Capítulo 14 良药苦口

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Me levanté justo antes de que amaneciera, mi espalda no estaba hecha para dormir en el suelo. Aún no. Subí hasta el último piso para ver el Templo del Cielo una vez más, los colores y la tranquilidad del alba me ofrecieron una agradable bienvenida. La suerte me recompensó con una salida del sol limpia y definida, como si hubiese sido desplegado hacia las alturas por la formidable construcción; como un templo que, en efecto, pertenecía al cielo.

Abrí la ventana del pasillo para que la brisa de la mañana me refrescara, en el sótano había llegado a sudar. Sentí un alivio profundo, casi curativo, en el momento en que el viento me erizó la piel. La ciudad despertaba a pesar de su ajetreo constante, el ruido se intensificaba con cada minuto que pasaba allí asomada.

La nota del Conejo seguía en mi pantalón, por lo que en un arrebato de confianza marqué el número que estaba escrito sobre él, el número del Buey. No hubo respuesta, quizá era demasiado temprano. Volví a llamar con el mismo resultado. El corazón me latía con fuerza y encontré motivación para hacer algo más por mi cuenta. Sin embargo, por mucha energía que tuviese, no dejaba de ser una extranjera en un lugar que no conocía y me limité a salir a dar una vuelta a la manzana.

Hice un ejercicio mental por memorizar qué tipo de tienda había en las esquinas, qué carteles de publicidad encima de los edificios, cuántos restaurantes en las primeras plantas... Cada detalle se fue almacenando en mi cerebro con mayor facilidad de la que esperaba tener. Me crucé con muchos que corrían apurados hacia la boca de metro más cercana, sin tiempo para dedicarme las miradas que los más mayores sí me lanzaban.

Me detuve ante un pequeño shitang abarrotado de gente que desayunaba para ir o para acabar de trabajar. Como las mesas estaban ocupadas, tomé asiento en la barra con taburetes que encaraba la pared lateral. Los espejos se repartían por todo el local, de manera que mirarse donde mirase, siempre encontraba o me encontraba la mirada de alguien. Todos comían lo mismo, una sopa blanca acompañada de una especie de masa frita.

—Solo doujiang y youtiao —respondió el cocinero cuando le pregunté por el menú—, son cinco kuai.

Resultó que la sopa era leche de soja, y la masa frita, pues eso mismo: masa de harina y agua frita en aceite. El hombre cobraba, cocinaba y servía desde la entrada, donde era más fácil mantener los humos y los olores a raya. Me serví un cuenco con encurtidos muy salados que había en un gran bote de plástico junto a mí.

Cuando regresé, decidí pasar por la calle a donde asomaban las ventanas del apartamento. Allí encontré a un hombre con claros signos de embriaguez, orinando en el cristal del salón. Al principio no me atreví a decir nada, tan solo esperé a que acabara y me sorprendiera mirándole.

—¿Te interesa algo? —eructó.

—No... No debería orinar ahí, seguro que dentro vive alguien.

El hombre se reía con la entrepierna al aire, todavía quedaban algunas gotas por caer.

—Vete de aquí antes de que haga no se qué, algo, no sé... ¡Fuera!

Me volvió a dar la espalda para apoyarse sobre la pared. Escupió un par de veces hasta que finalmente se abrochó el cinturón del pantalón. Su mirada se esforzaba en enfocarme, pero volvía al suelo cada vez que lo intentaba.

—Si vuelvo a verle hacer eso, tendré que llamar a la policía —le amenacé, aunque hasta yo misma me di cuenta de mi falta de confianza.

Entonces se acercó hacia donde me encontraba, se tambaleó un par de veces antes de llevar la mano con la que había orinado hasta mi camiseta, muy cerca del pecho izquierdo. Sonrió.

—Me vas a tener que convencer, ¿no?

—Suélteme, por favor.

—No quieres que te suelte —dijo casi salivando, llevando su boca cerca de mi oreja y agarrando la tela con más fuerza.

BEIJING 888Where stories live. Discover now