Capítulo 8

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¿Había escuchado bien? No creo. Ni siquiera había bebido cómo para imaginarme cosas, ¿o sí?

—No es lo que piensas, Pía, créeme —negó Derek. Su intervención reventó la burbuja de mis pensamientos, a la vez que confirmaba que había escuchado correctamente.

—¡No me mientas, Derek! No soy estúpida —gritó la pelirroja.

Pues yo creo que sí. Es decir, apenas habíamos hablado, y ella estaba pensando que algo pasaba. Un poco loca sí estaba.

—¡Incluso la llevaste al hospital!

—¿Qué se supone que debía hacer? ¿Dejarla tirada para que venga un idiota y la viole? —dijo con un tono bastante serio.

Sentí mi rostro palidecer. No podía negar que la idea no me cruzó la mente, pero escucharlo en voz alta... un escalofrío me recorrió el cuerpo de tan solo imaginarlo. Estaría eternamente agradecida con él por haberme ayudado ese día. ¿Quién sabe que me hubiese podido pasar?

—Además —continuó—, tú eres la persona menos indicada para reclamarme sobre lo que hago, ¿no te parece? —habló como reproche y no se escuchó otro comentario de ella.

A continuación, oí pasos saliendo del pasillo. Mierda. ¡Me iban a ver!

Empalmé mi cuerpo contra el respaldar del sofá como si quisiese formar parte él, y giré el rostro escondiéndolo con una mano para que no me reconocieran.

Los sentí pasar a mi costado, primero el chico y después ella. No quise voltear hasta que pasaran unos minutos para asegurarme de que no me vieran. De lo que no me di cuenta fue que, al tener la cabeza volteada, me había quedado mirando a la melosa pareja del sofá, quienes ahora me veían extrañados. Genial. Me levanté apresurada después de dedicarles una sonrisa, porque al parecer no sabía reaccionar como una persona normal, y bajé las escaleras.

El ambiente se había tornado aún más entusiasta. La gente saltaba, parejas se comían en las esquinas, y vasos rojos seguían apilándose por el lugar. Todo estaba hecho un verdadero desmadre.

Busqué a Liv y a Polo con la mirada, pero ya no estaban sentados donde los vi por última vez. Después de unos minutos, mis ojos encontraron a mi amiga arrodillada sobre la mesa de billar bailando con una vaso en cada mano, junto a Max, Chris y Leo.

—Liv, ¿sabes dónde está Polo? —le pregunté una vez me había acercado.

—¡Ni idea, linda! —dijo encogiéndose de hombros—. ¡Los chicos me separaron de él! Avísame cuando lo encuentres.

Le dediqué una sonrisa y giré sobre mis talones.

Recorrí el espacio con la mirada en busca de mi amigo, pero, en vez de encontrarlo a él, divisé a Iker en medio de la pista saltando y gritando la letra de la canción que sonaba. Solté una pequeña risa al verlo divertirse; claramente el alcohol se había apropiado de todos allí.

Salí al balcón que había visto antes por la puerta cerca del billar. Había pocas personas, pero Polo no era una de ellas. Iba a volver a entrar para seguir con mi búsqueda, pero decidí quedarme un rato; puse ambas manos sobre la barandilla y apoyé mi peso.

No se veía toda la ciudad, pero el paisaje era igualmente precioso. Las pocas luces encendidas de los edificios se complementaban a la perfección con el reflejo de la luna en las ventanas. El cielo azul índigo que cubría el escenario creaba la ilusión de ser eterno. Debido a las altas horas de la noche, una suave brisa estremecía las calles, pero no sentía frío. Ver a la ciudad descansar del bullicio, de las obligaciones, me generaba un sentimiento de calma.

ALBA © [Disponible en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora