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Elizabeth Thompson. 6 de septiembre del 2017, el Olimpo.

Su espada chocaba una y otra vez con el muñeco metálico frente a ella, su blusa estaba pegada a su espalda gracias al sudor y sus ojos parecían centellar con cada estocada.

Era la una de la mañana y ahí estaba ella, Elizabeth Thompson, entrenando sin descanso. Había vuelto a soñar con aquella silueta de ojos esmeralda.

Cada golpe que daba era un recuerdo más de su sueños, cómo flashes que le decían cuál era su destino, pero ahora ella ya no cambiaba de bando a mitad del sueño.

Sino que moría antes de despertar.

Era tan real, recordaba sentir sus latidos haciéndose cada vez más lentos, sentir el dolor en el abdomen por la espada que atravesaba su cuerpo. Recordaba sentirse morir.

Y también recordaba unos ojos verdes, no unos esmeralda, sino unos oliva. Unos ojos que la veían con amor, tristeza y desesperación.

Sabía que algo se aproximaba, podía sentirlo en la sangre bajo su piel. Estaba cerca, demasiado cerca.

—¿Entrenas tan tarde? —una voz femenina la sacó de sus pensamientos.

Su mano resbaló en la espada y ésta cayó haciéndole un corte en la palma de la mano derecha, la sangre caía en gotas al piso.

—Dios —siseó.

—Oh, lo siento mucho —Astra se apresuró a sacar un pañuelo de su bolsillo y parar el sangrado del corte.

—No te preocupes, sólo es… un corte —sonrió, aún un tanto perdida.

Ya había pasado una semana desde que había empezado a entrenar con el grupo de Arsen, no se había vuelto muy cercana a nadie, parecía que todos guardaban su distancia, todos menos Damián que, por algún motivo, parecía aprovechar cada momento y situación para acercarse.

Era bastante atractivo, con el cabello pelirrojo corto, los ojos de un azul cristalino y la piel pálida que acentuaba su apariencia varonil.

En toda la semana, Elizabeth no había visto a Astra ni una vez, por lo tanto ahora estaba un poco desconcertada por su repentina aparición.

Era bastante linda, era un poco más alta que ella y toda su persona daba un aire de superioridad sofocante. Una guerrera, eso era.

—Y bueno, ¿que hace nuestra grandísima heroína entrenando a la una de la mañana? —cuestionó Astra con la ceja alzada, su voz no mostraba diversión o empatía, sólo eran dos personas hablando entre ellas.

—Te agradecería que no me llamaras así —murmuró, el hecho de que la llamaran heroína sin que hubiera hecho algo de relevancia en el Olimpo la incomodaba. Ella aún no se consideraba una heroína.

—¿Porqué?. Eso es lo que eres —afirmó—. Tú estás destinada a salvarnos, no es algo que se pueda cambiar, todo lo que pase pasará porque tiene que pasar, y todo eso te llevará a salvarnos, tú ya eres una heroína. Y mira que me costó bastante aceptarlo —se apoyó en la pared junto a una ventana abierta, con el viento moviendo sus cabellos al compás de las tranquilas olas del mar.

—¿Todos me odian entonces?. Pareciera que nadie puede tolerar mi presencia aquí —desvió el tema, centrándose en la última frase que su acompañante mencionó.

Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Where stories live. Discover now