Capítulo 22 | Morimos juntos

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Por millonésima vez en el día —y en la semana— Carlene había decidido ignorar mis llamadas y yo me estaba volviendo loco. Ya habían pasado dos semanas y yo no podía avanzar, no la había visto desde aquel día en el cementerio y estaba asustado. Jamás la había dejado de ver durante tanto tiempo, el miedo me carcomía. Estaba también el punto de que ni siquiera con Lissa quería hablar, ella también estaba preocupada.

Me encontraba en casa de mis padres, clavado en la ventana que colindaba con la suya y en la espera de alguna señal de que estaba ahí. No había movimiento, no había nada que me indicara que alguien habitaba en el sitio.

Día y noche me mantenía en guardia, en la espera de que saliera o se asomara, pero no ocurría y no sabía cuánto tiempo iba a soportarlo.

Había varias cosas que me molestaban y me hacían sentir miserable. Primero que nada, ya no estaba Steven. Él era muy importante para mí y para mi familia, había crecido cerca de los Sweet, Él era como un segundo padre, yo siempre supe que cuando mis padres no estuvieran, podía recurrir a Steven, pues me iba a recibir con una sonrisa. Él siempre estaba feliz, no merecía morir tan pronto.

Mi madre se detuvo a mi lado y frotó mis hombros intentando darme calor y apoyo, ella también había intentado visitar a Carly, pero Ginger no dejaba ni que una mosca se posara en la puerta. Era como si tuviera un radar integrado y, antes de que pudieras llamar, ella ya estaba despachándote. Mi madre decía que intentara comprenderlas, que la pérdida había sido enorme, que necesitaban pasar un tiempo a solas para asimilar lo que ya no tenían. Y tenía razón, excepto en que Carly necesitaba estar sola.

Yo la conocía más que a la palma de mi mano, sabía que todo la estaba lastimando. De solo pensarla llorando desgarrada y sola, se me partía el alma. Quería abrazarla, besarla y arrullarla en las noches; incluso ser su almohada.

Suspiré cansado y dolorido, la cabeza seguía punzándome cuando hacía cualquier esfuerzo por mínimo que fuera.

—Deberías descansar, David, tú tampoco estás bien, hijo —susurró con timbre apagado. La miré de reojo y le di una sonrisa triste, yo no iba a estar bien hasta que tuviera a Carlene entre mis brazos de nuevo.

Así que lo hice, me encaminé hacia la salida, decidido, pese a las súplicas de mamá. Me estaba comportando como un crío, pero no podía evitarlo. Era eso o deprimirme, y no podía dejar que la situación me venciera.

Decidí mentalmente entre tocar la puerta, como una persona normal haría, o arriesgarme de otro modo. Sabía que no podría verla si tocaba la puerta, di un respiro y caminé cauteloso hacia la parte inferior de su ventana.

Cuando llegué a la cima, alcé la barbilla y entrecerré los ojos con la intención de captar algo del interior, pero la cortina estaba ocultando su habitación. Tenía que entrar, debía hacerlo, algo me lo decía.

Estaba acostumbrado a entrar de aquella manera, así que no fue difícil. Cuando ingresé lo hice despacio, ya que no sabía con qué me iba a encontrar una vez dentro. No obstante, apenas entré, un olor desagradable llegó a mis fosas nasales.

Luz de luciérnaga © (WTC #1) [EN LIBRERÍAS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora