Luca

El pianista de la esquina del salón de baile tocaba una melodía suave y deprimente. Mujeres hermosas se movían por la habitación acompañadas de sus parejas. Pensé que era una reunión privada, pero me equivoqué. Esperaba retirarme pronto. Quería regresar a la mansión y asegurarme de que Alayna estaba bien.

Mi tío aseguraba que era una oportunidad perfecta para cerrar nuevos tratos y hablar sobre mis futuros proyectos. Honestamente, nada relacionado a la política me interesaba. No cuando era utilizada para esconder el trapo sucio de muchos corruptos. En su mayoría eran hipócritas que no se preocupaban por el bien de la comunidad. Solo les importaba llenar sus bolsillos dañando a las minorías. Nunca sería uno de ellos.

—Ahí está —murmuró mi tío Eric con una sonrisa —. Escuché rumores de que su padre quiere comprometerla pronto.

Vi al gobernador con su hija aferrada al brazo.

—Te advertí que olvides cualquier cosa que tengas en mente. No pasará.

Isadora era una mujer hermosa. El vestido rojo era revelador y su maquillaje recargado, pero sensual. Su cabello rubio caía hasta su cintura. Me miró con una tímida sonrisa que me costó devolver.

Eric carraspeó.

—Hay tradiciones que no puedes ignorar.

Esa rabia familiar burbujeaba en mi interior y tuve que luchar para mantenerla bajo control. No volvería a tolerar que me dijeran lo que tenía que hacer. Jamás. Era dueño de mis decisiones.

—Impondré nuevas reglas.

—¿De verdad? —inquirió con el ceño fruncido—. ¿Piensas que tus hombres se adaptarán a ella de la noche a la mañana? Vivieron bajo el mando de tu abuelo por más de cincuenta años. Esperarán a que tú cumplas muchas expectativas. En caso contrario habrá oposiciones.

Me dolía la mandíbula de tanto apretarla.

—No me importará matar hasta el último hombre que se oponga a mis métodos—afirmé —. Si tengo que bañar las calles con sangre que así sea. No cumpliré el capricho de nadie. Ya no.

Negó con la cabeza y levantó la copa de vino en señal de brindis.

—Esta es la mafia, Luca. A veces no tenemos muchas opciones.

Sus palabras reafirmaban mis teorías. No podía darme el lujo de confiarle mi puesto a alguien más. Continuarían con la misma mierda de hacía décadas sin tener en cuenta mi voluntad. Nadie velaría por los más débiles, nadie tendría en cuenta a las mujeres que eran secuestradas en Palermo para ser vendidas.

—Se acostumbrarán tarde o temprano —Froté mis hombros—. Si me disculpas, hablaré con el gobernador.

Ignoré la mirada reprobatoria que me dio mi tío y me alejé. Él creía que estaba siendo iluso al respecto, pero pronto callaría su boca. Empezaba una nueva era con un líder revolucionario.

—Señor —estreché la mano del gobernador con una inclinación de cabeza mientras evitaba mirar a su hija.

—Escuché que lograste derrumbar el imperio de tu padre.

Puse una sonrisa falsa en mis labios.

—Aún no consigo su cabeza—dije cuidadosamente—. La cosa sobre el poder es que solo puede ser manejado por hombres competentes. Mi padre cometió muchos errores. En primer lugar, subestimarme. No podía perdonarlo. Como no perdonaré a los traidores.

Asintió en aprobación, Isadora me observaba con interés y deseo. Conocía esa mirada. La había visto antes en Marilla y no me gustaba.

—No respetó los últimos deseos de tu abuelo —murmuró Fernando—. El poder no es bueno cuando te ciegas.

Belleza Oscura [En Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora