Ya no vas a pretender

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—¡Luisa!

La voz de Neal se escuchó en todo el corredor, pero ella no se detuvo sino hasta llegar a la habitación.

Habiendo dejado a la familia abajo, en el más incómodo de los momentos, no fue sino el tacto de Annie el que pudo romper el mutismo excusándose con tener que acostar a los niños, propuesta ante la cual los demás reaccionaron como si se hubiera roto el encantamiento que los había dejado estáticos en su lugar. La señora Leagan le reclamaba a su esposo, estaba convencida de que él era el responsable, aunque no tenía pruebas de ello y la tía abuela había tomado partido de su lado.

Eliza, aun jadeando en lugar de respirar, había tratado de alcanzar a su hermano, pero Albert la sostuvo por un brazo consiguiendo que solo chillara porque la soltase.

La ligeramente tensa reunión se había convertido en un caos total, pero si de algo estaba convencido el cabeza de familia, era que había llegado el momento en que Neal tenía que decidir la clase de hombre que iba a ser, y no pensaba permitir que Eliza interfiriera, aunque también se ganara unos golpes en el acto.

—¡Luisa!

Neal consiguió llegar antes de que ella asegurara la puerta y empujando consiguió abrir, aunque casi derribó a su esposa al hacerlo.

—Está bien Neal, te aseguro que hay muchas chicas de buen nombre que aceptarían casarse contigo —dijo mientras buscaba la manera de llegar al cambiador del baño.

—No, no está bien, no para mi ¡¿Es que a nadie le importa lo que yo tengo que decir?!

Luisa volvió a llorar.

—Pero ya va terminar, Neal, nadie tiene que enterarse, yo no diré nada...

—¡¿Es que solo querías salir del puerto?! ¡¿Estabas tan desesperada que aceptaste casarte conmigo con tal de no volver a limpiar una mesa?!

Ella se estremeció, no encontraba la manera de decir lo que pasaba por su mente en esos momentos, nunca lo había visto tan alterado, se sentía intimidada, pues ya no era la rabieta de un niño malcriado, él estaba auténticamente molesto y se sentía incapaz de hacer algo para calmarlo por mucho que deseaba decirle que había disfrutado mucho de su compañía.

Quería decírselo, pero también había recordado el día en que Neal le propuso matrimonio, había estado pensando toda la mañana en lo mucho que odiaba estar en el comedor, en cuánto extrañaba su vida cuando si quería algo, solo tenía que pedirlo, cuando podía presumir a sus amigas su vestido nuevo. No lo pensó dos veces, se aferró a Neal como el salvavidas que había llegado para rescatarla de aquél horrible lugar con olor a obrero y cerveza rancia.

—No quería...—tartamudeó. Ningún hombre se merecía una mujer como ella, que no había pensado en hacerlo feliz a él, si no en ella misma.

Neal se dejó caer en una de las sillas que estaban junto a la chimenea que crepitaba débilmente.

No estaba seguro de cuál era su propósito al haber abierto la boca en el salón, la pregunta que había hecho su padre era si a él le importaba Luisa, pero él había ido a indagar si a ella le importaba él, para lo que inevitablemente debía de confirmar si se había creído la novela que Eliza escribió para los dos, porque a él le hubiera parecido por demás extraño una propuesta tan espontánea.

Pero la verdad se había dicho, si bien su hermana irradiara furia, claro estaba que la vida propia era más valiosa que todo el dinero del mundo. Se marcharía porque aún estaba a tiempo de salvarse, porque ya había visto la muerte dos veces sin que eso ablandara las demandas de Eliza.

—Lo siento —susurró Luisa antes de encerrarse en el cambiador.

Escuchó los gritos de Eliza y Albert en el pasillo, pero no pudo reaccionar a tiempo para asegurar la puerta e impedirles el paso, su hermana había entrado haciendo que la puerta se golpeara contra la pared.

Un buen LeaganWhere stories live. Discover now