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Taller del mecánico

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Taller del mecánico...


Nieves había decidido aquel día que pasaría a buscar a Júpiter para llevarlo a la veterinaria para un corte y baño higiénico, después de todo, se lo debía en cierta forma al guarro por haberle bañado a su pompón blanco con manchas café con leche.

La argentina se paró frente a la entrada del taller y el taconeo distrajo a Eros desde donde estaba. Debajo del coche arreglando un par de cables. Con el carrito se deslizó hacia delante para salir y mirarla.

―Está caliente la primavera... ―acotó Eros mirando de reojo el ajustado y floreado top de la joven―. Aunque te adelantaste un poquito.

―No seas bruto y cochino ―dijo irónica―. De todas maneras, no hace tanto frío hoy.

Él revoleó los ojos y se concentró en el coche que intentaba reparar.

―¿Nadie te ha dicho un piropo?

―Sí pero son decentes y ubicados.

―¿Cómo te gustaría? ―preguntó con sarcasmo―. Qué linda se la ve buena moza ―habló con un rintintín en su voz―. Si de verdad me dices que te gusta eso, eres de la época de las cavernas.

Nieves no pudo contener la risa y estalló.

El mecánico quedó desconcertado por lo que estaba escuchando, era en verdad la risa de la joven y no podía creerlo. Estridente, clara y espontánea. Sin ningún remilgo ni nada delicado, una risa genuina que hacía mucho quería escuchar.

―¿Ves? No dejas de ser femenina por reír así.

De inmediato se recompuso.

―Vine a buscar a tu pequeño monstruo para un baño como la gente.

―Mi perro no necesita cursiladas como esas.

―Por favor, Eros... tu perro habita en tu casa, lo menos que merece es un baño higiénico.

―Lo cuido muy bien, no necesita cosas así.

―Sé que lo cuidas bien pero al perro no le vendría mal de vez en cuando un baño de esos, ¿acaso tú no tomas baños de burbujas?

―No, fifi. Solo tú te das baños así.

―¿Y a tu mascota no puedes darle un gusto de esos?

―No. Y por favor, necesito terminar de arreglar el coche para la tarde y quiero estar solo.

A Nieves se le cayó el bolso desparramando varias cosas por el piso, juntó todas excepto una que ni siquiera ella vio, la cual había ido a parar debajo de un carrito de herramientas.

―En fin, ni modo Júpiter, lo he intentado ―miró al perro que estaba echado en un rincón observándola también―. Hasta luego.

Eros la ignoró en el saludo pero no la ignoró en verla de espaldas con el pantalón de mezclilla que se le ajustaba a los glúteos y seguía por sus piernas. La fifi lo estaba engatusando sin que ella hiciera algo.

La lista del hombre (casi) Perfecto ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora