Capítulo 3 "El dueño del Cristal."

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—  No sabes cuánto he esperado este momento, Gema —me beso bruscamente mientras me sacaba la polera.

—  ¡Aléjate, Jace, ayuda! —grité, pero me cayó con un beso.

—   Nadie te va a escuchar lindura, lo sabes muy bien. No hay nadie en casa. Nadie más que tú y yo —prosiguió a quitarme los shorts.

Desperté sobresaltada, ¿por qué había soñado eso? Que pesadilla, hasta en sueños me atormenta.

Llamé a mis padres para olvidarme de aquello, pero al escuchar la voz agotada de mi madre rápidamente colgué. Decidí bajar a desayunar, al menos de esta manera podría olvidar el mal sueño.

Cuando estaba por pisar el frío suelo de madera, el cristal de la ventana se rompió en mil pedazos, provocando que varios cayeran alrededor de la alfombra, comencé a sudar.

— ¿Quién está ahí? —al no obtener respuesta alguna subí rápidamente las escaleras, agarre lo primero que encontré; un jarrón, y nuevamente baje hasta llegar a la cocina.

Un papel envuelto en una piedra yacía tirado a un lado de la puerta, con sumo cuidado apoye el jarrón en el suelo y lo tome entre mis manos. La nota decía lo siguiente:

¿Es que acaso todos los de esta ciudad estaban locos?, ¿y por qué "dueño del cristal"? Que yo sepa la ciudad es de todos, por ende, el cristal que se encuentra debajo nos pertenece a cada uno de nosotros

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¿Es que acaso todos los de esta ciudad estaban locos?, ¿y por qué "dueño del cristal"? Que yo sepa la ciudad es de todos, por ende, el cristal que se encuentra debajo nos pertenece a cada uno de nosotros.

Llame a Caro para contarle lo sucedido, luego de dos tonos escuche su voz algo adormilada.

—  ¿Gema?

—  No, te habla el presidente de los Estados Unidos. Si tonta, efectivamente soy Gema —reí por lo bajo.

—  ¿A qué se debe está llamada? —bostezo.

— Bueno, verás...

Procedí a contarle todo, desde el momento en el que oí que Agustín sentía cosas por mí; hasta la piedra que rompió mi ventana.

Ella escuchaba todo muy atenta, esperando que terminara de contarle para darme su opinión al respecto.

— Lo primero que debes hacer es llamar a la policía, además de cerciorarte de que no haya nadie en la casa, trabar todo tipo de lugares por los que esta persona podría ingresar —comenzó a darme instrucciones—. No cortes la llamada, llama por el teléfono fijo, en caso de que te ocurra algo yo estaré en contacto y podré ayudarte de alguna manera.

A paso apresurado marque al 911, mis manos temblaban y se me estaba dificultando el respirar con normalidad. Suspiré intentando calmarme, pero no lo conseguí.

Un ruido comenzó a escucharse, parecía como si alguien estuviera intentando abrir la puerta principal, forcejeaba e intentaba romperla con una especie de palanca. No podía ver quien era, puesto que la ventana que se encontraba justo alado no me permitía ver mucho.

—  Caro, está aquí. Está forcejeando la puerta delantera —susurré a punto de comenzar a llorar.

—  Okey, sal por la puerta trasera e ingresa en la casa más cercana, estamos en camino. Cuídate —dijo y colgó.

Hice justo lo que me pidió, a paso apresurado abrí la cerradura de la puerta y corrí lo más rápido que mis piernas me permitieron, estaba totalmente aterrada. ¿Qué querría esa persona de mí?, no tenía ningún objeto valioso.

Sus pisadas se escucharon detrás, me asusté mucho. Respiraba entrecortadamente, mi cuerpo no daba para más.

Mis piernas comenzaron a flaquear, necesitaba detenerme o iba a caer rendida en plena calle.

—  ¡Por el amor de Dios como mierda hace para correr tan rápido! —susurre apenas audible, llegue a la entrada de la casa de los Goméz y golpee fuertemente la puerta—. ¡Ayuda por favor!

No pasaron ni dos minutos cuando una persona abrió la puerta, sin importarme quien fuera lo empuje y me adentre en la gran casa, posteriormente cerré la puerta con seguro.

— ¿¡Qué haces!? —preguntó Gabriel, el hijo mayor de los Goméz.

— ¡Nos salvó el pellejo! —tranque puertas y ventanas, él simplemente se limitaba en mirarme caminar de un lugar a otro, como si estuviera loca.

Al terminar caí rendida en el sofá, estaba exhausta.

Carajo, realmente necesitaba hacer más actividad física. Gabriel me observaba cruzado de brazos en una esquina de la habitación.

— ¿Por qué estás en mi casa, y quién te seguía como para entrar como una completa psicópata? —estaba de malhumor, y lo entendía: estaba mal entrar así a la casa de las personas, ¡pero era de vida o muerte!

— Escucha, una persona estaba intentando entrar en mi residencia, así que me escape por la puerta trasera. Corrí hasta que llegué aquí, disculpa si te moleste o asuste, no era mi intensión. Realmente no sé qué quiera esta persona, pero estoy segura de que nada bueno.

Luego de llamar a Ángel (puesto que Carolina no me atendía el teléfono), ellos vinieron a buscarme. Gabriel nos ofreció una taza de café hasta que la policía llegara para inspeccionar la casa.

Los minutos pasaban, entrelacé mis manos y comencé a jugar con mis dedos: nerviosa. ¿Había hecho algo mal?, ¿está persona buscaba venganza o era simplemente una especie de broma cruel? Muchas preguntas circulaban en mi cabeza. No pude contestar ninguna. Finalmente, un oficial se encontraba golpeando la gran puerta de roble.

— ¿Para qué llamaron? —mis amigos le explicaron la situación, puesto que yo me encontraba paralizada en mi lugar, mirando un punto fijo en la pared—. ¿La nota señorita?

— ¿Eh? —salí del pequeño trance en el que me encontraba.

— Le dio una nota, la necesito. Es una pista para comenzar a investigar su caso.

— Ah, sí, sí. La nota se encuentra arriba del refrigerador, creo.

El oficial simplemente asintió y se dirigió al lugar; supongo que para inspeccionar si había rastros de forcejeo, huellas e incluso: si la nota aún se encontraba.

Los segundos pasaron a ser minutos, y los minutos, horas. Mi mente era un completo caos, no entendía absolutamente nada.

Divise las luces de la patrulla y rápidamente me levante a abrirles, aún seguíamos en casa de Gabriel, pues la policía advirtió que podía ser riesgoso el salir de este lugar sin el acompañamiento de algún oficial.

— Okey, encontramos la nota, señorita Smith. No logramos encontrar ninguna huella, nada más que la puerta forcejeada y un peculiar olor varonil. Por el momento y por su seguridad, manténgase en grupo: no se quede en completa soledad —asentí.

Decidimos pasar esa noche en casa de Ángel, el susodicho aseguro que era muy bueno en el boxeo y que podía protegerme: ni Caro, ni yo le creímos.

— Deberás empezar a cuidarte más que antes, cielo —mi mejor amiga hizo una mueca.

—  Lo sé —murmure.

El dueño del cristal IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora