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Buenos Aires, Argentina

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Buenos Aires, Argentina

Barrio privado


Era una tarde de otoño soleada cuando Nieves y Luna, su pequeña perra de color blanco con manchas y pomposa, salieron a caminar por el barrio. La joven sujetaba de una mano la correa de su perrita para caminar con tranquilidad.

En el barrio era conocida como la altanera pero a ella no le importaba mucho. La muchacha pensaba que los demás no eran mejores que ella misma, así que no debían ni siquiera opinar de ella y su vida.

Luna atenta a todo y con un oído agudísimo escuchó el ladrido de otro perro cerca de su radar por lo que comenzó a tironear de la correa para soltarse, y lo hizo. Nieves gritó detrás de ella con desesperación y corrió para alcanzarla.

―¡No vayas ahí dentro! ¡Te vas a ensuciar toda! ―exclamó pero la mascota jamás le hizo caso―. Perra puta, ¿por qué tenías que entrar? ―apretó los dientes de rabia y cuestionándose aquello a solas.

Con labios apretados y nariz arrugada entró al taller y vio a su pequeña perra jugar con el monstruo que tenía el mecánico. Se revolcaban en el piso y Luna terminó por quedar gris oscuro.

―Si serás una desgraciada, perra puta ―gritó desesperada yendo detrás de ellos para sujetarla en las manos pero sentía que le era imposible llevarles el ritmo―. ¡Ven aquí! ―emitió gritando y chocó contra un estante haciendo caer una caja de herramientas.

La alcanzó y la sujetó del rabo para luego levantarla en sus manos.

―¡Eres una sinvergüenza! Estás hecha un asco y llena de grasa.

El hombre apareció en el taller por una puerta contigua.

―¿Qué pasó aquí? ―preguntó mirando todo a su alrededor.

Nieves se giró en sus talones para enfrentarlo.

―Mi perra entró.

―¿Tu perra o tú? ―la miró de arriba hacia abajo.

―Tu monstruo ladró y mi pequeña corrió a su encuentro.

―Se llama Júpiter y no es ningún monstruo. Deberías cuidar más a tu perra.

―La tenía sujeta de la correa, tu perro es el que está suelto ―escupió tenaz―, Luna ha quedado toda grasienta ―respondió con asco―, y su lindo pelaje se vio afectado por la mugre que tiene tu cueva.

―No la veo que se haya quejado por tener que entrar a una cueva mugrienta ―dijo irónico―. Su cara delata que se divirtió con mi perro ―miró el piso―. ¿Quién tiró todo esto?

―Yo choqué contra el estante cuando intenté agarrar a mi perra.

―Sería muy amable de tu parte que levantaras mis herramientas ―sugirió con voz calma.

La lista del hombre (casi) Perfecto ©Where stories live. Discover now