Vas a vivir con los Leagan

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Neal apartó con la mano al sastre para anudarse el moño de la corbata él mismo. Eso era algo que sabía hacer muy bien, había practicado mucho, siendo ese su mayor momento de arreglo personal fuera del baño, pero aun así, tampoco demoraba tanto. Ningún hombre lo hacía, excepto Archie, pero Archie era la excepción a toda regla masculina.

Su mal humor iba en aumento, la tensión en sus dedos se notaba por las puntas enrojecidas al tomar con fuerza innecesaria la tela, la quijada empezaba a dolerle por mantenerla cerrada a la fuerza. El olor de su propia colonia le picaba la nariz.

—¿Neal?

—Pasa.

Era Eliza, aún llamaba solo porque él era hombre y había cierta línea que no se podía pasar aún entre familiares. Ella entró.

Se había vuelto una mujer de curiosa belleza fría pese a su tono cálido de piel, imponente de presencia, entraba a los salones y todos giraban para verla, cuidaban sus palabras al dirigirse a su persona, siempre conservando el recato adecuado para no ofenderla. Simplemente cargaba bastante bien con el apellido Leagan, hasta podía pasar por una Ardley. Si solo fuera rubia, ya habría conquistado a todo el círculo social que pululaban alrededor de las más exclusivas casas.

—¿Listo?

—Casi. Esta estúpida corbata no se deja anudar.

—Deja que yo lo haga.

Se acercó a él sin luchar contra los pliegues de la larga y elegante falda. Los vestidos de inmensas telas eran como una parte adicional de ella. Una extensión de su cuerpo que le era natural. A la única tendencia de la moda que se había resistido, era a los corsés, pues en una declaración apoyada por su madre, eran mero pretexto para apretujar las carnes de las mujeres golosas.

Para ella solamente ensaladas y frutas, yogurt desnatado, nada de leche ni pan de ningún tipo, únicamente carnes blancas sin piel y ayuno los lunes y jueves. Así mantenía esbelta la figura.

El nudo estuvo listo en un par de hábiles movimientos. Eliza se quitó los guantes para pasar los dedos entre las hebras del corto cabello de su hermano para acomodarlo, la gomina que había usado para echarlo hacia atrás no la había distribuido adecuadamente y daba una apariencia poco pulcra.

—Búscame una toalla para quitarme esto de los dedos —se quejó una vez que estuvo satisfecha con el arreglo hecho.

—Vamos bien de tiempo ¿No?

—Sí. Luisa y su madre aún no terminan, iré a verlas en un rato, pero tú tienes que estar primero en la iglesia.

—Sí, ya lo sé.

—¡Quita esa cara, Neal! Esto es por el bien de la familia.

—Eso ya lo repetiste muchas veces y yo en ningún momento he dicho que no lo haré.

—Los Ardley han caído en desgracia, es momento de que los Leagan tengan el lugar que merecen y tú te harás cargo de ello. Confío en ti, Neal.

Él se encogió de hombros y no pudo evitar estremecerse cuando Eliza le abrazó.

—Ahora, recuerda que este es el día más importante de mi vida. Pero procura que Luisa sea también un poco feliz.

Luego de palmearle un hombro, volvió a salir de la habitación dejándolo solo entre las paredes blancas que conformaban el vestidor de su habitación. Neal lo miró con un sentimiento que no supo identificar. Ya no estaría ahí, harían un viaje en el mediterráneo como luna de miel y después...

Movió la cabeza y se llevó la mano al mentón en un gesto meditabundo.

¿Qué sería después?

Tenía que contactar a un agente de bienes raíces, una bonita propiedad tal vez en Nueva York. Estaban de moda los llamados "pisos" en grandes edificios desde donde se podía ver toda la ciudad. Sería necesario que estuviera cerca de las oficinas de los Ardley en la ciudad, pediría su traslado para allá, y estarían cerca de las tiendas de moda, perfecto para que Luisa pudiera pasearse, hacer algunas amigas tal vez.

Un buen LeaganWhere stories live. Discover now