Vas a dejar de ser un cobarde

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Luisa jugaba nerviosa con los guantes mientras esperaba, aún faltaban algunos minutos antes de las siete, pero cada vez que tenía que estar ahí, tenía la misma sensación nerviosa.

Un caballero desde la barra había enviado con un mesero una copa que le invitaba como preámbulo a presentarse a sí mismo, pero ella consiguió hacer entender al hombre que no la iba a aceptarla porque estaba esperando a alguien más, que llegó finalmente a las siete con cinco.

—Discúlpame, se demoró un poco la junta.

Luisa sonrió y Neal regresó el gesto.

—¿Qué tal tu día? —preguntó ella.

—Como siempre, Archie es un inútil hablador, apenas mejor que el resto de incompetentes que trabajan ahí, pero si todo sale bien, a mí me asignarán la sede de Nueva York y no tendré que verlos más.

—¡Nueva York! ¡Es creíble!

Neal bebió un sorbo de la copa que acababan de servirle.

—Lo que es increíble, es lo fácil que es la vida cuando se está bajo la gracia del jefe de familia.

Ambos brindaron por eso.

Hacía más de un año que se veían sin falta cada jueves en ese restaurante desde la última desastrosa reunión familiar. Habían pasado muchas cosas, pero de entre todas solo podía recordar a Neal dejándola en la puerta de la casa de sus padres: Dame una oportunidad.

Y no por el dinero se la dio, él había prometido que si lo que quería era el divorcio, se lo daría, y tomaría sus responsabilidades legales, pero le pedía solo un tiempo, un tiempo para hacer lo que debió suceder primero: conocerse, salir casualmente hasta que el lazo entre ellos fuera lo que debiera ser un matrimonio.

Habían vuelto a usar sus anillos de matrimonio hacía un tiempo, aunque aún vivían separados. Acordaron que era lo mejor y hasta el momento los resultados habían sido buenos, salvo quizás la ocasión en que Neal le dijo que uno de sus vestidos la hacía ver como un oso acróbata al que la carpa del circo le cayó encima. Reconocía que tenía algo de peso extra, pero no era suficiente como para hacer semejante comentario, sobre todo viniendo de alguien que necesitaba ayuda para vestirse porque no podía distinguir el frente y reverso de un sombrero de copa.

Sintió su mirada por encima de la carta que había dejado el mesero. La estaba mirando fijamente, de tal forma que no pudo ignorarlo.

—¿Qué sucede?

—Ven conmigo.

—¿A dónde?

—A Nueva York ¿A dónde más?

No pudo evitar el sonrojarse, más aún cuando él dejó la carta para alcanzar su mano.

—Por favor.

Luisa lo miró un instante antes de inclinar la cabeza. Parecían tan lejanos los primeros días de su matrimonio, cuando sus vidas parecían ya estar escritas y ellos solo debían de apegarse al guion. Algunas cosas habían cambiado, demasiado, pero otras aún estaban ahí haciendo mella. Le miró apenada.

—Sabes que no puedo tener hijos, Neal, y esta vez no quiero que cambiemos el tema.

El joven suspiró.

—Sí, supuse que querías llegar a eso, pero esta vez estoy listo.

—¿Y qué es lo que tienes que decir?

—Primero quiero saber, ¿para ti es tan importante?

Luisa tartamudeó un poco, ella sí deseaba un hijo, había soñado con tenerlo en sus brazos y enseñarle a hablar, a caminar, sentirse orgullosa de él cuando fuera al colegio. Saber que no podía tener hijos había sido doloroso, porque no podría tener nunca esos momentos.

Un buen LeaganWhere stories live. Discover now