que estuviesen preparados. Sobre la superficie podía leer: ¡Extra de carne y más verduras!, como si todo eso entrase en el pequeño sobre donde se habían mantenido disecadas.

—¿Primeras impresiones? —preguntó Huo cuando logré llevarme un fideo a la boca con un tenedor de plástico. Había probado un par de veces con los palillos, pero solo logré que me dolieran los tendones de la mano. En casa, por extraño que parezca, nunca los habíamos usado. Mi padre había comido tan pocas veces con mi madre y conmigo, que las diferencias siempre pasaron desapercibidas. En casa jamás comíamos algo de procedencia asiática, Huo tenía razón: yo era como el androide de una película.

—No me sabe ni a carne ni a verduras, es como el concentrado de caldo que mi madre usa cuando no tiene ganas de cocinar.

—¿Y qué esperas por tres kuai? Es el mejor placer envasado que vas a encontrar por ese precio.


En dos días solo había comido una bolsa de patatas fritas y unos fideos instantáneos, pero no tenía apetito, mi cuerpo aún se mantenía alerta. Antes de que atardeciera, hicimos el check out del hotel donde había dejado mi equipaje al llegar a China por teléfono y caminamos un par de manzanas en busca de un taxi que nos llevara a Sanlitun. Lamenté perder la ropa y la maleta, pero no podía seguir pensando en ello.

Debía ser una hora similar a la del día anterior. De la misma manera viajábamos por una autopista y el fulgor rojizo del sol poniente teñía los edificios en el horizonte. Me tranquilicé al pensar que nadie nos perseguía, podía concentrarme en observar el despliegue de la arquitectura de una ciudad en constante renovación. Aun así me sobresalté varias veces, y es que infinidad de coches con lunas tintadas compartieron nuestro camino. También circulaban otros automóviles destartalados, furgonetas monoplaza y motos de poca cilindrada que se mantenían en los márgenes de las avenidas.

El taxi nos dejó al lado de la embajada de Canadá, la zona estaba repleta de ellas. Nadie pareció fijarse en nosotras más allá de las miradas usuales que una chica puede encontrar en la calle. Eso me hizo sentir mejor. Siempre parecí una extranjera en mi propia tierra, siempre se me diferenció y señaló como a alguien diferente debido a mis rasgos. Quizá por eso crecí con pocas amistades que se fueron diluyendo con el paso del tiempo.

Miré a Huo, caminaba con una pose altiva. Su pelo se meneaba con gracia en cada pisada. Parecía no importarle nada, tan solo se enfocaba en lo que tenía delante. Sentí envidia, envidia por la libertad que pudiera conllevar una vida alejada de toda preocupación y responsabilidad. Pero, ¿no era precisamente aquel tipo de vida la que, de alguna manera, se me acababa de ofrecer?


Una larga hilera de escalones con escasa iluminación nos llevó a la sala de cámaras y despachos, lejos del bullicio de la entrada principal, por lo que no pude ver cómo se llamaba la discoteca. Un chico joven, entrado en los treinta, nos acompañó desde la puerta trasera. Iba vestido con traje negro y pinganillo en la oreja. No intentaba disimular su función.

—Esperad aquí —nos ordenó cuando llegamos ante la puerta de uno de los despachos. Entró en primer lugar.

Unas diez personas trabajaban en la sala, parecían estar bastante ocupadas ante la inminente apertura. El flujo fue constante, mantuvimos silencio en todo momento. Huo guiñó el ojo a un camarero que pasaba tras nosotras con una botella de champagne en las manos, a punto de hacerle tropezar con la distracción. A ella pareció divertirle ese juego, no había ni pizca de tensión en su manera de actuar.

Al fin la puerta se abrió y el chico nos dio paso al despacho. Decorado con decenas de láminas de jugadores de golf, la sala se prolongaba en forma de pasillo a lo largo de veinte metros, al final de los cuales se encontraba un escritorio lleno de botellas y vasos vacíos. Junto a la pared derecha, y lejos de los sutiles fluorescentes que alumbraban desde el techo, había un sofá largo, con espacio para al menos ocho personas. Sentado en el medio, un hombre de unos sesenta años nos observaba con las piernas cruzadas.

—¿Qué te trae por aquí, Huo? —preguntó el hombre sin levantar mucho la voz.

Vestía de una manera muy normal, con pantalones vaqueros y un polo azul oscuro. No había nada en su rostro que pudiera diferenciarle de cualquier otra persona con la que me había cruzado durante el día.

—Hay alguien que quiere conocerte —respondió Huo, el hombre me miró.

—¿Es tu novia?

—Es la hija de Yang Fei, tiene una bala con tu nombre.


我找到自己

(wǒ zhǎodào zìjǐ)

ENCONTRARME A MÍ MISMO

BEIJING 888Where stories live. Discover now